Maldita herencia

Tercer libro de Historias desobedientes, una experiencia colectiva de 32 autores

 

Verónica Estay Stange es hija de sobrevivientes de la dictadura pinochetista, pero también sobrina de un personaje tristemente célebre conocido en Chile como El Fanta. Figura emblemática de la represión, militante del Partido Comunista antes de entregar a sus ex compañeros ya siendo parte del aparato militar, El Fanta falleció de Covid en 2021 mientras se encontraba cumpliendo cadena perpetua por crímenes de lesa humanidad. Juzgado y condenado, el verdugo no expresó arrepentimiento y nunca dio informaciones sobre los crímenes en los cuales participó.

Heredera de esa memoria del horror e integrante del colectivo Historias desobedientes Chile, Verónica –doctora en Lengua y Literatura Francesa, prestigiosa académica en París– se convirtió en una de las protagonistas centrales del reciente libro Desobediencia de vida, una experiencia colectiva de 32 autores que se presentó en el marco del III Foro Mundial de Derechos Humanos organizado por la UNESCO en la Argentina. Verónica no sólo fue la editora y compiladora: había sido la creadora de un taller literario al interior de la organización, donde se escribieron y revisaron los textos publicados a posteriori en el libro.

Allí, en un extraordinario prólogo titulado “Decir(se) yo”, explica que es el tercer libro publicado por el colectivo Historias Desobedientes, que se destapó en la Argentina a partir de 2017 con la historia de Mariana Dopazo, la ex hija de Etchecolatz, y se expandió a nivel internacional comprendiendo a la Argentina, Chile, Brasil, Uruguay, Paraguay, El Salvador y España, una experiencia única en el mundo. Familiares de genocidas por la memoria, la verdad y la justicia, se nombran hoy. “¿Qué harías tú, lector, lectora, si en algún momento de tu vida descubrieras que eres hijo o hija de un torturador?”, pregunta sin dobleces la chilena en el prólogo.

 

Foto: Alegría González Planas.

 

Una herencia que se lleva en los genes, en el apellido, en ciertos comportamientos reflejos. Una herencia que los Desobedientes asumen en carne propia y de la cual se empezaron a rebelar de forma radical, en duros y complejos procesos humanos, tanto de modo individual como colectivo. Nuevas voces de la memoria en una desafiliación que ocurre no sin desgarros – disociarse del padre, de la madre, del abuelo o de la abuela, del tío o de la tía, para defender principios totalmente opuestos a los suyos.

¿Qué hay “más acá” de la desobediencia? Verónica Estay dice que hay relatos extraños, exploraciones inconcebibles donde cada uno intenta ponerse en el lugar del otro, de los otros, de los dolorosamente otros –las víctimas, los exiliados, los torturados, los torturadores incluso–, perdiéndose u olvidándose a sí mismo frente a esa experiencia ajena, “frente a esa otredad que también nos constituye y en la cual hemos debido fundirnos para encontrarnos luego: 'Me llamo Nadie', título de la primera parte del libro”.

Hay también una búsqueda íntima, sin banderas y sin consignas; una exploración a ciegas en la propia historia, al cabo de la cual, desde lo más hondo, se logra acceder al “manantial de la voz”, título de la segunda parte. La voz propia, la voz capaz de decir “yo”. Proclamarse “yo” frente a los demás –reconocen los Desobedientes– constituye su mayor conquista social. Pero para eso hay que decir también “tú”: “tú, el padre”, “tú, el tío”, “tú, el abuelo”, “tú, el criminal”. Escribe Verónica: “Hasta esas profundidades ha sido preciso descender para construirse una identidad propia”.

¿Y qué hay “más allá” de la desobediencia? Hay rabia, coraje, revuelta. Hay una conciencia, a veces clara y a veces confusa, del deber y el poder colectivos. El sentimiento, casi visceral, de una hermandad, tan potente y al mismo tiempo tan frágil que no se sabe cómo sostenerla. Y la intuición de algo que los trasciende: “Me llamo Todxs”, título de la tercera parte.

Personajes, voces y relatos que se cruzan entre la ficción y lo real, entre la invención y la autobiografía: casi 100 textos, redactados por 32 autores diferentes –con los Desobedientes, novedosamente, como narradores, en el arduo ejercicio de tomar la palabra escrita– es el resultado de un laborioso proceso de escritura que incluye, en el libro editado por Chirimbote, imágenes de Alegría González Planás, fotógrafa paraguaya cuyo bisabuelo paterno fue jefe de Investigaciones del dictador Alfredo Stroessner.

 

Foto: Alegría González Planas.

 

A continuación, una selección de fragmentos de los escritos de Desobediencia de vida, un torrente de historias tan lejos y tan cerca de la memoria:

 

 

Más viva de lo que jamás estuve (Irma Gutiérrez)

Soy Irma Gutiérrez, hija mayor de Armando Gutiérrez. Militar, represor durante la dictadura uruguaya hasta poco antes de darme la vida. Lo amé, pero ya no estoy segura de seguirlo amando. Su ADN está en mi cuerpo, pero mi alma, mi conciencia, son más fuertes. Aquí estoy, encarnando todo lo que él repudiaba, más viva de lo que jamás estuve, sangrando cada día un poco menos. Siendo feliz, cada día, un poquito más…

 

 

Sueño con serpientes (Analía Kalinec)

Me llega hoy temprano la noticia, no entiendo nada… estoy de vacaciones en Mar del Plata, mañana vuelvo a presentar mi libro… seguro hay un error… no puede ser… Escribo a algunos contactos de prensa y con mucho pesar corroboro que la Sala de feria de Casación Penal resolvió autorizar a padre genocida (condenado a perpetua por delitos de lesa humanidad cometidos en el circuito represivo Atlético-Banco-Olimpo) a realizar “salidas transitorias para afianzar y mejorar lazos familiares y sociales”…

 

 

Yo solo sé… (Javier Vaca)

Voy a escribir algo que no debería escribir. Algo que, según me martillaron en la cabeza desde muy chico, no debía contar. Algo que era, y para algunos en la familia sigue siendo, un secreto. Un secreto tan atroz que no quiero participar de él. No quiero con mis silencios ser cómplice de criminales e inhumanos. Un secreto familiar. Mi padre se llamaba Omar Jesús Vaca, nacido en Córdoba Capital el 17 de julio de 1935. El Ejército lo absorbió siendo muy joven y teniendo una gran cantidad de cargas emotivas insatisfechas (padres maltratadores y ausentes). Ahí lo moldearon, le dieron un marco (psicológico, ideológico y político), lo volvieron autoritario y agresivo hacia sus subordinados. La clásica historia del soldado que se “engancha” y luego de la colimba ingresa como suboficial…

 

 

Sombras en el fuego (Consuelo Ulloa)

La violencia policial empezó a pujar más fuerte a medida que más escolares evadían el metro. El ministro de Transportes mandó a la población a levantarse más temprano para poder pagar 30 pesos menos el pasaje. Eso enfureció a los estudiantes, que empezaron a movilizar a la gente. Al cabo de una semana, la turba encabritada rompió las entradas del metro de Santiago y se tomó varias estaciones, cortó el tránsito con barricadas en diversos sectores, salió a tocar sus cacerolas a la calle pidiendo que se fuera el Presidente. La protesta se masificó, y explotó con ganas el 18 de octubre de 2019 por la tarde…

 

 

La mirada (Néstor Rojo)

Camino por las veredas de la ciudad donde vivo. Son un desastre. Y camino mirando hacia el piso para no caerme, no tropezar. Hay un montón de veredas con las raíces de los árboles sobresaliendo, baldosas flojas y materiales de construcción que por aquí es típico dejar en la calle. Vivo en una ciudad extraña, una ciudad donde las miradas se reconocen. Si sos de derecha o de izquierda, si venerás o no a ciertos personajes que nacieron aquí: todo se sabe. Mi ciudad dio dos genocidas tristemente célebres, Alfredo Astiz y Miguel Etchecolatz. El nombre de la localidad proviene de la conquista del desierto, desde la frontera, San Serapio mártir del Callvu Leovu (arroyo Azul). Azul adoptó esa designación. Azul fue también el color del que veía vestido a mi padre policía durante mi niñez y la primera etapa de mi adolescencia…

 

 

¿El tanque realmente me apuntaba? (Gonzalo Fichera)

No importa mi nombre, pero sí que soy hijo de un genocida; que mi papá fue jefe del Área 114 de la cual dependían un regimiento y dos campos de concentración (causa tramitada en el juzgado de Rafecas) durante la dictadura argentina del ‘76; que es algo que aborrezco y rechazo; y que todavía me revuelven las entrañas las torturas y asesinatos que ese hombre cometió. La experiencia que quiero contarles tuvo lugar hace unos años, cuando, intentando despegarme de tanta muerte, me volví hacia el chamanismo, buscando en la relación con el prójimo y con los elementos naturales una conexión directa con la vida, desde las tripas y el corazón…

 

 

Sandalias de cenicienta (Vittoria É Natto)

Las orillas del Mapocho son testigos silentes de las atrocidades cometidas por los esbirros uniformados de la dictadura. Podrás encontrar en sus orillas todo tipo de objetos y despojos insólitos: un bebé no nato, botellas rotas, restos fecales, basuras varias, maderas, y el zapato rojo elegante de Sofía que, con su bebé a cuestas, fue arrebatada de la vida camino al cumpleaños de su madre. Para ella se arregló con esmero; calzó ese día sus sandalias de raso, rojas como su corazón y como el alma de su Partido. Apenas alcanzó a caminar hacia la casa natal, cuando la arrancaron de la calle en un auto blanco. Dos hombres de lentes oscuros la subieron no sin antes encapucharla y ahogar sus gritos desgarrados avisando que estaba embarazada. De Sofía no sabemos más. Solo persiste aquel zapato rojo entre las ramas del río, allá en la pobla de Renca, al extremo norte de la capital de un país diminuto en justicia y verdad…

 

 

¿Quién seré esta vez? (María del Pilar Funes Sánchez)

Yo he de reconstruir la historia, la hija de la mañana, la hija de la tarde, la hija de la noche. Yo he de reconstruir la historia sin párrafos de vértigo. Yo he de reconstruir la historia, la flor de loto que creció en el pantano de un bosque oscuro. Yo he de reconstruir la historia, la hija de las llamas del infierno, la hija del purgatorio, la hija del cielo. Yo he de reconstruir la historia, la hija de las acuarelas, de los lápices estampados en dibujos negros, de la pared de la casa en un barrio que de niña no conocí. Yo he de reconstruir la historia de la mujer que voy a parir.

 

 

 

* Desobediencia de Vida. Familiares de Genocidas por la Memoria, la Verdad y la Justicia, se puede adquirir en editorial Chirimbote.

 

 

 

 

 

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