Tengo un sueño

Cualquiera sea el resultado, avanzar con la unión de fuerzas populares para erradicar la pobreza

 

Cuando esta nota se lea ya habrá empezado el proceso electoral de medio turno en nuestro país, donde se definirá si el actual gobierno nacional y popular consigue consolidar el liderazgo obtenido en diciembre de 2019, o bien si los sectores neoliberales logran vulnerar la mayoría del oficialismo. Cualquiera sea el resultado, creo que se abrirá un dilema que será un parteaguas en la historia futura de nuestro país.

En agosto de 1963 se produjo lo que se conoció como “la marcha sobre Washington” encabezada por Martin Luther King, que ha sido considerada la más importante de la historia de los Estados Unidos de Norte América y en la que pronunciaría su famoso “I have a dream” (“yo tengo un sueño”).

En la Asamblea Legislativa del año 2003, un autodenominado “hombre común con grandes responsabilidades” como Néstor Kirchner también nos propuso un sueño: “Vengo a proponerles un sueño: quiero una Argentina unida, quiero una Argentina normal, quiero que seamos un país serio pero, además, quiero un país más justo”.

Quiero confesar que, salvando las distancias, yo también tengo el sueño el de que seamos capaces de construir un país sin exclusiones, donde tengamos la capacidad de derrotar a la pobreza, a la injusticia y al privilegio de unos pocos. Quizás sea de mi parte un acto de soberbia, pero creo que en verdad nuestro país y el gobierno, luego de las elecciones, quedará en una situación comprometida, donde deberá decidir si, con la unión de las fuerzas populares, avanza en procura de erradicar la pobreza rompiendo los privilegios de unos pocos poderosos, o si opta por coquetear con el poder real manteniendo el statu quo.

He decidido vincular exprofeso la idea del sueño que encarnaron Martin Luther King y Néstor Kirchner porque creo que no sólo soñaron sino que lucharon por alcanzar ese sueño y a ambos se les fue la vida en esa labor, obviamente de maneras bien distintas: a King lo asesinaron y a Néstor lo encontró la muerte luchando por un ideal. Por ese intento, ellos encarnan, a mi entender, no sólo un símbolo ético de lucha sino también un émulo a seguir hasta al final, hasta que la muerte agote las posibilidades, porque es mil veces mejor morir por un sueño colectivo que dejar que nos gane la desidia y el conformismo.

El mundo adolece de tres grandes males: la depredación ambiental, la intolerancia hacia la inmigración de millones de hermanos y la pobreza.

Cada día vemos con mayor frecuencia que la codicia de unos pocos hace trizas la casa común de los seres humanos. Se talan bosques, se usan agrotóxicos para mejorar los rendimientos del campo, aunque en ello les vaya la vida a miles de hermanos; se depreda el petróleo; se instalan plantas industriales que contaminan sin piedad agua y suelo; se caza y se pesca en forma indiscriminada, incluso se queman bosques para ganar tierras para sembradíos o, peor aún, para comercializarlos. ¡Cuántas especies en vías de extinción hay en el mundo! Todo eso y muchos males más están dispuestos a hacer los codiciosos, siempre por cantidades de dinero que nos les alcanzará la vida entera para poder gastar.

La libre circulación de las personas por el mundo, tan defendida en tantos tratados internacionales, está vedada para aquellos que han vivido en la pobreza. No es verdad que los países ricos no les permiten ingresar a los negros porque son negros, ni a los árabes porque son árabes, ni a los latinoamericanos por ser latinoamericanos: no les permiten ingresar porque son pobres, sólo por ello. Si un negro o un árabe o un latinoamericano tiene dinero, esos países están dispuestos a recibirlo y hasta a ponerle una alfombra para que ingrese cómodo. Especialmente si es un deportista, o músico, o cantante o cualquier otra cosa que haga y tenga plata para pagarlo, es bienvenido en los países centrales. Los únicos que son maltratados, asesinados o cruelmente tratados son los negros, los árabes, los latinoamericanos o quienes vengan de donde vengan y sean pobres.

Por ello, la puerta de entrada a todos los grandes males es la pobreza. Para el pobre, la vida empieza y termina todos los días. Si logra pasar una jornada, la siguiente debe buscar otra vez cómo sobrevivir, y a pesar de sus penurias, los más acomodados suelen hacerlos responsables de todos los males: la violencia, la falta de crecimiento de la economía, la falta de cultura, el costo que implica mantener los servicios sociales, ser los huéspedes preferidos de las atestadas cárceles. La Justicia no es para ellos porque los jueces, en la mayoría de los países, son clasistas. Robar un celular merece una condena ejemplificadora para el conjunto de la sociedad, pero si alguien confiesa, como hizo Mauricio Macri, que endeudó al país en 45.000 millones de dólares para que los banqueros se los fuguen, eso requiere otro estudio y otro margen de análisis, hasta agregaría que en algunos genera una cierta sorpresa admirativa, cercana a una felicitación. Podría agregar infinitas cuestiones de las que se responsabiliza a los pobres y que creo haber ido plasmando en cada una de las notas que publiqué gracias a la generosidad de El Cohete a la Luna.

Pero mi sueño es que, sobre la base de los resultados electorales del 14 de noviembre y sea cual sea el resultado final, podamos tomar conciencia de la necesidad de trabajar insistentemente para resolver el enorme problema social que implica no afrontar y solucionar la situación del 40% de la población argentina y más del 50% de los jóvenes argentinos que viven en la pobreza. En los comicios puede darse que vuelva a ganar el neoliberalismo, lo que llevaría a que todo el poder real se encolumne detrás de un nuevo proyecto neoliberal y que como desaforados se abalancen al poder, sin escatimar daños, ya que estos serán simplemente efectos colaterales. Siempre he dicho, y lo reitero, que la derecha siempre tiene plan, y agregaría que todos deberíamos saber hacia dónde nos lleva ese plan. También puede ocurrir que el oficialismo empareje o incluso gane por unos votos la elección; no es fácil que ocurra, pero tampoco es imposible, y le daría un poco de oxígeno al gobierno hasta la siguiente votación. Como creo que lo peor para una sociedad como la nuestra es el neoliberalismo, sea llevado adelante por los distintos gobiernos militares, por la dupla Menem/Cavallo o por Macri y sus secuaces, adscribo con fervor en esta elección al Frente de Todos. Pero también llamo la atención de que, sea el resultado que sea, al gobierno nacional y popular le queda un escueto crédito de dos años para ahuyentar los vientos neoliberales y consolidar un nuevo proyecto popular.

He explicado de todas las formas que mi inteligencia me permitió que en nuestro país es posible aplicar políticas que erradiquen la pobreza. Que la disminución de la pobreza, lejos de afectar la economía, es un acicate para la creación de riqueza. Que los recursos con los que contamos, si se rompe la cadena de privilegios con que cuentan los dueños del poder real, son más que suficientes para financiar cualquier cambio. Que todo queda circunscripto a una estrategia adecuada, a la decisión política necesaria y al coraje cívico de avanzar, tal como lo hicieron Martin Luther King y Néstor Kirchner.

Hace muchos años que el gran filósofo social que fue Antonio Gramsci escribió en Cuadernos desde la cárcel una frase que cada tanto se asoma en mi memoria y que creo forma parte de mi sueño. “El trabajo educativo-formativo que desempeña un centro homogéneo de cultura, la elaboración de una conciencia crítica que este promueve y favorece sobre una determinada base histórica que contenga las premisas materiales para esta elaboración, no puede limitarse a la simple enunciación teórica de principios ‘claros’ de método; esta sería pura acción ‘iluminista’; el trabajo necesario es complejo y debe ser articulado y graduado: debe haber deducción e inducción combinadas, identificación y distinción, demostración positiva y destrucción de lo viejo. Pero no en abstracto, en concreto: sobre la base de lo real”. Lo que Gramsci nos enseña es que hay que elaborar una idea, analizarla desde todos los ángulos, para luego afrontar los riesgos de llevarla a la práctica para destruir lo viejo e imponer lo nuevo, y no quedarse en la simple enunciación teórica que sólo representa un ejercicio intelectual pero que no transforma la realidad.

Pienso que nuestro país, luego de las elecciones, enfrenta una disyuntiva crucial: decidir si mantiene los privilegios del poder concentrado en todas sus formas o si por el contrario se aboca a conformar una gran fuerza progresista, sobre una nueva base popular, decidida a defender los intereses de los sectores más vulnerables y de la sociedad en su conjunto, porque entiende que sólo ese camino es el que nos llevará, como nación, a la construcción de una sociedad más armoniosa, equitativa y solidaria. Mi sueño, en definitiva, es que asumamos el rol de ser esa gran fuerza progresista que la historia nos tiene reservada para este tiempo y nos animemos a empezar el camino soñado por tantos héroes y mártires que nos dejó de legado la historia.

Ojalá estemos a la altura de los tiempos que al decir de Gramsci “impongan lo nuevo, sobre la base de lo real”.

 

 

 

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