Más de lo mismo

Seis meses después del anuncio de déficit cero, la inflación porfía en subir en lugar de bajar

 

El jueves 14, el INDEC informó que los precios que pagamos los consumidores argentinos subieron 3,8% en febrero y acumularon un alza de 51,3% en un año, la inflación anual más alta desde 1991. Es el segundo aumento consecutivo del índice mensual de precios al consumidor registrado desde la última vez que el presidente Mauricio Macri nos convocó a festejar porque “ya está bajando la inflación”. El dato más grave es que los precios de los alimentos se dispararon 5,7% en febrero y sumaron casi diez por ciento de aumento en los primeros dos meses del año. Difícilmente se revierta la tendencia en marzo por razones estacionales y el corcoveo del dólar al comienzo del mes.

La inflación real medida por el INDEC en el primer bimestre desmiente la inflación fantástica pronosticada para todo el año por el Fondo Monetario Internacional (20,2% según el último informe de revisión del acuerdo stand-by preparado por sus técnicos), el gobierno (23% según el presupuesto de 2019) y los analistas privados (31,9% según el promedio de las respuestas del último Relevamiento de Expectativas de Mercado del Banco Central, contestado cuando ya se conocía la inflación oficial de enero). Para cumplir el menos fantasioso de esos vaticinios, el promedio mensual de inflación debería rondar el dos por ciento entre abril y diciembre.

La respuesta del gobierno fue más de lo mismo. Las medidas anunciadas por el presidente del Banco Central Guido Sandleris “en respuesta al número de inflación de febrero”, unas horas después de que lo difundiera el INDEC, ratifican y acentúan la política monetaria que ha paralizado al país sin conseguir que los precios dejen de subir cada vez más rápido. El Banco Central impedirá hasta fin de año que los argentinos obtengamos un peso más de los que tenemos hoy, prolongando hasta diciembre su compromiso de crecimiento cero de la base monetaria, que iba a concluir en junio. De hecho, dado que Sandleris también ha resuelto no utilizar el aumento excepcional de la cantidad de pesos permitido por el FMI para atender la demanda estacional de mitad de año, el Banco Central deberá persuadirnos por las buenas o las malas que le entreguemos antes de diciembre el diez por ciento de los pocos pesos que nos quedan.

Semejante ajuste adicional del garrote monetario agudizará la disputa por los pesos remanentes entre los sectores productivos que no pueden prescindir de ellos para seguir funcionando y elevará el costo de obtenerlos. Por ejemplo, ¿dónde y cómo conseguirán las empresas los pesos necesarios para pagar los aumentos salariales que se acuerden en las paritarias de este año? La consecuencia ineludible será soportar durante todo 2019 el nivel groseramente alto de la tasa de interés de las letras LELIQ del Banco Central, que fija el piso de referencia para los intereses que los bancos cobran por financiar a las empresas y los consumidores argentinos, sofocando cualquier expectativa razonable de reactivación. Sandleris lo advirtió clarito en su conferencia de prensa del jueves: “La reacción rápida de la tasa, que está en el núcleo de este esquema, ayuda a reducir la volatilidad cambiaria y a aumentar el sesgo contractivo frente a sorpresas inflacionarias”.

Mientras el precio del dólar no supere el techo de la banda de no intervención impuesta por el FMI (hoy en $50,45), Sandleris sólo podrá tratar de moderar esa “volatilidad” del tipo de cambio mediante la tasa de las LELIQ porque Christine Lagarde rechazó el pedido del ministro de Hacienda Nicolás Dujovne de que le permita vender los dólares prestados por el FMI en volúmenes relevantes para frenar una eventual corrida. Bien leído, el permiso que Lagarde sí le concedió a Dujovne para que subaste U$S 9.600 millones de esos dólares, a razón de 60 millones por día a partir de abril, reduce el margen de maniobra del gobierno. Antes de que se conocieran estas precisiones, el mercado interpretaba que el criterio establecido en el acuerdo stand-by por el cual el Tesoro debía vender los dólares del FMI para cubrir necesidades fiscales en pesos era una pauta general y no una regla estricta. Llegado el caso, se esperanzaban los operadores locales, una vez más los funcionarios del organismo mirarían para el costado con tal de no perjudicar la reelección de Macri. Ya no cuentan con ese reaseguro. Sesenta millones diarios (o 210 millones si el dólar perfora el techo de la banda) no alcanzarían para frenar el tipo de cambio si los ahorristas resolvieran en masa dolarizar sus depósitos bancarios.

¿Logrará finalmente bajar la inflación este torniquete monetario recargado? Ni siquiera Sandleris parece muy convencido, a juzgar por sus dichos en la conferencia de prensa del jueves, sobre todo si se los compara con el discurso que pronunció al asumir la presidencia del Banco Central en septiembre del año pasado. En aquel discurso, el flamante presidente del organismo afirmó que el “carácter antiinflacionario de ir a cero crecimiento de la base monetaria es indudable” y, si bien su efecto no sería “instantáneo”, empezaríamos a ver “en algunos meses cómo la inflación disminuye”. Ya han pasado más de seis meses, el semestre que según los cultores del monetarismo demora en producir resultados un ajuste de este tipo, y la inflación porfía en subir en lugar de bajar. ¿Qué tiene Sandleris para decir al respecto ahora? Pues que “entendemos la frustración que genera la inflación de febrero” y “cómo afecta a la gente el aumento de precios”, pero “esto no implica que el esquema no esté funcionando” y “reforzado con las [nuevas] medidas llevará a una disminución de la inflación durante este año”. Ahora sabemos que “algunos meses” quiere decir quince meses. Por lo menos Sandleris es más optimista que su jefe, el Presidente Macri, quien el viernes pasado, durante un almuerzo en la quinta de Olivos con intendentes de Cambiemos, prometió que “vamos a tener un país con una inflación de un dígito”. ¿Cuándo? “En diez años”.

 

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