EL VALOR DE LA UNIDAD

La unidad del campo popular no puede confundirse con la unidad política de la Nación

 

El triunfo del Frente de Tod☼s (FdT) en primera vuelta, en las elecciones del pasado 27 de octubre, se basó sobre todo en la capacidad del peronismo para reconstruir su unidad. Fue importantísima, en este sentido, la acertada –y generosa— decisión de Cristina Kirchner de dar un paso al costado para auspiciar la candidatura de Alberto Fernández. No se trató sólo de un gesto de desprendimiento; también pesó su compromiso en el terreno práctico y organizativo: estimuló convergencias, traccionó alianzas y hasta impulsó la promoción y/o resignación de candidaturas para servir a aquella unidad y beneficiar buenos resultados.

Fueron, asimismo, de mucha importancia la capacidad y la tenacidad  de Alberto Fernández para tramitar  la nada fácil tarea de instalarse como candidato presidencial en un plazo corto y tornarse competitivo en las PASO. También su lucidez para leer el momento y llevar adelante adecuadamente la campaña propiamente electoral, que culminó con su notorio triunfo.

Pesaron también sobre la recomposición política de la unidad política del peronismo el tenaz trabajo de José Luis Gioja al frente de Partido Justicialista Nacional y la buena disposición de los gobernadores y peronismos provinciales, así como la de los intendentes,  dirigentes gremiales y movimientos sociales, tanto como los del campo empresarial, del mundo universitario, cultural, científico-técnico, educacional y de los movimientos juveniles, de raigambre peruca.

La reunificación peronista alcanzada en 2019 supo también, como ya se anticipó, recuperar la vocación frentista que el propio Juan Domingo Perón practicó en diversas oportunidades e insufló al movimiento que lleva su nombre. Bajo el impulso de esa reunificación se constituyó el FdT, que incluye al Partido Justicialista, al Frente Renovador, a Compromiso Federal, a Somos, a Nuevo Encuentro, a Proyecto Sur, al Partido Solidario, al Partido de la Concertación FORJA, al Movimiento Nacional Alfonsinista y al Partido Comunista, entre otras entidades políticas. La paciencia componedora de Alberto Fernández aportó de manera significativa a su desarrollo, lo mismo que la buena disposición de los dirigentes de las otras organizaciones.

EEsta confluencia remite exclusivamente a lo que antaño llamábamos la unidad del campo popular. Sería una grave equivocación confundirla con la unidad nacional o, lo que es más o menos lo mismo, con la unidad política de la Nación. Esta es el resultado de una convergencia mayor que posibilita una convivencia más o menos armoniosa entre la totalidad –o más modestamente— sobre la gran mayoría de los estamentos que componen una Nación. Los Estados Unidos han alcanzado, con escasas interrupciones, esta condición, aunque hoy en día padezcan perturbaciones que parecen próximas a negarla. La España posfranquista y países de la Europa de posguerra, como Francia y el Reino Unido, podrían representar casos de unidades nacionales exitosas. Hoy, sin embargo, es difícil dilucidar si aquellas unidades se mantienen como tales; en los casos español y británico parecería que no. Un caso interesante es el chileno, que mostraba una unidad política de la Nación estable a partir de la aceptación social y política de la transición y del modelo de desarrollo propuesto por el pinochetismo. Hoy todo eso ha saltado por los aires.

En nuestro país el fracaso de la gestión macrista ha sido arrasador. Su grosera concepción del desarrollo, su desacertada política macroeconómica, su pésimo manejo en el plano financiero y cambiario, su prácticamente nula capacidad de reconocer el interés nacional y su desatinado endeudamiento externo han dado resultados altamente destructivos. Han quedado afectados tanto equilibrios económicos y sociales que son imprescindibles para el desarrollo de una vida en común, cuanto funciones estatales esenciales. Con resultados pavorosos: una persistente recesión económica; un aumento del desempleo, de la indigencia y de la situación de calle, que afectan a centenas de miles de nuestros compatriotas; una inflación galopante; una marcada caída de los salarios; una declinación de las jubilaciones; un descontrol del tipo de cambio y de las tasas de interés; una desatención y/o clausura de planes y recursos básicos que habían sido puestos al servicio de los más necesitados; una partidización y una prestación discrecional de la función judicial, entre otros. Para colmo de males nos queda, también, un gravoso endeudamiento de corto plazo, en dólares, con el Fondo Monetario Internacional, como bien sabemos.

La unidad del peronismo y la del campo popular resultan imprescindibles para hacer frente a los combates económico-financieros que se vienen y a las inevitables negociaciones con el FMI que se avecinan. Debe contarse, además, con que el oficialismo saliente, es decir el macrismo, pasará a la oposición y probablemente procurará defender la política de la que ha sido responsable y de criticar la que ponga en marcha el nuevo oficialismo. Ya se ha visto cómo lo hizo, tanto durante el gobierno de Cambiemos cuanto en las tres últimas campañas (las elecciones generales de 2015, las recientes PASO y  la primera vuelta electoral de 2019): predominantemente sobre la base del embuste. Macri es, él mismo, una máquina de mentir. Por otra parte, han sido notorias las diferencias de criterio entre ambos campos con respecto al golpe de Estado ocurrido recientemente en Bolivia. El aun Presidente prefiere hablar de crisis institucional probablemente para no desentonar con la cínica postura anti Evo, anti Movimiento al Socialismo y antagonista también del empoderamiento de los pueblos originarios, que sostiene Donald Trump. Es obvio, Macri buscó cobijarse bajo el ala del águila americana desde antes de convertirse en Presidente y procura mantenerse en esa sumisa posición.

Así las cosas, muy probablemente habrá de nueva cuenta dos bandos no conciliables en la escena política argentina y, por más amabilidad que se procure, habrá dos posicionamientos difícilmente reductibles frente a frente.

Por otra parte, el contexto internacional se halla en tensión. Joseph Stiglitz lo define con sencillez y profundidad en su nota “El fin del neoliberalismo y el renacimiento de la historia”, publicada el 4 de noviembre pasado. Dice allí: “Hoy la credibilidad de la fe neoliberal en la total desregulación de mercados como forma más segura de alcanzar la prosperidad compartida está en terapia intensiva y por buenos motivos. La pérdida simultánea de confianza en el neoliberalismo y en la democracia no es coincidencia o mera correlación: el neoliberalismo lleva cuarenta años debilitando la democracia”.

Nuestra región, América Latina/ América del Sur, no escapa a esta tendencia. Basta recordar lo que ha sucedido recientemente en Ecuador y Perú, y más recientemente aun en Chile (que continúa) y en Bolivia (ídem).

En este contexto, y contando ya con que Alberto Fernández asumirá la presidencia próximamente, la unidad del campo popular será crucial; hay que cuidarla como oro en polvo. Será la base de sustentación de su gobierno para bregar tanto adentro como afuera, es decir, contra los antagonismos esperables en nuestro propio país y con los que surjan en el plano internacional, que en ninguno de los dos casos serán menores.

Habrá que actuar con tino y con prudencia, que afortunadamente a nuestro próximo Presidente le sobran. Y habrá también que esforzarse en la medición de las correlaciones de fuerza, que son implacables, para discernir adecuadamente cuáles son los combates que es dable librar y cuáles los que deberían ser evitados.

Así como finalmente hubo 2019 hay hoy, también, futuro. Para alcanzarlo hay que cuidar inteligentemente el presente, estar atentos a su desarrollo y cultivar esa unidad que nos abrió las puertas a una nueva oportunidad.

 

 

 

 

 

 

 

 

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