PONER EL CUERPO

Nos tocará responder por lo que hicimos o no durante el genocidio de Gaza y durante Mirrey

 

A comienzos de los '90, una obra teatral desbordó las fronteras del mundo cultural para convertirse en fenómeno socio-político. Se llamaba Ángeles en América (Angels In America) y era un texto monumental, escindido en dos partes: El milenio se aproxima (Millenium Approaches) y Perestroika. Su autor era un tipo del que nunca había oído hablar: Tony Kushner, nativo de Manhattan, hijo de dos músicos de formación clásica, que por entonces tenía treinta y pocos años. El fenómeno alrededor de Angels Is America fue creciendo debido a las características inusuales de la obra —tan ambiciosa en términos narrativos como políticos, de una prosa afilada y lírica que, sin embargo, se permitía momentos divertidísimos—, pero ante todo porque pareció encarnar el espíritu de la época, lo que solemos llamar zeitgeist. Angels In America fue la botella que capturó el rayo de algunas de las preocupaciones centrales de esa era. Su acción se desarrollaba a mediados de los '80, en la hora de gloria del nuevo conservadurismo de Reagan y Thatcher. A la ansiedad que producía el fin de siglo en ciernes se le sumaban señales ominosas: la difusión de un nuevo mal, el VIH, que causaba estragos entre la comunidad de los homosexuales y los adictos a las drogas duras, y la primera conciencia de una crisis ambiental que anunciaba la inminencia del Apocalipsis.

Por esas vueltas de la vida, visitaba yo Nueva York entonces a causa de mi trabajo y tuve la fortuna de conseguir una entrada para ver Millenium Approaches en el Walter Kerr Theatre. La obra me voló la cabeza. Era todo lo que uno espera, o al menos yo espero, de una obra de arte: una forma deslumbrante que se anima a discutir en términos dramáticos los temas más urgentes de la época, sin dejar de ser nunca formidablemente entretenida. Poco tiempo después Angels ganó el Tony, premio por antonomasia del teatro de los Estados Unidos, y también el Pulitzer al Mejor Drama.

 

 

Angels In America enhebra varias historias. La de Prior Walter, cuyo cuerpo comienza a ser devastado por el VIH de un modo tan arrasador que su pareja, Louis, se acobarda y decide abandonarlo. La de Joe y Harper Pitt, un joven matrimonio mormón que está en crisis, entre otras razones porque Joe es gay y su religión no le permite aceptarlo. A ese tapiz Kushnner le suma un personaje real: el abogado Roy Cohn, discípulo del senador Joseph McCarthy, quien llevó adelante la cacería de brujas contra toda personalidad pública a quien conviniese acusar de comunista. Cohn —que fue instrumental a la hora de conseguir la condena a muerte de Ethel y Julius Rosemberg, acusados de espiar en beneficio de los rusos y ejecutados en el '53— era un cretino descomunal. Operador judicial todo terreno, carecía del más mínimo escrúpulo. Sin su influencia y su trabajo de zapa, probablemente la restauración conservadora de los '80 no hubiese sido posible. Uno de los personajes lo describe como "un Santo de la Derecha". (En tiempos de "fuerzas del cielo", esta definición de Kushner permite relecturas argentas.)

La ironía a que la historia humana es afecta quiso que Cohn fuese además un homosexual confinado en el más férreo de los closets —hasta no hace mucho republicano puto suponía un contradicción lógica, como aquí libertario democrático—, y que además enfermase de VIH, de cuyas complicaciones murió en 1986. En Angels In America, Kushner convierte a Cohn en lo más parecido a un villano digno de Shakespeare que yo he alcanzado a ver en una obra contemporánea: descomunal, salvaje, ferozmente divertido, más grande que la vida misma. Lo escuchás a Cohn y es como estar escuchando a Steve Bannon o a cualquiera de los monjes negros que hoy asesoran al Presidente Mirrey: "¿Que lo que hice no fue legal? Me cago en lo legal. ¿Soy yo un hombre agradable? Me cago en lo agradable. Dicen cosas terribles de mí en The Nation. Me cago en The Nation. ¿Vos, qué querés: ser Agradable o ser Eficiente?"

No conseguí disfrutar de Perestroika en vivo, pero por supuesto vi la versión de Angels In America como miniserie, que produjo HBO, dirigió Mike Nichols y adaptó el mismo Kushner. Todavía está disponible en la plataforma Max, si no la vieron se las recomiendo. Sigo pensando que la obra se luce más en escena —no hay con qué darle, el efecto de la puesta en vivo de Angels es revelatorio, una experiencia trascendente—, pero tampoco voy a despreciar lo que hace en la miniserie un elenco de peso, con Al Pacino como Roy Cohn, Meryl Streep en múltiples papeles (¡incluyendo el de un rabino!), Emma Thompson como El Ángel —porque hay ángeles en la obra además de en el título, y también fantasmas—, Jeffrey Wright como una enfermera trans llamada Belize y Justin Kirk en el papel de Prior.

 

Tony Kushner.

 

Kushner escribió otras obras después de Angels, pero —algo casi inevitable— ninguna obtuvo una repercusión semejante. Sin embargo, su carrera incurrió en el más interesante de los desvíos desde que se convirtió en algo así como el guionista de cabecera de Steven Spielberg, y por ende en co-responsable de algunas de sus mejores películas de las últimas dos décadas: Munich (2005), Lincoln (2012), West Side Story (2021) y The Fabelmans (2022). Esto también tiene su gracia a la manera de las profecías autocumplidas, porque al final de Millenium Approaches, el postrado Prior recibe la visitación del Ángel a través del techo del lugar —una irrupción que, en la puesta del Walter Kerr Theatre, se veía espectacular— y entonces dice, porque es de los que no pierde el humor ni cuando siente que se está muriendo: "Very Steven Spielberg..."

Al menos en mi alma, la obra funcionó como lo hizo porque sintonizaba con un estado de ánimo finisecular, la sensación de que algo muy grande llegaba a su fin sin que se entreviese qué arribaría en su reemplazo. En la trama, los ángeles eligen a Prior como profeta contemporáneo y lo instan a que comunique a la humanidad que debe dejar de progresar, porque esa obsesión nuestra por mejorar de forma constante es contraproducente, al punto que ha compelido a Dios a ausentarse definitivamente, dándole la espalda a la Creación. (Así dicho el planteo suena delirante, pero en la situación del moribundo Prior, a quien le cuesta distinguir realidad de alucinación, funciona de modo convincente.)

Esa es un poco la gran pregunta de la era, que Kushner verbalizó entonces y no ha perdido vigencia. ¿Qué deberíamos hacer? ¿Persistir en la voluntad de mejorar o resignarnos a nuestros peores instintos, esos que predominan en los momentos más espeluznantes de la historia humana? Porque, en lo que va desde los '90 hasta el presente, las cosas se han emputecido a gran velocidad. Cambiamos una revolución conservadora por otra. La economía mundial es un globo al que están inflando demasiado. El planeta echa humo y pierde aceite. Nuestra generación está siendo testigo —testigo mudo e inerme, en buena medida— de una de las páginas más atroces de la historia mundial, que el Estado de Israel sigue perpetrando a diario en Gaza. Los ángeles que visitan a Prior estarían más que satisfechos con nosotros: hemos dejado de progresar. El problema es que la naturaleza del cambio no perdona, es implacable. En el mismo instante en que el progreso hace un alto, empezamos a involucionar.

 

 

Y esa involución no puede ser más evidente. No hay sitio que mirar donde no se manifieste. "Las cosas están colapsando en todas partes —dice Harper al comienzo de la obra—, las mentiras salen a flote, los sistemas de defensa se hunden... La piel arde, los pájaros se quedan ciegos, los icebergs se derriten. El mundo está llegando a su fin".

Hoy en día, Prior tendría claro que, antes que la visita de un ángel, es mucho más probable que le caiga encima una bomba nuclear. En cuyo caso, sus palabras finales seguramente serían: "Very Christopher Nolan..."

 

 

 

Malversación de fondo

Uno puede hacerse el pelotudo durante un largo rato —años, incluso—, pero finalmente no le queda otra que admitir que le tocó vivir en un tiempo que no es cualquier tiempo. Tarde o temprano, la lamparita se enciende en tu cabeza y entendés que, en el futuro, todos querrán saber qué hicimos o dejamos de hacer cuando ocurrió lo que está ocurriendo. Momentos de este tipo ha habido a montones en el último siglo. ¿Qué hicieron los adultos de entonces mientras los nazis masacraban judíos, gitanos, putos y deformes? ¿Qué hicieron los adultos de entonces cuando Truman borró Hiroshima y Nagasaki de la faz de la Tierra? Nosotros mismos tenemos varias preguntas de esa naturaleza que responder. ¿Qué hicieron los adultos de entonces mientras los milicos desaparecían a miles de personas para llevar adelante un plan económico que —mirá vos— es igualito al actual? ¿Qué hicimos los adultos de hoy cuando quisieron matar a Cristina y no pasó nada? ¿Qué estamos haciendo ahora los adultos, mientras el gobierno libra una guerra unilateral contra el bienestar de la mayoría de los argentinos?

En el contexto mundial, el hecho que parte aguas es inequívoco. Gaza está siendo sometida a un genocidio, mediante las armas —¿quién me saca de la cabeza la imagen de ese nenito o nenita con la cara reventada por diez mil ampollas, consecuencia de sus quemaduras?— y mediante el hambre deliberada que ya mata a hombres, mujeres, viejos y criaturas como si fuesen moscas. La semana pasada les contaba del escándalo que se produjo cuando el director Jonathan Glazer ganó el Oscar por Zona de interés y se le ocurrió decir que no quería que secuestrasen su condición de judío para justificar la ocupación de Palestina y todo el dolor que trae aparejado. Esta semana, un millar de profesionales del entretenimiento de origen judío se tomaron el trabajo de juntar sus firmas para suscribir una condena social a Glazer mediante una carta abierta. (Se ve que el repudionismo está causando estragos en el mundo entero, tanto en la derecha como en la izquierda.) Pero por supuesto, también se alzaron voces en su defensa, una de las cuales me interesó particularmente.

 

Emma Thompson en la miniserie "Angels in America".

 

Tony Kushner fue entrevistado esta semana para un podcast del diario israelí Haaretz, con la excusa de la versión de Angels In America que se está presentando en Tel Aviv. Y por supuesto, le preguntaron si estaba de acuerdo con lo que había dicho Glazer. A lo que Kushner respondió: "Por supuesto. ¿Cómo podría no estarlo?" Para a continuación definirlo como "una declaración intachable, irrefutable".

"Lo que Glazer dijo —continuó— es muy, muy simple: la condición judía, la identidad judía, la historia judía, la historia del Holocausto, la historia del sufrimiento judío, no pueden ser usadas como excusa para un proyecto de deshumanización o masacre de otro pueblo. Eso es una malversación de lo que significa ser judío, de lo que significó el Holocausto, y él (Glazer) rechazó esa malversación. ¿Quién puede no estar de acuerdo? ¿Qué clase de persona piensa que lo que está ocurriendo hoy en Gaza es aceptable? Y si te encontrás diciendo, en público y en voz alta, 'Para mí lo que están haciendo está bien', porque sentís que tu única opción como judío es defender todo lo que hace Israel, deberías sentir vergüenza (shame on you)".

"Conozco a gente que está apasionadamente involucrada en el llamado a un cese del fuego y es gente que de antisemita no tiene nada, su interés no pasa por la destrucción de Israel ni por generar pogroms contra los judíos en ninguna parte. Lo que les interesa (y que genera) la pasión y la bronca que están a la vista, es el hecho de que hay miles de vidas en juego, decenas de miles, millones de vidas en juego. Porque lo que está teniendo lugar ante nuestros ojos se parece mucho a una limpieza étnica. Hay gente de extrema derecha en el gabinete de Netanyahu que está diciendo: 'Sí, ahora es nuestro turno'. ¿Eso no es limpieza étnica?"

Kushner dijo además que quería que "los israelíes puedan vivir en paz y seguridad, pero el tratamiento al que se somete a los palestinos, la ocupación y el aprisionamiento de la gente en Gaza y los checkpoints y los muros, todo eso no contribuye a la seguridad de Israel".

 

Meryl Streep en la miniserie "Angels In America".

 

"Si me hubieses preguntado, incluso el 7 de octubre (día del ataque de Hamas en territorio israelí): '¿Vos creés que el gobierno permitirá que el IDF —el ejército de Israel— mate a 30.000 personas, muchas de ellas civiles?', yo hubiese dicho que no. O sobre lo que las Naciones Unidas están denunciando, la hambruna inminente: también hubiese dicho que no. Es obvio para mí que la ocupación ha sido una catástrofe moral para Israel, y que el tratamiento del pueblo palestino es una mancha sobre la reputación de Israel desde la mismísima fundación del Estado. Pero hasta ahora había creído, estúpidamente, que existían límites".

En Millenium Approaches, Prior tiene un sueño durante el cual comenta lo siguiente: "Yo suelo decir: 'Me cago en la verdad'. Pero la mayor parte de las veces, es la verdad la que se caga en uno".

A lo cual yo no puedo menos que replicar: amén.

 

 

 

La Gran Pregunta

A nosotros nos tocará responder por lo que hicimos o no durante el genocidio de Gaza y durante el gobierno de Mirrey. Ese es el patrón por el cual seremos medidos por las generaciones futuras, y recordados en consecuencia. Y de momento —a qué negarlo—, no pinta nada bien. La capacidad de tolerar lo intolerable no es una virtud, sino algo que no garpa mucho en ningún currículum, a no ser que se trate del CV de alguien que busca hacer carrera como masoquista o como infeliz.

En Angels In America, Prior se cuestiona el rol profético que las criaturas aladas le encomiendan. No le convence la idea de convertirse en embajador de la stasis, del estancamiento. Quedarse quieto, resignarse, es una idea que repugna a su humanidad. (Es posible que, por identidad de género, entienda mejor que muchos que, antes que estar acabado —terminado—, uno es más bien un constante work in progress, un devenir zigzagueante hacia una versión más depurada y perfecta de sí mismo.) Por eso considera rechazar el honor que los ángeles pretenden concederle, y ríe cuando se le recuerda que los profetas que renuncian a su llamado, como Jonás, suelen terminar en el vientre de monstruos marinos.

 

Andrew Garfield como Prior, en una de las puestas de la obra en Broadway.

 

Como no puede esperarse otra cosa, tratándose de la víctima de una peste contemporánea a quien su amor abandona precisamente por estar enfermo, Prior está cabreado con la vida. Le parece que hay algo inherentemente injusto en las reglas del juego. Y cuando se planta ante los ángeles para decirles, no, gracias, aprovecha para pasar factura. "Y si Él (Dios) volviese —les dice—, si tuviese el tupé de asomar Su cara, o su glifo (signo) o lo que fuese, nuevamente por el Jardín del Edén... si después de toda esta destrucción Él volviese para ver... cuánto sufrimiento creó Su abandono, si Él volviese, ustedes deberían demandarlo, al muy turro. Esa será mi única contribución a toda esta Teología. Háganle juicio al muy turro, por dejarnos solos. Cómo se atreve".

Pero, en ausencia de la conducción divina, Prior tampoco se muestra obediente ante las segundas marcas. Lucha contra uno de los Ángeles como el Jacob bíblico, hasta arrancarle la misma promesa: quiere que el Ángel le conceda una bendición especial, que es aquella que significa más vida. En el posfacio de la edición de Angels In America: Perestroika, Kushner reconoce la deuda que tiene con el académico Harold Bloom, cuya exégesis del encuentro entre Jacob y el Ángel forma parte del ensayo The Book of J. En la traducción de Bloom, "más vida" no significa tan sólo una vida más larga, lo cual de todos modos Prior agradecería, estando enfermo como lo está. Significa, ante todo, más vida dentro de la vida, una vida en un nuevo nivel de iluminación, de comprensión profunda del fenómeno de la existencia.

Prior le pide al Ángel: "Bendíceme a pesar de todo. Quiero más vida. No puedo evitarlo. Es así. He atravesado tiempos tan terribles, y aun así existe gente que vive cosas mucho, mucho peores, pero... uno los ve vivir de todos modos. Cuando son ya más espíritu que cuerpo, más llagas que piel, cuando están quemados y en agonía, cuando las moscas depositan larvas en la comisura de los ojos de sus niños, ellos viven. La idea es que, usualmente, la muerte tome la vida y se la lleve. No sé si se debe al impulso animal. No sé si no sería más valiente morir, nomás. Pero yo identifico el hábito. La adicción a estar vivo. Nosotros vivimos más allá de la esperanza. Si puedo encontrar esperanza en algún lado, listo, eso es lo máximo que puedo hacer. Es tanto y a la vez tan poco, algo inadecuado, pero... Bendíceme de todos modos. Quiero más vida... Y si Él (Dios) regresa, demándenlo. Él nos abandonó. Tiene que pagar".

 

Tony Kushner y el director Mike Nichols.

 

La expresión poner el cuerpo no tiene traducción en el idioma inglés. No deja de ser curiosa, como formulación, porque cuando la usamos, lo que estamos sugiriendo es algo casi impracticable: agarrar nuestro propio cuerpo con nuestras propias manos y colocarlo allí donde es menester que esté, para marcar una diferencia crucial. Eso es, literalmente, lo que hacen tanto Jacob como Prior ante sus respectivos ángeles. No se arrodillan a implorarles. No les rezan con los dedos entrecruzados. No se limitan a esperar lo mejor. Los agarran del cogote y luchan contra ellos. Ponen el cuerpo, dan un paso al frente, se prenden del ángel y no lo largan hasta que obtienen lo que pretenden. (Aun a costa de gran dolor físico, como consta en el texto bíblico: a consecuencia de su match de catch con la criatura alada, Jacob renqueará durante el resto de su vida.) Pero no se quedan en el molde. Actúan. Van adelante. Ponen el cuerpo.

Sobre el final de Angels in America hay una escena en que hasta los muertos hacen su parte. La simpática y delirante mormona Harper, que ha pasado toda la obra obsesionada por el agujero en la capa de ozono a la altura de la Antártida, toma un avión para dirigirse a San Francisco. (No es cualquier ciudad esa, en el contexto de Angels In America. Durante uno de sus tramos, uno de sus personajes etéreos dice que el Cielo se parece mucho a San Francisco. No sé ustedes, pero yo todavía no conozco el Cielo.) Y desde las alturas, a través de la ventanilla, Harper tiene una visión milagrosa:

"Las almas se estaban elevando, desde la Tierra allá abajo. Las almas de los muertos, de la gente que pereció, de hambre, a causa de la guerra y de la peste, y todos flotaban como paracaidistas en reversa, con los brazos en jarras, girando y girando. Y las almas de esos muertos se tomaban por las manos, y se agarraban de los tobillos y formaban una red, una gran red de almas, y esas almas eran moléculas de tres átomos de oxígeno, la materia del ozono, y el agujero las absorbió y quedó reparado". Entonces concluye Harper: "Nada se pierde para siempre. En este mundo existe una suerte de progreso doloroso. Extrañamos lo que dejamos atrás y soñamos con lo que vendrá".

 

 

En este nuevo 24 de marzo, millones de argentinos nos preparamos para tejer en las calles una red que repare simbólicamente el agujero que la violencia abrió en nuestras almas, hace casi medio siglo. Lo hacemos todos los años a esta altura, para que nuestros cuerpos no pierdan la memoria física, orgánica, de lo que significa moverse para abrazar el destino que elegimos a conciencia y para disputarlo de ser preciso. Probablemente se trate, además, del 24 de marzo más relevante que hayamos vivido desde la recuperación de la democracia, porque nunca antes vimos padecer al cuerpo democrático de este modo. Durante los últimos tiempos hemos sido tremendamente torpes en su defensa y por eso está a nuestros pies hecho un guiñapo —más espíritu que cuerpo, más llagas que piel— pero vivo a pesar de todo, a la espera de que formemos la red que necesita para ser rescatado y cuidado hasta que recupere su salud.

Esta es, para el pueblo argentino, una hora determinante. Hagamos lo que decidamos hacer, no podemos ignorarlo.

En el comienzo de Perestroika, Tony Kushner imagina a un personaje a quien jocosamente bautiza Aleksii Antedilluvianovich Prelapsarianov, definido como El Más Viejo de los Bolcheviques Vivos, "inimaginablemente anciano —lo describe— y totalmente ciego". Es ese hombre quien nos interpela hoy, en busca de respuestas:

"La Gran Pregunta que está ante nosotros es: ¿estamos condenados? La Gran Pregunta que está ante nosotros es: ¿nos liberará el Pasado? La Gran Pregunta que está ante nosotros es: ¿podemos Cambiar? ¿A tiempo?"

No lo sabremos hasta que pongamos el cuerpo.

 

 

 

 

 

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