Digno de imitar

Existieron y existen otras estrategias para no sólo beneficiar a los especuladores

 

Tras Pearl Harbor, los Estados Unidos entraron de lleno en la Segunda Guerra Mundial y presionaron sobre los países de la región para que participasen en la misma. El gobierno conservador de Ramón S. Castillo dudó, y en las elecciones que debían realizarse en 1943, propuso como sucesor presidencial a Robustiano Patrón Costas, dueño del Ingenio San Martín de Tabacal en Salta –vinculado a la Standard Oil– y asiduo visitante de la Embajada norteamericana. En el marco de esa situación, en junio de 1943, un grupo de militares nacionalistas denominado GOU (Grupo de Oficiales Unidos), entre los que estaba el coronel Juan Domingo Perón, ejecutó un golpe militar desplazando a Castillo y nombrando primero a Arturo Rawson y después a Pedro Pablo Ramírez que, como Presidente provisional, designó secretario de Trabajo y Previsión a Perón y Vicepresidente de la República al general Edelmiro Farrell, los hombres fuertes de esa organización.

Desde ese cargo, Perón armó una corriente de sindicalistas afines. Sumados a los trabajadores del interior con poca y nada de experiencia en el tema, ampliaron la agremiación de los trabajadores y lograron ser mayoría en la CGT. Tras el 17 de octubre de 1945 y en elecciones libres y limpias, pese a la intervención abierta y manifiesta de la Embajada norteamericana, Perón es elegido Presidente de la República a comienzos de 1946. Ni bien asumió, ejecutó un progresivo plan a favor de los trabajadores; hizo aprobar y aplicar leyes de jubilaciones y pensiones, de vacaciones pagas, indemnización por despido, prevención de accidentes de trabajo, jornada laboral de ocho horas, aguinaldo obligatorio, el Estatuto del Peón, creación de Tribunales de Trabajo, ley de Asociaciones Profesionales y Convenios Colectivos de Trabajo.

Los dueños de los grandes campos (terratenientes), obligados a pagar impuestos y salarios a sus trabajadores, realizaron un retiro persistente de la oferta de carne y granos, tanto en el mercado local como en las exportaciones. Esas menores exportaciones significaron menos ingresos de divisas con las que se importaban los bienes de capital e insumos necesarios para el proceso de industrialización. Ante ese cuello de botella, se intervino el comercio exterior mediante la creación del IAPI (Instituto Argentino de Promoción del Intercambio), que le compraba directamente al productor y asumía el rol de exportador, a la vez que sostenía el precio de los productos. Las ganancias obtenidas por el IAPI en el mercado mundial durante el trienio 1946-48 sirvieron para subvencionar la energía y favorecer la industrialización.

Las reservas internacionales del Banco Central de la República Argentina (BCRA) respaldaron a los pesos, que en forma mucho más que proporcional estaban en poder de los ricos, quienes ahorraban en moneda nacional. El nuevo Directorio del BCRA, encabezado por Miguel Miranda, duplicó la emisión monetaria. Los exportadores ahorraban en pesos fuertes y había reservas en oro que la respaldaban. Al aumentar fuertemente la cantidad de dinero creado por el BCRA, Miranda hizo que –prácticamente con las mismas reservas– hubiera el doble de base monetaria. Esa parte creada de dinero se la dio en créditos blandos (a bajas tasas de interés) a los industriales y a los trabajadores.

Con recursos generados por los exportadores, el peronismo impulsó la industrialización del país y, gracias al fin de la guerra, logró avanzar tecnológicamente y ponerse a la par de las naciones desarrolladas, incorporando ingenieros, técnicos, científicos y empresarios de los países derrotados, que tenían un alto nivel de conocimiento y experiencia.

También empleó las acreencias que se tenían sobre Gran Bretaña, a la que nuestro país asistió en alimentos durante la guerra y, a cambio de esas deudas, le compró los ferrocarriles. Además, se nacionalizaron los teléfonos, las usinas eléctricas, las empresas de gas, los puertos con sus elevadores, las plantas de servicios sanitarios, los seguros y los silos de campaña. Así surgieron nuevas empresas estatales, como la Empresa Nacional de Energía, Yacimientos Carboníferos Fiscales y Gas del Estado. También se nacionalizaron las empresas alemanas que fueron la base del grupo Dirección Nacional de Industrias del Estado (DINIE) y el transporte urbano de pasajeros de la Ciudad de Buenos Aires.

Durante 1947 se fusionaron Centrales Eléctricas del Estado y la Dirección General de Irrigación para dar nacimiento a Agua y Energía Eléctrica, reemplazando la energía termoeléctrica por la hidráulica. Para ello se construyeron diques con sus respectivas centrales hidroeléctricas, como el Escaba en Tucumán, el Nihuil en Mendoza, Los Quiroga en Santiago del Estero y seis diques con usinas en Córdoba, seis en Catamarca, cuatro en Río Negro y tres en Mendoza; usinas térmicas en Mar del Plata, Mendoza, Río Negro y Tucumán. En 1943, la Argentina tenía una potencia instalada en centrales de 45.000 kilovatios, pasando en 1952 a producir 350.000 kilovatios.

Perón decía que se perseguían tres banderas: la independencia económica, la soberanía política y la justicia social. Para lograrlo, se necesitaban cuatro palancas en poder del Estado nacional: la energía, el transporte, el control monetario y cambiario y la administración del comercio exterior.

 

 

 

El problema hoy

Es cierto que han pasado 70 años y que el mundo cambió y el país también, pero no al grado tal de creer que el plan del Fondo Monetario Internacional (FMI) debe ser el objetivo de un gobierno. Y menos entregar nuestros recursos naturales al capital extranjero y orientar toda la economía a conseguir divisas a como dé lugar y a costa de nuestro consumo interno.

El acuerdo con el FMI parte de aceptar que los precios de los factores de producción (capital, trabajo y recursos naturales) los determina el mercado, eufemismo que esconde la decisión de los grandes operadores nacionales e internacionales en un país que produce bienes y servicios con serios atrasos tecnológicos y déficit estructurales, y que no puede competir sin el apoyo y direccionamiento del Estado.

El Estado es indispensable en la gran mayoría de la producción nacional –salvo aquella que depende del rinde por tener la tierra más fértil del mundo, donde más toneladas se producen por hectáreas de soja o de determinados minerales, más algunos enclaves industriales, como puede ser la producción de trépanos para perforar pozos, algunos segmentos de la industria automotriz o del laminado de acero o de aluminio–, pero aun así con la necesidad de contar con energía subsidiada para su realización.

La lógica imperante en el plan del FMI es la búsqueda y apropiación inmediata de la ganancia a cualquier costo, sin plantearse la situación de mediano y largo plazo, como si el mercado pudiera configurar el presente y ese presente el futuro. Se construye una sociedad a partir de la tasa de ganancia, que es la que permite en ese modelo comparar las inversiones: se invierte en aquello que genera más ganancia y de esa manera se opta por producir caramelos en lugar de acero. También, si otras economías generan mayor tasa de beneficio, se emigra hacia ellas.

En ese marco, son diametralmente distintas las funciones de un Estado en una economía que en otra. En la primera, es imprescindible el rol planificador, orientador y regulador del Estado. Desde el punto de vista económico, para esa visión de la economía la principal función del Estado es regular, establecer las “reglas de juego” y controlar qué es lícito y qué es ilícito, qué es “blanco” y qué es “negro”. En el plan del FMI, el Estado debe evitar intervenir y, de hacerlo, sólo debe hacerlo en forma circunstancial ante ciertos “defectos” del mercado, cuando no se toman en cuenta las relaciones de fuerza dispares que puede haber entre sus operadores.

Esto hace que el Estado ausente desorganice a la sociedad, la apropiación de lo que se produce y de sus recursos comunes. El Estado es, además de las instituciones, una relación entre las personas. Es una manera de vincularnos cotidianamente en torno a cosas que nos involucran a todos: la Patria, la sociedad, la educación, el intercambio de productos, la sanidad, el respeto, los procedimientos lógicos y morales.

Los capitales internacionales, en cambio, buscan cuñas donde reproducir rápida y fuertemente su acervo, sin interesarle la consistencia y sustentabilidad de los mismos. Su política es extractivista (petróleo, gas, minerales) y aprovechan la ventaja comparativa de las tierras fértiles, a la par que se utiliza el endeudamiento para que la economía argentina se subordine a esas políticas.

Es la lógica de la presión de los 5.500 productores de soja y de las grandes empresas acopiadoras y comercializadoras de granos para obtener un dólar de casi un 40% por encima del oficial. Que el gobierno haya cedido, en lugar de decirles: “No liquidaron en su momento, se les aumenta la tasa de derecho de exportación 10% por mes hasta que liquiden”, implica la justificación de la medida con el mismo argumento que los acopiadores. El mismo es que la soja se vende al exterior casi en su totalidad, olvidando que la mayoría de los campos se arriendan en base al precio de la soja y que ese grano se utiliza en el forraje (afectando a la carne y a los productos lácteos) y en el corte del biodiesel de las empresas productoras locales, etc.

¿Ingenuamente se puede creer que el 30 de septiembre de 2022 termina el premio a la especulación? La lógica que prima es que “nos necesitan” y, por eso, “vamos a presionar con el resto de la soja retenida (que supera las 10 millones de toneladas), con el maíz, con el trigo, etc.”, sabiendo que existe una relación inversamente proporcional entre el tipo de cambio (precio del dólar) y el salario real. Si se dan más pesos por dólar, aumenta el precio de los alimentos y desciende el poder adquisitivo de todos los que tenemos ingresos en pesos.

También se equivoca el gobierno si cree que se va a estabilizar el dólar porque ofrece al capital extranjero el litio y los minerales raros de nuestra Puna, o el petróleo y el gas de Vaca Muerta, e incluye la extracción de gas a 6.000 metros bajo el nivel del mar y a 307 kilómetros de la costa marplatense por la firma estatal noruega Equinor. O el acuerdo con Petronas, firma estatal de Malasia, para la construcción de una planta de Gas Natural Licuado (GNL) que contempla una inversión de 10.000 millones de dólares y que permitirá, cuando la planta de GNL alcance su capacidad máxima, exportar unos 460 barcos anuales, lo que hará del GNL uno de los principales sectores exportadores y generadores de divisas del país.

Se genera riqueza para afuera, en lugar de hacerlo para el desarrollo de nuestra industria, nuestra producción y nuestro consumo. Todo para conseguir el “papel verde” que emite la Reserva Federal de los Estados Unidos que, lo peor, es que no se lo necesita, dado que:

  1. La deuda que se está pagando fue generada con evasión tributaria y fuga de capitales.
  2. Desde el 1° de enero de 2020 al 31 de julio de 2022, hubo un superávit comercial (las exportaciones superaron a las importaciones) de 29.818 millones de dólares, que el BCRA dilapidó. Dentro de ese monto, deben contabilizarse 14.500 millones de dólares que el BCRA le vendió a precio oficial (de $62 en diciembre de 2019 a los $135 de julio de 2022) a un grupo de grandes empresas por supuestas o reales deudas, cuando la mayoría de ellas son las principales compradoras y fugadoras de divisas durante la gestión de Cambiemos.

El gobierno cierra el circuito con otra vuelta de suba de la tasa de interés, con lo que la situación se torna insostenible. Sumado al descontento popular, esto augura nuevas y más profundas crisis, que se irán repitiendo sistemáticamente mientras cae la producción y se incrementa la pobreza.

La palabra “clásico” significa digno de imitar. Nuestros gobernantes deberían leer a Maquiavelo en El Príncipe, cuando asevera: “Porque, puesto que los hombres avanzan casi siempre por los caminos que otros han trazado y proceden en sus acciones imitando lo que otros han hecho, y puesto que es imposible mantener exactamente el mismo camino y alcanzar el mismo grado de virtud de aquellos a los que imitas, un hombre prudente debe tomar siempre los caminos que han seguido los grandes hombres e imitar a los que han sido más ilustres, para que, si sus capacidades no llegan a igualarlos, por lo menos se le parezcan un poco”.

 

 

 

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