FIGUERAS, HABLADO POR EL TÍO LEN

Travesía por la existencia y la obra del enorme Leonard Cohen

 

“Siempre he disfrutado del Tío Leonard como songwriter y así también de su manifiesta elegancia en el acto de escribir”, cuenta el Indio Solari al prologar el flamante libro del “investigador minucioso” Marcelo Figueras (Buenos Aires, 1962). Rulo de reconocimientos, comprobación de un áureo hilo más o menos (depende de la luz reflejada) invisible que enlaza la triplemente triple complicidad por la música, la escritura y la belleza. (También entendida por el trío como “elegancia”, en forma más o menos indistinta, según la iluminación.) El Tío Leonard se apellida Cohen (Montreal, 1934-Los Ángeles, 2016) y hacia su persona se dirige ahora el escritor al replicar en forma disminuida y aumentada lo que en su momento había logrado con el músico aborigen en Recuerdos que mienten un poco (2019).

El grado de parentesco (el Indio lo extiende al Nobel Zimmerman, popularizado como Dylan, Bob; caracterización que Figueras acepta, con reservas) bien puede aludir a la usanza de los pueblos originarios tanto oceánicos como selváticos o de la sabana, para los cuales el hermano de alguno de los bío-progenitores (en general, el de la madre) ejercía una suerte de función paterna chacotera. Iniciaba al sobrino en la cultura popular (la de su aldea), no menos que en la historia mítica donde se representaban, así como esas cosillas disfrutables de la existencia. Por estos pagos, “tío” asimismo se utiliza a fin de designar a las amistades dignas de incluirse en la familia elegida, por encima y/o en paralelo a la sanguínea. En tiempos de dictaduras y prudenciales clandestinidades, nombraba a compañeros y compañeras cuyas inscripciones legales no resultaba sensato conocer.

 

El autor, Marcelo Figueras. Foto: Pablo Mehanna.

 

 

La putativa función parental reconocida por Solari hacia el Tío Len (su apócope) y compartida por Figueras, incluye acaso algunas de las anteriores acepciones y se extienda hacia la mágica identidad que solo la emoción estética aúna en una confluencia singular, irrrepetible. Es la que el editor de El Cohete a la Luna concreta bajo el tímido título Por qué escuchamos a Leonard Cohen. A pesar del plural, tímido pues rebasa en forma holgada una y solo una razón para la escucha, en tanto se extiende a la lectura, y de esta a las respectivas escrituras, tanto del Tío Len como de Figueras. A partir de tamaña plataforma, la aventura avanza dentro de la envoltura de una suerte de biografía del genio canadiense, donde la peripecia personal deja la anécdota individual a fin de cobrar su respectiva dimensión histórica de epopeya cultural. Sin quedarse allí, desde luego, hasta constatar la forma en que la poética de Cohen logra soplar al oído de Figueras algunas triquiñuelas destinadas al tránsito sobre la corteza de este planeta y sus suburbios geográficos, cronológicos. Y, a partir de allí, impactar en la retina, volar al tímpano, planear sobre el hemisferio izquierdo para rebotar al derecho de la sesera, llegar a las aurículas y ventrículos, hasta difuminarse en reverberos fluctuantes. La tan mentada emoción que, en su vertiente de palabras, hace que el artista Figueras sea hablado por el artista Leonard Cohen a través del canal de esa común condición generatriz, extrapolable a toda la población del orbe animada a compartir sensibilidades. Precisamente, la genialidad del Tío Len reside allí donde nos dice. El lector, quien escucha, se torna autor de sones y palabras propias aunque ignoradas, a su vez obtenidas por los versos y canciones que le llegan. Difícil de explicar, Figueras se aproxima.

No extraña —por el contrario, amplía— el hecho de que, desde el vamos, Por qué escuchamos… instale a Cohen en tanto pura voz, divinidad presentificada en potencia invocante, explosión acústica, materialización de alguna verdad, “experiencia que, filtrada por la reflexión, precipita lucidez”. Brizna de luz sobre cualquier oscuridad, “como la zarza ardiente que interpelaba a Moisés en el desierto”, hace comunidad a través de esa poética medida “en proporción a su interior insondable”. Destellos de tales instancias, al presentar el libro en estas mismas páginas hace una par de semanas, el autor brindó un avance de algunos párrafos indicativos al respecto bajo el preciso título Alguien en quien confiar.

 

Leonard Cohen.

 

 

Casi a modo de conclusión, Figueras sintetiza el efecto voz como ser capturado por el entrevero de música y palabra, “que también te desplazan de tu eje y te obligan a mirarlo todo de  nuevo, aún lo más mundano”. Conjunción adjudicada al biografiado, donde el autor se reconoce: “Si algo comprendió desde el comienzo fue que un poema era un puente tendido hacia una orilla indeterminada, misteriosa; una construcción verbal cuyo objetivo es alcanzar a alguien que no forma parte del poema y que, sin embargo, es imprescindible para que la construcción adquiera sentido. Eso es el lector, objetivamente la persona que completa el poema al hacerlo suyo. Pero más allá del lector o la lectora, el poema también suele ser una apelación a otra entidad, a la cual se le propone un  diálogo, aunque se sepa que quedará tácito”. Las letras de las canciones aludidas son poemas; los poemas, plenos poemas, relatan; la prosa, poética.

Introspecciones como relámpagos en noche estrellada de relatos donde el autor concatena poemas y canciones con sucesivas circunstancias de la vida y momentos del propio Lonard, que hacen del aspecto biográfico la fulgurante narrativa. Necesidad asimismo hecha virtud en la traducción de las palabras realizada por Figueras al trasladar significaciones al lenguaje rioplatense: “La canción surge cuando toco la guitarra, paveando con ella sin un plan establecido”. Complejo dispositivo, no obstante victorioso pues “el edificio de los versos de Cohen se mantiene en pie”, al acompañar la poética “resultado de una partida de jenga: un prodigio de equilibrio, donde se quitó lo que sobraba y solo se conservó la expresión mínima y más elegante”. Principio incorruptible, en el paso de una lengua a otra, soporta conservar lo intraducible: “Puede que uno o dos (poetas)/ sean genuinos / y el resto son fakes/ perdiendo tiempo alrededor de los principios sagrados / tratando de parecer que son el legítimo artículo. / No hace falta que diga / que yo soy uno de los fakes / y que esta es mi historia”. Modo tal, apto para contar esa historia de quien, otra vez, en sus melodías y poemas, cuenta historias mediante “la voluptuosidad de la austeridad”. Cuentos superpuestos, perfectos “y a la vez una proeza, porque no deben existir  muchas canciones que alberguen en su seno complejidad semejante en materia de emociones humanas”.

Una investigación minuciosa en reportajes, declaraciones y archivos se suma a la glosa de los propios libros del Tío Len, en un collage propio del rigor periodístico. Magna tarea bibliográfica de referencias, instancias coyunturales e históricas, ilustra el contenido político. Urdimbre vasta, Por qué escuchamos a Leonard Cohen porta en sus entrañas de estricta narrativa múltiples bonus tracks, dentro de los cuales se tejen historias dentro de historias, incluyendo la del propio Marcelo Figueras en lo que se puede considerar, al interior de su amplia obra, la más intimista. Tal vez por ser ajena y apropiada, decir al ser dicha, dichosa.

 

 

 

FICHA TÉCNICA

Por qué escuchamos a Leonard Cohen

Marcelo Figueras

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Buenos Aires, 2022

136 páginas

 

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