Las vueltas de la vida

Los que cantan y bailan para no llorar

 

La semana pasada te mostré varios números donde Fred Astaire baila sólo, con su bastón, con los palos de golf, con los tambores de una batería, con su propia sombra. Y se me ocurrió terminar con esta reflexión: “Este grillo genial te muestra que si no te quieren, hay alternativas al llanto. ¿No es un consuelo?”

No me imaginaba el efecto que esto tendría en solos y solas, que se sintieron interpretados y me lo hicieron saber con frases como: “En nombre del gremio, te agradezco sinceramente la atención. Hasta a los que sabemos que no nos quieren, nos conmueve ser tomados en cuenta”.

Además me sugirieron las dos escenas que te invito a ver hoy. Una es de Chorus Line, donde Fred Astaire baila mientras dirige la orquesta de Artie Shaw.

 

 

De paso te cuento que Artie Shaw se llamaba Jacobo Arshawsky, uno de los tantos moishes del jazz, como su rival en la era del swing, Benny Goodman, y como George Gershwin. Y más de paso todavía te anuncio que pronto te voy a mostrar a los judíos del tango, que ni te imaginás cuántos son y qué buenos.

La otra escena proviene de El cielo es el límite, de 1943. Un piloto se siente desgarrado entre el amor que le sucedió sin proponérselo durante una licencia y el deber de retornar al frente. Está solo, cerca de las 3 de la mañana, le canta al barman y le pide que antes de cerrar le sirva una por su chica y otra para el camino. Un artículo en internet dice que de verdad estaba borracho como una cuba antes de filmar, cosa que me permito poner en duda. Bailar como él lo hace entre vitrinas de copas es más peligroso que tripular un avión en una guerra.

Su gran fama es como bailarín, pero no me parece menos grande como cantante. Estaba acomplejado porque tenía lo que se llama una voz pequeña, no podía subir y bajar en forma vertiginosa como Sarah Vaughan. Pero, ¡cómo la usaba! De hecho es el maestro que inspiró al más grande, al increíble Tony Bennett, que por si no te diste cuenta a mí me gusta más que nadie. Astaire también te hace creer que lo que dice le está pasando a él mientras canta, cosa que por ejemplo no ocurre con algunos que tienen voces superiores, como Ella Fitgzerald, Carlitos Gardel o Frank Sinatra.

Antes de repetir el estribillo, One for my baby and one for the road, termina: “Gracias por la cerveza. Espero que no te moleste que abuse de tu oreja. Que no se diga que Freddie no puede bancársela”.

Se la banca, pero le cuesta. Se quiso levantar a Joan Leslie para pasarla bien durante su licencia, sin decirle quién era, pero se engancharon a lo bestia, ahora tiene que volver al frente, no sabe cómo decírselo, piensa que no quiere comprometerse con nada permanente y lo único que se le ocurre es patearla y huir.

Pero como dice uno de sus biógrafos, hay dos elementos que no puede controlar: la guerra y sus emociones. Por eso se emborracha y rompe el bar, en una forma tan realista que la propaganda de guerra censuró la escena en la que destroza las copas y el espejo con la banqueta, furioso consigo mismo por haberse enamorado y con la guerra que se lo llevará lejos.

 

 

El otro problema es que él tenía 44 años y Leslie 17, aunque parecía mayor. Por ley fue obligada a terminar sus estudios mientras filmaba. “Cuánto más viejo me pongo, más jóvenes son ellas”, comentó Fred.

Aquellos que creen que no los quieren, como se define mi lectora, no pierdan las esperanzas. Mientras el avión se prepara para despegar ambos se gritan amor y se prometen reencuentro. ¿Quién te dice? La vida es tan rara.

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