PLAN DE JUEGO, RESULTADOS Y OBJETIVO

Ajustes sucesivos hasta encontrar el límite que imponga la resistencia social

Tanto las características de los integrantes del seleccionado con el que el régimen entró a la cancha en diciembre de 2015 como el plan de juego, las jugadas de pizarrón ensayadas y los resultado hasta ahora obtenidos, son coherentes con el objetivo buscado.

Cualquier observador/a atento/a percibe que la impericia y la indecencia son atributos determinantes de los jugadores y el cuerpo técnico. En cambio, es más difícil comprender que el perjuicio más grave para el pueblo argentino no está en esas cualidades personales. Los relevos del presidente del Banco Central y dos ministros han servido para que los medios hegemónicos explotaran esta dificultad causando confusión incluso en algunos observadores bien intencionados, quienes han llegado a atribuir las fatales consecuencias de los actos de gobierno exclusivamente a la ineficiencia y/o inmoralidad de los funcionarios salientes, cuando en realidad han sido deliberadamente buscadas.

La vertiginosa sucesión de episodios que ha culminado con la entrega de la política económica —y por lo tanto aspectos clave de la conducción política— al FMI, es la confirmación de este malentendido: el ex ministro de endeudamiento y actual presidente en comisión del Banco Central, Luis Caputo, afirmó que la corrida cambiaria y la fuerte devaluación de la moneda fueron “lo mejor que nos pudo haber pasado”. Por su parte, el presidente Macri al anunciar la vuelta al Fondo dijo que “vale la pena el esfuerzo que estamos haciendo”; la cara de piedra del personaje duranbarbesco pudo haber inducido a suponer que se estaba refiriendo al esfuerzo de todos en pos de un beneficio para todos, pero no: se trata del esfuerzo de la mayoría en beneficio de la minoría a la que él pertenece.

¿Cuál es el plan de juego? El mismo que coronó todos los colapsos anteriores: la meta es achicar el déficit fiscal y licuar los salarios mediante una mega-devaluación que supere la tasa de inflación. Con la elevación del tipo de cambio se espera reducir el desequilibrio comercial y generar los dólares requeridos para pagar la impresionante deuda contraída. La recesión en gran escala es el mecanismo elegido para perpetrar este ajuste, que ocasionará un mar de quebrantos, desempleo y pobreza. La letra chica y la no tan chica de las imposiciones del Fondo permiten afirmar que el organismo que defiende los intereses de los prestamistas ha diseñado el operativo en tres partes.

El primer movimiento consiste en una devaluación sin techo, que asegure brechas significativas en relación con los precios internos. Para garantizarlas se han dispuesto límites infranqueables a los intentos de contrarrestar la escapada del dólar con la venta de reservas; así, la cotización podrá trepar sin pausa a través de la libre flotación, que ya había empezado a implementar el desplazado Sturzenegger; el nivel actual está muy lejos de la añorada paridad de 2002/03, lo que explica el reclamo de Melconián del dólar a 41 pesos. El segundo paso apunta a evitar que el incremento de la moneda norteamericana se traslade íntegramente a los precios, y consiste en una brutal contracción de la actividad productiva; esta recesión es inducida a través de exorbitantes tasas de interés, el 40% es el piso; la ruptura de la cadena de pagos que ya se verifica en varios sectores es el anticipo de la fuerte caída que sufrirán la producción y el comercio. La tercera jugada quirúrgica, que el inefable Dujovne ha de someter a aprobación de su jefa Lagarde, es el techo de inflación; se espera forzar un porcentual inferior a la tasa de devaluación mediante un salvaje aplastamiento del consumo popular.

Está probado hasta el hartazgo que un programa de tal naturaleza fracasa como consecuencia del círculo vicioso del ajuste. La recesión achica la recaudación, potencia el déficit fiscal —ya incrementado por la supresión de impuestos a los ricos— y obliga a nuevos ataques a los ingresos populares con los mismos resultados. Los tarifazos —que incrementan a niveles inauditos la tasa de ganancia de las empresas involucradas— agravan la recesión y se tornan interminables por su atadura al dólar. Lo que el fisco “ahorra” con despidos y parálisis de la obra pública se despilfarra en intereses de la deuda. Entonces la receta indica un nuevo ajuste, y así hasta encontrar el último límite que imponga la resistencia social.

Sin embargo, el ideologismo característico de algunos integrantes de las capas medias, incluidos capitalistas que seguramente se verán afectados, explica su entusiasmo. Otros festejantes se están reconvirtiendo; por ejemplo, de fabricantes en importadores, y está por verse cuál será su destino.

El sistema político muestra a una UCR definitivamente subordinada a la neo-oligarquía y, por otra parte, a los sectores conservadores del PJ que vacilan y especulan con que Macri haga el trabajo sucio y pague el costo político para, eventualmente, llegar al gobierno en un país parecido al del interinato de Duhalde. Nada descabellado, porque una condición no explícita del Fondo es la continuidad del programa a cualquier precio, razón por la cual empiezan a circular los nombres de los muletos, que van de Vidal a Urtubey.

Ahora bien, cuando digo que el programa fracasa quiero decir que fracasa según la buena teoría, pero no según el objetivo estratégico de la oligarquía. Entonces hay que responder la pregunta: ¿cuál es ese objetivo estratégico?

A mi juicio, desde diciembre de 2015 se impulsa un proceso económico, político y social que implica un nuevo intento de transformar regresivamente a la sociedad que conoció los más altos niveles de integración de América latina; es decir, demoler cualquier expresión de soberanía y todo aquello que se parezca a una conquista popular. Es oportuno señalar que conceptos como imperialismo y lucha de clases, que fueron estigmatizados como antigüedades por los aparatos de propaganda hegemónicos, conservan un gran poder explicativo: son los que están detrás de ideas también abandonadas, como las de liberación nacional y social, directamente vinculadas al rol estructural de la deuda externa: lo que define una relación imperial es la extracción del excedente de las economías dependientes. Hasta principios de los años ’70 esta extracción se concretaba a través del comercio, y estaba implícita en los términos del intercambio entre el centro y la periferia; ya en tiempos de hegemonía del capital financiero, la extracción se produce fundamentalmente a través del endeudamiento, que comenzó con el reciclaje de los petrodólares y desde entonces no se ha detenido. La deuda externa, cuando es elevada y en un contexto de desindustrialización, se lleva el excedente generado por la economía neocolonial e impide su desarrollo; éste es el resultado buscado y obtenido por el régimen, que nos limita a una inserción internacional de meros proveedores de commodities con pocos ricos muy ricos y miles de pobres muy pobres.

La historia nacional muestra que la consolidación de una realidad como la del presente ha sido un objetivo tan irrenunciable para las oligarquías como la de una sociedad igualitaria para los sectores populares. Si la última dictadura impuso el plan a sangre y fuego, el macrismo recurre a la represión para sostenerlo y al cinismo extremo de la alegría y el éxito fingidos para legitimarlo: sin ir más lejos, tanto el ruinoso regreso al Fondo como la buena nota condicional de MCSI —país emergente, justamente obtenida gracias a la generación de condiciones para la dañina libre circulación de capitales— fueron presentados como éxitos que posibilitarían el bienestar de las mayorías, nombrado por el discurso oficial como “reducción de la pobreza y protección de los más débiles”, y definido como el objetivo último de su política económica.

Si el proceso iniciado en 1976 dejó graves secuelas que aún perduran, que este las profundice o no dependerá de la eficacia política que logre la reacción popular encendida desde fines del año pasado, materializada hasta ahora en imponentes movilizaciones y un concluyente paro nacional.

 

 

 

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