Alberto, Europa y China

Declaraciones poco felices del Presidente a tres meses de la visita a Xi Jinping

 

En una nota anterior (Cristina, China y el capitalismo) discutimos la visión que Cristina Fernández de Kirchner tiene de China al definirla como “capitalismo de Estado”, según dijo en su última aparición pública.

Siendo la República Popular China, como es, un socio tan estratégico para la Argentina, no porque se declame o haya un acuerdo que así lo diga sino porque muchos datos lo confirman en modo indiscutible, sería importante que las máximas autoridades de la Argentina tengan opiniones precisas y calibradas cuando las refieren.

Si lo de Cristina puede ser opinable, debatible, una invitación a pensar cómo es y qué camino sigue el país que está reseteando el mundo en el siglo XXI, un comentario del Presidente Alberto Fernández, en nuestra opinión más cuestionable, da pie para esta otra nota.

En su reciente gira por Europa, el Presidente dijo a la Deutsche Welle: “Definitivamente me declaro un argentino europeísta. Creo que América Latina tiene que tener un vínculo muchísimo mayor con Europa. Si pudiéramos tejer un eje entre América Latina y Europa, se achicaría mucho el riesgo de un mundo bipolar entre Estados Unidos y China, que ahora son países en disputa”. La periodista, algo sorprendida, le pregunta: “¿(Una relación) mejor con Europa que con China?”. Y el jefe de Estado responde: “Sí, porque China es una gran potencia, pero que no tiene lazos culturales fuertes con América Latina, no tiene historia con América Latina”.

 

 

 

 

 

Aquí cabría una primera reflexión en dos sentidos. Uno, sobre si es cierto que no hay lazos culturales ni historia latinoamericana con China (en todo caso muy rica, robusta y sobre todo de creciente relevancia) y dos, acerca de qué tipo de historia se tejió con Europa en cinco siglos, que desde ya tuvo aportes valiosos, pero casi dos tercios de los cuales se iniciaron con un genocidio y se basaron en puro saqueo y colonialismo, con daños que todavía hacen mella.

Siguió Alberto: “(China) Es un país que invierte, y es bienvenido, invierte fundamentalmente en infraestructura, pero la verdad es que Europa hace siglos que está en América Latina”.

Es obvio que en el mundo previo a la actual transición las inversiones del occidente industrializado, norteamericanas y europeas, dominaban en la Argentina y la región. Aún hoy, más por legado que por actualidad, ese stock inversor es mayoritario. Pero según la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), desde 2019 China es el segundo país con más capital invertido fuera de sus fronteras detrás de los Estados Unidos, y ha llegado a nuestras costas. La internacionalización de inversiones chinas se vio acompañada de la creciente presencia de sus poderosas empresas en energía, infraestructura, minería, banca, alimentos y otros rubros. Sus prioridades han sido la región de Asia y el Pacífico (un destino natural, y el del mayor dinamismo del planeta) seguido de África, Oriente Medio y América Latina y el Caribe (ALC) como cuarto destino, con un 8% del total de inversiones. En fusiones y adquisiciones, ALC absorbió un monto algo mayor, 8,9%, siempre según la CEPAL.

La expansión de inversiones chinas comenzó entre los primeros años del siglo XXI y la década pasada y, para ALC, llegó en 2011 a un pico anual de 3.000 millones de dólares.

De acuerdo con cifras del Consejo Empresarial Brasil-China, ese país sudamericano fue el que más capitales orientales recibió en 2010-2020: unos 66.000 millones de dólares en 176 proyectos, de los cuales los energéticos fueron los más cuantiosos.

El cuadro para el resto de América Latina fue el siguiente. Según el monitoreo que sigue en detalle la Red ALC China, con asiento en la Universidad Autónoma de México, las empresas chinas invirtieron entre 2015 y 2020 alrededor de 74.850 millones de dólares en la región. Si hasta 2014 Brasil y la Argentina lideraban la tabla de naciones receptoras de inversiones chinas, durante la pandemia (y la cuestión sanitaria abriría otro capítulo para confrontar los vínculos de Europa y de China con la Argentina y nuestro vecindario, donde por lejos fue mayor y mejor la cooperación con China) lo hicieron Chile, Colombia y México.

En cifras pre-pandemia, la Embajada china en Buenos Aires cuantifica la inversión china en nuestro país en un stock de 11.740 millones de dólares, más una contratación de obras por parte de empresas chinas que superaba los 20.000 millones y 74 grupos de ese origen ya establecidos, entre ellos los financieros ICBC y Bank of China, la petrolera CNOOC, las ferroviarias CREC y CRRC, la alimenticia Cofco, la naviera Cosco, la constructora CCCC, Gezhouba y PowerChina en energía eléctrica, Shaanxi Coal y Shandong Gold en minería y otras.

Este año el propio Fernández viajó a China, constató in situ la importancia que el gobierno de Xi Jinping le asigna a nuestro país y se trajo compromisos de inversión que, según la Cancillería argentina, superan los 24.000 millones de dólares a concretarse durante varios años, solo un tercio del cual es por la cuarta central atómica Atucha III. (Se sabe y se ha publicado en varios medios que dentro del Frente de Todos hay muchos sectores con inquietud por la demora en avanzar en ese proyecto nuclear y en otros de financiación china, y que se apunta a la Secretaría de Asuntos Estratégicos de ser la presunta responsable de esa dilatación por presiones de Estados Unidos.)

Es cierto que los volúmenes chinos son menores al acervo de las históricas radicaciones europeas o de Estados Unidos en la región. Pero son cifras muy significativas en un mundo en plena crisis y, en particular, muy reticente en inversiones externas como para desmerecerlas endulzando el oído de competidores.

Dijo también el Presidente a la televisión alemana: “Nosotros tenemos en la Argentina empresas (europeas) que hace más de 100 años que están radicadas, automotrices, de todo tipo. Por eso creo que ese vínculo cultural que tenemos definitivamente debe favorecer y (aquí se pareció a lo que le dijo a Vladimir Putin sobre el ingreso de Rusia a la región) facilitar el ingreso de Europa a América Latina”.

Lo discutible es si ese “ingreso”, que por cierto existe sin permiso desde 1492, favoreció al desarrollo regional. Para no hablar de los siglos de saqueo, el último pico de inversiones fuertes de la Unión Europea fue durante la ola privatizadora de la década de 1990. El sabor del recuerdo que dejan Repsol e Iberia de España, Suez de Francia, Impregilo de Italia y otras multinacionales de ese origen, tanto por la forma en que llegaron como por lo que dejaron cuando se fueron, no es el más dulce. Algunos de esos muertos todavía generan deudas y juicios en el CIADI.

En Beijing, Fernández tuvo la oportunidad de compartir con el Presidente Xi Jinping, durante la gira de febrero último y en los meses previos, varios privilegios, como sus participaciones –algunas exclusivas para un líder latinoamericano– en las mega ferias y exposiciones comerciales CEII de importaciones y CIFTI de servicios y tecnología, en las celebraciones del centenario del Partido Comunista China o en la inauguración de los Juegos Olímpicos de Invierno de Beijing, boicoteados por Estados Unidos. Solo tres meses después de esas caricias, en cierto modo ninguneó a China por la supuesta falta de lazos culturales e históricos con nuestra región, en contraposición con los vínculos con su adorada Europa, que vuelve a desangrarse en una guerra en estos días y donde la mejor opción política de Fernández, la socialdemocracia, vive su hora más patética después de muchos años de decadencia y traición a las ideas que la parieron.

Estas opiniones del Presidente son tan difíciles de entender como cuando, en medio de la negociación de un acuerdo para instalar granjas porcinas en la Argentina con una fuerte inversión china, se dejó fotografiar con dos referentes veganos con una urna que decía: “No al acuerdo porcino”.

 

 

 

 

 

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