Viejas y nuevas epistemologías

Descolonizar el conocimiento

 

“El desafío de la historicidad se expresa en asomarse a lo desconocido”

Hugo Zemelman

“Si el río se partiera en varios afluentes, no habrá arroyo que llegue al mar. Búscame en el torrente”

Israel Rojas - Buena Fe

 

Descolonización de las ciencias

Hace poco más de un mes dejó este plano Enrique Dussel, el padre de la Filosofía de la Liberación. En todo el país se realizaron homenajes a su fecundo paso por la vida. En su documental biográfico, aparece recitando unos versos de Machado: “Caminante son tus huellas el camino y nada más. Caminante no hay camino, se hace camino al andar”. Si se trata de descolonizar las ciencias, Dussel constituye una cita ineludible. A mitad del documental, plantea que es necesario que las ciencias se liberen de los prejuicios eurocéntricos, que consideran que el único modo verdadero de mirar el mundo es aquel que comienza en Grecia. La Filosofía de la Liberación parte de aquello que constituye la negatividad, la exterioridad, de la filosofía occidental: el pobre, el explotado, el colonizado, el excluido. Pero la exclusión no es meramente económica, sino también epistémica, es decir: de las fuentes y los modos de conocer permitidos.

La descolonización de las ciencias no constituye un mero capricho político, sino una conclusión a la que se arriba siguiendo el mismísimo despliegue convergente de las diversas ramas de las ciencias. Exige la descolonización ontológica y esta, a su vez, hace imprescindible la superación del hilemorfismo aristotélico: premisa fundamental del canon científico moderno-occidental que hace bastante tiempo está en condiciones de ser descartado.

El hilemorfismo plantea la separación de materia (la cual adquiere rango de ser) y forma, dando por sentada la existencia de individuos físicos (sea una piedra, una hormiga, una hierba o un ser humano). Se da por sentada la existencia de entes individuales, lo cual es comprensible para un momento donde las diferentes ramas de las ciencias no habían logrado indagar todavía en las ontogénesis, es decir: en los modos por los cuales llegan a existir los entes.

Tanto el dualismo como el monismo ontológico materialista conciben ilusoriamente un ente previo a la relación. Los monismos (materialista e idealista) y los dualismos ontológicos devienen en posturas cada vez más forzadas hacia nuestros tiempos. Simondon, a mitad del siglo XX, integrando los desarrollos de diferentes ramas de las ciencias, da cuenta de que, en los diversos dominios de lo real, la relación es previa al ente. Dualidad onda-corpúsculo en lo físico, doble hélice del genoma en lo biológico, positivo y negativo en lo energético y su transfiguración en unos y ceros en lo cibernético, cuerpo-psique en lo humano, dan cuenta de que la relación es previa al ente y es, junto al devenir, lo único capaz de detentar rango de ser. En los trasfondos encontramos una polaridad elemental sobre cuya oposición logra establecerse un equilibrio relativo, metaestable: es decir que no anula el principio de oposición, más bien logra involucrar las tensiones en un sistema-abierto de estructuras permeables y creativas.

No son los conceptos de materia y forma aquellos capaces de describir la generalidad de las dinámicas ontológicas, sino los conceptos de información y comunicación.

Como un río que se parte en varios afluentes, las ciencias, durante la modernidad, se lanzaron cada una a la conquista de la porción de la realidad que le correspondía. Cuando cada una de ellas profundizó en las dinámicas de los trasfondos ontológicos, se encontró recurriendo a las mismas coordenadas categoriales: información, comunicación, sistema-abierto, pre-individualidad, código, signo, meta-estabilidad. Siguiendo los despliegues de las ciencias, es posible atisbar que las vertientes del río que se habían separado (por hiper-especialización positivista) se vieron converger en las mismas coordenadas analíticas a la hora de describir lo ontológico. Inclusive el río de las ciencias converge en sus coordenadas categoriales con el de las espiritualidades (¿sería acaso más conveniente hablar ya de una confluencia al mar?). En relación con el reencuentro, en términos no dogmáticos, de ciencia y espiritualidad hacia nuestros tiempos, desde la convergencia de Simondon y Jung es posible contribuir a dicha posibilidad.

Paradójicamente, las ciencias sociales constituyen la rama de las ciencias más reticente a superar el materialismo ontológico. Superar el materialismo ontológico no implica para nada prescindir del materialismo analítico. Desde una ontología relacionista y del devenir, las posibilidades analíticas no se cercenan, proliferan. El dualismo supone una ruptura donde hay relacionalidad. Los monismos afirman una primacía más allá de sus posibilidades cognitivas. Prefieren el prejuicio tranquilizador, lo cual no es una actitud científica. Nada sabemos sobre las causas primeras y, hasta donde podemos observar, lo que encontramos es una relacionalidad intrínseca, una dualidad paradójica fundamental, un coincidir de opuestos en el devenir previo a todo ente.

Sumado a esto, al dar por sentada la existencia de entes, el materialismo ontológico cae preso de la ilusión de separación que vertebra el fetichismo de la modernidad (expreso en las nuevas derechas y los progresismos globalizados). Como golpe de gracia de este prejuicio fundante de la modernidad, cabe destacar que el año pasado le entregaron el Premio Nobel de Física a tres físicos que demostraron el entrelazamiento cuántico. Es decir, es más probable que la separación sea una ilusión y el entrelazamiento lo real.

El nosotros no es un mero recurso retórico, es la condición de lo ontológico. No hay separación. Lo que hay que hacer es perderle el miedo al otro. Tolerancia y encuentro con la alteridad. Pararnos por encima de esa separación que supieron construir y reforzar para dominarnos y que hoy se llama “grieta”. La situación que estamos enfrentando nos exige construir un nuevo coincidir de los opuestos en sentido amplio.

Lo más interesante es que desde una ontología relacionista y del devenir convergen filósofos latinoamericanos fundamentales (como Kusch, Dussel y Scannone) y ciertos autores rezagados y no tan rezagados de Europa (Jung, Simondon, Deleuze, Latour, Williams). En definitiva, se trata de posicionarnos en el entre y no en el ente.

 

 

Asedio del psicopoder a las almas y una vez más la pregunta por el inconsciente

Desde una ontología relacionista y del devenir, cuerpo-psique es factible de ser concebido como una relacionalidad intrínseca. A su vez, la psique está constituida por la relacionalidad inconsciente-consciente. Así también el inconsciente, el cual involucra un principio de afirmatividad interior y el impacto de las experiencias interiores de la exterioridad (donde las experiencias de vida más tempranas suelen ser las más afectantes). Por último, el principio de afirmatividad interior de lo inconsciente no puede ser reducido a lo fisiológico, sino que es fisiológico y psíquico simultáneamente (relacionalmente), involucrando una dimensión arquetípica.

La diversidad constitutiva del inconsciente escapa a nuestros marcos epistemológicos moderno-occidentales. Seguimos obstinadamente ciegos ante las manifestaciones de lo arquetípico en el ser humano; y ello queda a libre disposición de los instrumentos del poder (fundamentalmente privado y supraestatal). El Estado tiene política pública para dichos registros por defecto, no los aborda con precisión como expresión de la ceguera epistemológica que se traduce en los marcos epistémicos sesgados de nuestras políticas públicas.

Las formas del poder contemporáneas, a partir de los artefactos digitales, logran afectar cada vez más profundo en la psique, fundamentalmente inconsciente. Su astucia es lograr dividir milimétricamente (en términos abstractos) las interioridades y allí lograr capturar (en términos concretos) nuestros complejos psíquicos: partes de la diversidad de lo que alberga en nosotros mismos. Aunque no pierde utilidad, no alcanza la categoría de deseo para dar cuenta de lo que logran capturar y neutralizar en el inconsciente las formas del poder contemporáneas, cada vez más especializadas en lo psíquico (psicopoder).

Son amplios ya los desarrollos más afines a considerar a la psique como habitada por una multiplicidad de voces o “yos”. Esto no sólo está presente en las psicologías de las profundidades afines a los desarrollos de las escuelas gnósticas que integran hermetismo, cristianismo gnóstico, hinduismo, budismo, entre otras, también son conclusiones hacia las cuales arriban las neurociencias.

Para Jung el complejo puede ser considerado una psique parcial al interior de la psique: una relacionalidad entre una afirmatividad arquetípico-afectiva (ahora lo desmenuzaremos) y las represiones de la consciencia, los efectos de la exterioridad interiorizada. Todo individuo viene aparejado a una carga de realidad potencial pre-individual. En términos psíquicos, esto constituye el potencial arquetípico-afectivo. Dicho potencial también puede ser concebido como el conjunto de afectividades y virtudes que habita en los seres humanos. La posibilidad de despliegue de esta carga de potencialidad requiere indefectiblemente de las dinámicas relacionales vinculares.

Jung formula la categoría de arquetipos del inconsciente colectivo para dar cuenta de ciertas formas primordiales compartidas, las cuales en cada cultura se expresan de un modo peculiar. Dicha categoría la recupera de Platón, pero alejándola de toda afirmación de un “mundo suprasensible de ideas” (monismo idealista). Solamente se queda con la noción de forma primordial para caracterizar lo que, en su estudio fenomenológico de la psique, despojado de todo perjuicio de determinación fisiologisista, reconoce como una afirmatividad que se expresa en términos afectivos y simbólicos. Los arquetipos no se manifiestan de manera directa y esto representa el fundamento de la singularidad de cada ser humano. Todo ser humano constituye una trama específica de complejos psíquicos.

Las manifestaciones de lo arquetípico no pueden ser substancializadas, ya que desde el nuevo marco epistemológico la relación es lo único que puede detentar rango de ser. El lugar que le da Jung a lo arquetípico podría ser caracterizado como una resonancia inmanente en términos deleuzianos: un potencial dotado de intensidades factible de desplegarse; asemejable a lo pre-individual en Simondon y a la seminalidad en Kusch.

La cuestión es que resulta que no nacemos como una “hoja en blanco” donde la sociedad simplemente imprime allí su contenido. Tampoco es que tengamos una carga genética que se sobreimprime en lo psíquico. Lo inconsciente no se reduce a efecto de las condiciones sociales ni a subproducto de lo fisiológico, tampoco a un intermedio entre ambos. Lo inconsciente involucra los efectos de lo social, pero también un principio de afirmatividad interior que es tanto fisiológico como psíquico. Cada ser humano es indisociable de una carga de potencialidad que se expresa tanto en términos vitales como de afectividad y de cualidades latentes.

Lo álmico —las potencialidades arquetípicas pre-individuales de los seres humanos— constituye el mejor lugar desde donde anclar las resistencias hacia nuestros días y es justamente aquello que es negado desde el materialismo ontológico de la ciencia moderna. Como se dijo, no se trata de descartar el materialismo analítico, sino de involucrarlo en una dinámica que es intrínsecamente relacional. Posicionar las resistencias en las potencialidades arquetípicas no es refugiarse en el individuo, más bien constituye la propuesta política de alimentar dinámicas colectivas basadas en el despliegue sinérgico (colectivo) de los potenciales arquetípicos. Para ello es necesario resolver la cuestión material en lo social, pero ya no como un mero fin en sí mismo: sino contando con un horizonte de época, como diría Linera.

En pleno auge de asedio del psicopoder a las almas, pero fundamentalmente a las resonancias álmicas de lo social, el reconocimiento de las manifestaciones de lo arquetípico se vuelve indispensable para entender qué es lo que afectan las modalidades técnicas del poder en el inconsciente y para poder anclar también allí las resistencias.

No todo en el inconsciente es efecto del poder y aquello que no lo es no puede ser reducido a la pulsión fisiológica. Si nuestras ciencias involucran el estudio de las manifestaciones de lo arquetípico y nuestras instituciones van construyendo la transición desde unas directrices aún predominantemente disciplinarias (cercenadoras de la singularidad, verticalistas) a unas que se orienten al acompañamiento del cultivo y despliegue sinérgico de las pasiones y virtudes que habita en los seres humanos, tendríamos una clave fundamental para vencer frente a la hiper-mediación digital y algorítmica y formular una “alternativa civilizatoria”.

Integrando las “luces” de occidente con la sabiduría de los pueblos originarios y otras tantas civilizaciones que habitaron y habitan la tierra, este giro nos posibilitaría formular un reencuentro posible de ciencia y espiritualidad. El viejo dilema que vertebra la trama ideológico-cultural occidental es iluminismo vs. reacción romántico-conservadora y lo vemos re-actualizarse de diferentes maneras. Hacia nuestros días, toma la forma de progresismos globalizados vs. nuevas derechas. Dicha vieja y nueva antinomia es posible verla claudicar frente a una formulación en la cual abrevan los avances científicos hacia el encuentro de planteos que involucran la espiritualidad en clave no dogmática.

Abramos las puertas a una nueva epistemología del siglo XXI. Esta nos aportaría un nuevo horizonte de época que, a su vez, nos permitiría superar la encrucijada civilizatoria total en la que nos encontramos. Una nueva epistemología y un nuevo horizonte de época desde los cuales es posible conjugar simultáneamente pasado, presente y futuro. El coincidir de los opuestos se revela como condición ontológica, necesidad política y horizonte civilizatorio.

 

 

 

 

 

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