Es previsible que los aniversarios redondos saturen con menciones de Rodolfo Walsh el almanaque de 2027, cuando se cumplan cien años de su nacimiento rionegrino y cincuenta de la emboscada que lo atacó y desapareció en Buenos Aires, doce meses después de iniciada una dictadura ante la que no postró los empeños de oficio y militancia que había profundizado desde la clandestinidad.
El Cohete se adelantó a justos, vacuos y negacionistas: acaba de presentar en formato e-book (disponible aquí) una nueva edición de Rodolfo Walsh y la prensa clandestina, integrado a una colección que repone la obra completa de Horacio Verbitsky, autor de este libro publicado originalmente en 1985.
Nadie mínimamente informado ignora hoy que Verbitsky fue compañero de militancia y oficio de Walsh, cuyos trabajos de la Cadena Informativa y la Agencia de Noticias Clandestina (ANCla) continuó por varios meses luego del 25 de marzo de 1977. La de ANCla fue la última experiencia que compartieron, nacida de una premisa en la que coincidían: era la forma de lucha más realista y efectiva que podía librarse para la época, en lugar de un militarismo en espejo destinado a fracasar a costos altísimos.
Menos conocido es que, casi una década después de ANCla, Verbitsky trabajó en la recuperación de aquellos textos mecanografiados, copiados y circulados entre 1976 y 1978, bajo el pulso amenazante de la opresión dictatorial. El libro incluye además los partes de la Cadena Informativa y muestras del vehículo de comunicación epistolar que Walsh ejercitó con sus Cartas, junto a los Cuadernos de la soberanía y Un ensayo sobre San Martín, dos modos en que Verbitsky confrontó las bravuconadas patrioteras castrenses con el afán entreguista que traicionó el legado de los próceres fundacionales.
La decisión editorial de habilitar la descarga gratuita de Rodolfo Walsh y la prensa clandestina actualiza un compromiso de medio siglo con lo que la tapa de esta reedición describe como una tarea colectiva y militante. Una definición que lleva dentro la invitación a seguir nutriéndola.
La base y los márgenes
La publicación original del libro data del mismo año del enjuiciamiento a los máximos responsables militares de los crímenes perpetrados por la dictadura y denunciados en los cables de ANCla y los envíos de la Cadena Informativa, los instrumentos ideados por Walsh para romper el cerco de censura y terror. Tanto el caudal como el espesor de los datos impactan hoy: los hechos eran narrados mientras ocurrían, pese a la mecánica clandestina abonada con el silencio o la propaganda.
El juicio de 1985 inició un largo recorrido de ampliación, confirmación y precisión de información. Las cuatro décadas siguientes, que se dividieron en partes iguales entre la impunidad y la reapertura del sendero de justicia, permitieron completar casilleros y avanzar en los análisis. El testimonio de víctimas y familiares sostuvo su porfía en los años en que se había cerrado la posibilidad de enjuiciar a los responsables, y en el camino alimentó un valioso corpus de relatos sobre lo ocurrido. La insistencia de los organismos de derechos humanos consiguió finalmente romper las barreras de impunidad y los artífices militares volvieron a quedar en posición de ser juzgados. El volumen de trabajo de los organismos, un puñado de periodistas y algunos funcionarios judiciales desbordó entonces los estrados con pruebas y testigos. No fueron pocas las voces que, ante la ineludible realidad de los juicios, proclamaron que estaban ante un primer encuentro con la verdad de lo sucedido.
Los documentos de ANCla y Cadena Informativa desmienten, sin embargo, que el desconocimiento pudiera servir como pretexto. Al menos, en los medios de comunicación, a cuyas redacciones llegaban regularmente sus envíos.
Listas negras, guantes blancos
La condena a la participación civil en el andamiaje del terrorismo de Estado persiste como deuda en materia de justicia, aunque ya fuera esbozada en el material recopilado en Rodolfo Walsh y la prensa clandestina.
Las denuncias de crímenes dejaron tempranamente en evidencia la amplia base social sobre la que se descargó la persecución, que no se limitó a las organizaciones armadas. Algunas indagaciones y no pocas respuestas las aportó el propio Verbitsky en los libros y columnas dominicales que escribió desde 1985. Por ejemplo, en los tomos en que documentó la historia política que para 1976 había llevado a la jerarquía eclesiástica católica del país a trazar su idea amplia de “subversión”: con ella podía describirse tanto a integrantes de una organización político militar como a un científico ateo, un historietista crítico o a quien sacara su pensar de las fronteras de la filosofía tomista.
Más nítida y explícita aún es la denuncia que estos documentos de periodismo militante formularon contra los intereses económicos detrás de la masacre, en el bienio inicial de la dictadura. Develarlos fue uno de los gestos de lucidez de la Carta Abierta de Walsh, que ya había señalado negociados en informes de la Cadena Informativa. También merece destacarse el trabajo de Verbitsky sobre la historia de la Armada y su inclinación a servir a intereses económicos extranjeros –para peor, ingleses– en perjuicio de la soberanía y el bienestar de la población. Ambos documentos integran el libro reeditado. Cincuenta años después, debería ser fácil comprender la vinculación entre lo económico y el terrorismo de Estado. No siempre lo es, como atestiguan cada semana varias notas de El Cohete.
Haber detectado el nexo en octubre de 1976, en un estudio centrado en la ESMA, ilustra su historia y vigencia. Aquella temprana denuncia de buitres y entreguistas es útil en esta época, que ha naturalizado el obsequio de recursos no renovables, aceptando como inevitable su venta a cambio de valores que no se corresponden con las necesidades de los compradores, ni con los perjuicios ambientales que dejan en herencia.
Formas y firmas
Una de las novedades que introduce la reedición de Rodolfo Walsh y la prensa clandestina es la distinción en la autoría personal de varios de los documentos. Lógicamente, cuando circularon como cables en la clandestinidad no tenían otra firma que ANCla o Cadena Informativa. Tampoco se consignaron en la primera recopilación, de 1985, cuando la dictadura acababa de retirarse. Para la reedición de 2025, Verbitsky distinguió entre los textos escritos por él y los de Walsh. Otros permanecen sin firma individual, por decisión de sus autores.
El dato de autoría puede parecer anecdótico si se lo observa desde 1976, cuando apremiaba la urgencia de la denuncia, e importaba más el qué que el quién. Pasado medio siglo, aporta más que una simple curiosidad para nutrir el estudio de trayectos individuales: ofrece un primer eslabón sobre el que observar el modo en que las individualidades profesionales confluyen en un ejercicio colectivo tan logrado que, tanto tiempo después, sea necesaria la inclusión de la firma para asociar la producción con un autor determinado.
A partir de ese detalle puede medirse el grado de desarrollo de una identidad colectiva dentro del grupo y el modo en que cada singularidad individual contribuyó a formarla. Con el paso del tiempo, tal vez pueda evaluarse cuánto de aquella experiencia se ha dejado ver en la senda posterior de aquellos de sus participantes que sobrevivieron al terrorismo de Estado y cuánto ha mutado al calor de las sucesivas nuevas épocas. El Cohete es la estación más reciente del recorrido a repasar.

Moreno, esquina Walsh
En un país con la historia de la Argentina, que celebra el Día del Periodista en la fecha en que apareció la herramienta de difusión de la Revolución de Mayo, debería existir un vocablo que identifique a la esquina en que frecuentemente se han encontrado oficio y compromiso. No lo hay, pero “prensa clandestina” bien alcanza para suplir el vacío, cuando se trata de referir a su ejercicio bajo el terrorismo de Estado.
La actualidad argentina y las cuatro décadas transcurridas desde la publicación original de Rodolfo Walsh y la prensa clandestina tornan indispensable acercar a las nuevas generaciones lectoras el material que produjeron, en las peores condiciones posibles, periodistas que no resignaron el respeto por sí mismos.
La última caracterización puede parecer frívola, pero abarca tanto a la lealtad al compromiso colectivo de transformación de la realidad, como al plano íntimo de ejercicio fiel del oficio. Alcanza con recorrer los espineles mediáticos de 2025, donde los artilugios han renunciado incluso a la elegancia, para corroborar que bastante mejor estaríamos si primase la mera decisión individual de colocar algún límite a las concesiones que se firman con las teclas, el rostro o la voz.
Si ANCla llegaba a las redacciones buscando huecos en la censura del periodismo comercial, la Cadena proponía a sus lectores ser parte de la experiencia colectiva, llevando a otras manos la información que las suyas habían recibido. Una forma de resistencia bien terrestre, posada sobre una comunicación horizontal que evidenciaba estima al destinatario, una ética a la que se le proponía el pacto militante de desafiar a la opresión.
Por las circunstancias que rodearon y motivaron la escritura del material que compendia, Rodolfo Walsh y la prensa clandestina sigue demostrando que honrar el oficio periodístico es y seguirá siendo tan posible como necesario.
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