UN PAÍS INDUSTRIAL E INDEPENDIENTE

Sin Industria no hay Nación, decía Carlos Pellegrini a fines del siglo XIX

 

Sin Industria no hay Nación, decía Carlos Pellegrini a fines del siglo XIX y en pleno apogeo del modelo agro exportador, tenía en claro el rol generador de empleo y de innovación tecnológica que implicaba la manufactura, único medio para integrar a todos los sectores de la sociedad y generar mayor valor agregado a los eslabones de la cadena productiva.

En nuestro país y siempre según datos del Ministerio de Trabajo, Empleo y Seguridad Social de la Nación, a junio de 2020 (último dato disponible), se registran 9.475.600 personas asalariadas. Esto incluye al

  • sector privado, con 5.781.000 personas asalariadas,
  • sector público nacional, provincial y municipal  (3.217.500 empleados)
  • trabajo en casas particulares (477.100 trabajadores) .
  • A ellos se suman, 2.287.000 trabajadores independientes (monotributistas y autónomos), con un total de 11.762.600 personas ocupadas.

El primer problema es que al ser unos 45.000.000 de habitantes y la tasa de actividad en torno al 47,2%, la población en condiciones de trabajar es de aproximadamente 21.240.000 personas. Esto explica por qué el IFE (Ingreso Familiar de Emergencia) cuenta a ese mes con 8.750.000 beneficiarios, que perciben una ayuda de $ 10.000 por mes.

El segundo problema es que la pandemia hace que muchos sectores productivos trabajen a media máquina o menos, por lo que el gobierno de Alberto Fernández instrumentó la Asistencia al Trabajo y a la Producción (ATP) que en el mes de junio de 2020 ayudó a 243.300 empresas a pagar parte de los salarios para un total de 2.687.100 de trabajadores, por hasta dos salarios mínimos (que era de $16.875), es decir que podían recibir hasta $ 33.750 por mes.

El 93,4% de las empresas aprobadas en el Programa de Asistencia al Trabajo y la Producción tiene hasta 25 empleados y genera 39,6% del total de empleo registrado, mientras que apenas 0,1% de las firmas que lo solicitaron poseen más de 800 trabajadores en su plantilla y explican 12,7% del total de los trabajos registrados.

Otro problema es que, con el gobierno de Cambiemos, la industria —que es la más dinámica creadora de bienes— dejó de ser la mayor empleadora en el sector privado (con 1.076.900 trabajadores a junio de 2020) y en cambio, el mayor empleador pasó a ser el comercio y reparaciones, que no generan producto, con 1.090.700 dependientes .

Finalmente el salario bruto en blanco, con aportes previsionales y sociales promedio de todo el sector privado argentino fue de $ 69.040 (unos U$S 700)[1] . Esto quiere decir que neto es algo menor a los $ 60.000, cuando según el INDEC la Canasta Básica total para una familia compuesta por matrimonio y dos hijos fue de $ 43.810,7 para el mes de junio 2020, por lo que hay una gran cantidad de trabajadores que perciben una remuneración por debajo de la línea de pobreza. Trabajan y son pobres.

 

 

Campo e industria

De acuerdo a los datos estadísticos disponibles, apenas el 10% de la población económicamente activa de la Argentina se dedica a tareas rurales. Esto significa  aproximadamente 1.170.000 en tareas directas e indirectas ligadas a  la producción y comercialización agropecuaria.

En su libro La Argentina agropecuaria, Mempo Giardinelli y Pedro Peretti no solo demuestran que “el campo” no es de todos, sino que pertenece a una minoría. En un país con 45 millones de habitantes, hay unas 6.000 familias que controlan el 48 por ciento de la tierra. Eso es latifundio y oligarquía. Sumémosle la administración de los principales puertos del país y la doble contabilidad para subfacturar y triangular exportaciones como nos demuestra palpablemente el caso Vicentin SAIC. Esto muestra que seguimos dependiendo del sector que es responsable del 65% de las ventas externas del país y que seguramente ese porcentaje va a ser mayor este año por la excelente cosecha 2019/20, de 147 millones de toneladas de granos, los buenos precios internacionales y la demanda sostenida de alimentos de un mundo que debe mantener parte de su población en su casa por Covid-19, por un lado, y la creciente necesidad de fiscalización y control del sector, por otra parte.

Pero la pandemia alguna vez cesará y, merced al profesional trabajo del equipo dirigido por el ministro Martín Guzmán, se pagarán solamente intereses de la mayor parte de la deuda externa argentina hasta julio de 2024, por ende el marco es propicio para invertir en la industria, adquirir máquinas y equipos específicos para usarlos por décadas. Se requiere simultáneamente del reclutamiento y calificación de los recursos humanos, del desarrollo de capacidades tecnológicas, insertarse en los mercados internacionales de forma de generar mayor escala para sustituir importaciones, crear y fortalecer firmas proveedoras, disponer de energía, entre otros factores, junto a una banca de desarrollo que brinde el financiamiento a largo plazo.

Partimos de una masa crítica importante en el sector, donde existen capacidades acumuladas significativas y trayectorias de aprendizaje considerables como para adaptarse al nuevo mapa global sin entrar en directa competencia con el este asiático, que combina altas mejoras en la productividad con salarios bajos, sino, al contrario, buscando la complementariedad de nuestra economía con ese subcontinente. Algunos ejemplos:

  • La rama automotriz. Toyota y Ford presentaron sendos programas de inversión para exportar vehículos y piezas de precisión desde la Argentina a la región. Ford produjo 900.000 camionetas en su planta de Pacheco, de las cuales exportó 600.000  a México, Brasil, Venezuela y demás países de la región;
  • la producción de autopartes;
  • la industria química;
  • la farmacéutica;
  • la producción de bienes de capital;
  • el software,

pueden vender en el mercado interno y exportar. En ello juega a favor la brutal depreciación de nuestra moneda en el gobierno de Cambiemos (el dólar pasó de valer $ 9,60 a $ 63 en cuatro años) que hace que el costo de insumos y de la mano de obra, tasada en dólar, sea sumamente competitivo. También el gobierno de Alberto Fernández, presionado por la demanda de divisas de los sectores financieros y especulativos, ha continuado depreciando nuestra moneda.

Ese mismo tipo de cambio alto gravita y gravitará en las exportaciones agropecuarias y agro industriales (complejo oleaginoso en granos, harinas, pellet y aceites; complejo cerealero; carnes y cueros bovinos; lácteos, etc.), garantizando el necesario ingreso de divisas y traccionando a la industria metalúrgica de maquinarias agrícolas.

En paralelo, se debe adoptar una estrategia defensiva en sectores muy sensibles a la competencia extranjera (textil-indumentaria, muebles o parte de la metalmecánica), muy generadores de empleo, pero con enormes dificultades para competir, pese a que, repetimos, en dólares el costo de insumos y de la mano de obra es similar al de la República Popular China, por ejemplo.

En plena pandemia la industria argentina al mes de julio 2020 trabaja al 56,8% de su capacidad instalada. Según el INDEC, la cifra registró su tercera mejora mensual consecutiva y tuvo su menor baja interanual desde que comenzó la pandemia, aunque permaneció 1,9 puntos por debajo del nivel de julio de 2019.

La Argentina actual se encuentra en una buena posición para despegar de la recesión, dinamizar el mercado interno y a la par competir interna y externamente en la cadena agro industrial y en importantes sectores de la industria manufacturera para generar puestos de trabajo. En un principio con las remuneraciones actuales, pero a medida que se crezca, la dinámica propia del crecimiento y de la mayor demanda de mano de obra corregirá el salario, donde la productividad debe alcanzarse por la dotación del capital y la innovación tecnológica. Camino realizado por Néstor Kirchner cuando se encontró con un tipo de cambio competitivo y con una tasa de desocupación abierta del 25% de la población económicamente activa cuando asumió como Presidente de le República el 25 de mayo de 2003.

 

 

El previsible impedimento

Si lo descripto es alentador tras el derrape de la economía en el gobierno de Cambiemos y por la pandemia, no es menos cierto que existe un fuerte impedimento. Nuestra economía es complementaria con la de la República Popular China [2], que hoy en día es nuestro principal socio comercial y con planes de inversión en la Argentina en energía, en minería, en producción agropecuaria, en industria y en tecnología. Pero eso no es del agrado de los Estados Unidos, cuyo Presidente, Donald Trump, en su discurso del 8 de septiembre de 2020 afirmó “que el dinero que Beijing obtiene del comercio con Estados Unidos lo destina al desarrollo militar: toman nuestro dinero y lo gastan en la construcción de aviones, barcos, cohetes y misiles", para terminar afirmando que si él pierde las elecciones de su país, gana China. Además de acusar a China del virus Covid-19 y de penar con mayores aranceles a las empresas norteamericanas que producen en esa Nación.

En ese marco, los Estados Unidos utilizarán toda su influencia para limitar los acuerdos que como nación soberana queramos hacer con el país asiático, e incluso emplearán al FMI, que es nuestro mayor acreedor externo, por una suma de unos 45.000 millones de dólares, a imponernos como condición esas limitaciones.

Debemos tener en claro que defender los intereses del país y propiciar el crecimiento sostenido para generar trabajo y mejorar la redistribución del ingreso es el objetivo a perseguir. De otro modo, seremos dependientes de Norteamérica y de la venta de productos primarios, que implica una sociedad dual con una minoría enriquecida y la mayor parte de la población sin saber a ciencia cierta de qué va a vivir, si es que puede.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

[1] En Brasil el promedio del salario bruto es de unos U$S 600.-

[2] También con Rusia, con Irán, con Vietnam, con Camboya, etc.

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