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La obra de Verbitsky sobre la Iglesia y la disputa por el acceso a los documentos del Episcopado

El ciclo en el Centro Cultural Kirchner sobre la obra de Verbitsky que comenzó el 21 de mayo fue producido por Camila Perochena, Diego Sztulwark y Daniel Tognetti. Lo que sigue es la lectura de los ocho libros del autor sobre la Iglesia Católica que realizó la periodista y politóloga Luciana Bertoia. El próximo encuentro, sobre "Vida de Perro", será el miércoles 7 de junio, y se realizará en una sala más grande, ya que el 21 quedó mucha gente sin poder ingresar. Lo conducirá Camila Perochena, y Verbitsky analizará la obra junto con Flavia Dezzutto, decana de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba.

 

Su rol en el terrorismo de Estado fue lo que motivó a Horacio Verbitsky a investigar el lugar que ocupó la Iglesia Católica en la historia política de la Argentina y cómo fue forjando su relación con las fuerzas armadas.

En 1995, Verbitsky publicó la confesión del marino Adolfo Scilingo sobre los vuelos de la muerte, que funcionó como un verdadero parteaguas en el proceso de verdad y justicia sobre los crímenes cometidos durante la dictadura. La búsqueda de las víctimas y de los organismos de derechos humanos no había cejado, pero era –al decir de un sobreviviente– como atravesar el desierto, por la vigencia de las leyes de Punto Final y Obediencia Debida.

¿Por qué a Verbitsky esa confesión de Scilingo lo convocó a investigar el rol de la Iglesia? Por dos cuestiones que el militar le relató. Una, que a principios de 1976, el entonces comandante de Operaciones Navales, Luis María Mendía, reunió a integrantes de la Armada en un salón de la base de Puerto Belgrano y les habló de detenidos que iban a volar pero que no iban a llegar a destino. Esto fue presentado como una muerte cristiana. El otro dato que Scilingo le proporcionó fue que los capellanes les daban consuelo a quienes volvían de los vuelos en los que tiraban a personas adormecidas a las aguas.

Durante diez años, Verbitsky estudió el rol de la Iglesia, desde el gobierno de Julio Argentino Roca hasta el de Raúl Alfonsín. Como había acumulado unas 2.000 páginas que eran impublicables para un único tomo decidió publicar la historia de El Silencio, la isla del Tigre a la que llevaron a un grupo de secuestrados en la ESMA ante la visita de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) en septiembre de 1979.

Este hecho demostró dos cuestiones. Por un lado, que una propiedad que pertenecía a la Iglesia funcionó como centro clandestino durante el terrorismo de Estado; por otro, que la Iglesia colaboró con la dictadura para ocultar sus crímenes ante el mundo.

Hay preguntas que guían la indagación de Verbitsky. Es posible rescatar dos de ellas:

  • ¿Por qué la Iglesia actúa de ese modo, prestando sus instalaciones para montar un centro clandestino, cuando nunca hubo un atentado de la guerrilla contra personas o lugares eclesiásticos que, en cambio, fueron blanco predilecto de la represión militar – como sucedió, por ejemplo, con los secuestros de la Iglesia de la Santa Cruz o la masacre de San Patricio?
  • ¿Por qué la Iglesia fue un lugar de refugio para los perseguidos en otros países de la región –como Chile, Brasil o Uruguay– y en la Argentina funcionó como un azote?

Esta mancomunión entre las autoridades eclesiásticas y el poder militar se puede ver con nitidez en un documento que Verbitsky publicó sobre una reunión que sostuvo el Episcopado en abril de 1978 con Jorge Rafael Videla, en la que los tres representantes de la Iglesia concertaban con el dictador qué respuestas dar sobre los desaparecidos, sobre todo ante la proximidad del encuentro de Puebla que tendría lugar en enero de 1979.

El Silencio se publicó en un momento trascendental para el proceso de verdad y justicia: 2005, el año en que la Corte Suprema declaró la inconstitucionalidad de las leyes de impunidad y, de esa forma, dio paso a la reapertura de los procesos contra los genocidas.

En noviembre de ese año, el Episcopado se metió en ese debate con la publicación de un documento titulado Una luz para reconstruir la verdad. En ese texto, se preguntaban los obispos si le habían transmitido toda la verdad a los jóvenes sobre lo acaecido en la década de 1970 –no hablaban de dictadura– o si se les ofrecía una mirada sesgada de los hechos y se transmitían viejos enconos y lecturas parciales. La Iglesia hablaba de crímenes de lesa humanidad –porque a esa altura era imposible negar lo que el Poder Judicial reconocía– pero advertía sobre la impunidad de los crímenes de la guerrilla. Como remarca Verbitsky, fue una forma de equiparación.

 

 

 

Los libros

En ese contexto, Verbitsky publica en 2006 –al cumplirse 30 años del golpe genocida– Doble juego, que muestra a la Iglesia cómplice de los victimarios pero que también tiene víctimas en sus filas.

Después vinieron los cuatro tomos de Historia Política de la Iglesia. La tesis que recorre esa obra es que sin estudiar el papel central de la Iglesia Católica Apostólica Romana es imposible entender la historia de la Argentina moderna y la tragedia que marcó el último tercio del siglo XX.

Los tomos en cuestión son:

  • Cristo Vence, que abarca desde los gobiernos de Julio Argentino Roca a Juan Domingo Perón;
  • La Violencia Evangélica, que va desde la dictadura del ‘55 hasta el Cordobazo de 1969;
  • Vigilia de armas, que transita desde 1969 hasta el día previo al último golpe de Estado; y
  • La mano izquierda de Dios, que se centra en el período 1976-1983.

Este último tuvo una actualización con un capítulo bastante extenso sobre el rol de Jorge Bergoglio durante los años del terrorismo de Estado, que ahora puede leerse online en El Cohete a la Luna bajo el título Los fantasmas del Papa Francisco.

 

 

 

El acceso a la información

Hay una discusión que es absolutamente actual y tiene que ver con el acceso a la documentación que produjo la Iglesia durante las últimas décadas, particularmente en los años de la dictadura. Lo sucedido en este período fue documentado por Emilio Mignone, fundador del CELS, y con cuya obra –Iglesia y dictadura– dialoga la de Verbitsky.

El principal escollo es que lo que se conoció de esa documentación fue lo que la Iglesia quiso que se conociera. Verbitsky relata que, por impulso de “Chela” Mignone, le pidió acceder a estos archivos a Estanislao Karlic cuando llegó a la presidencia de la Conferencia Episcopal Argentina (CEA). La respuesta fue que archivos no había y le mandó un folleto que había editado la propia Iglesia. Verbitsky advirtió que los documentos salían mutilados.

A principios de este siglo, Verbitsky participó de una reunión del Frente Nacional contra la Pobreza (Frenapo) en la que tomó contacto con obispos y laicos que, de alguna manera, le abrieron la puerta a consultar los archivos que efectivamente existían. Fue una tarea clandestina, subterránea que, una vez publicado Doble Juego, desató una especie de caza de brujas interna para entender cómo se habían filtrado esos documentos que tan bien guardados estaban.

Curiosamente, al publicar El Silencio, Verbitsky le agradeció a una fuente un dato central. “Al cardenal Jorge Mario Bergoglio, quien me ayudó a ubicar el expediente del ex administrador del Arzobispado de Buenos Aires, Antonio Arbelaiz”, escribió el autor en 2005. La importancia de ese dato es que le permitió identificar el lugar al que habían sido llevados los secuestrados de la ESMA.

En La mano izquierda de Dios, el autor incluyó una fotografía del papel escrito por Bergoglio con esa información. Para él, es un elemento central que permite desmentir la aseveración de que el Papa no sabía de la existencia de esta isla que funcionó como centro clandestino durante unas semanas de 1979.

El 8 de noviembre de 2011, cuando Bergoglio declaró ante el Tribunal Oral Federal 5 (TOF-5), negó haber sabido de esta situación.

–¿Usted oyó hablar de la isla del Silencio en el Tigre? –le preguntó el abogado Luis Zamora.

–No.

–¿Nunca oyó hablar o en ese momento no había oído hablar?

–No recuerdo haber oído hablar.

–¿O de alguna isla que la Iglesia católica tuviera en el Tigre?

–En este momento estoy casi seguro de que en el Tigre solamente hay una capilla parroquial, pero no una isla.

Hace pocos días trascendió que el Papa Francisco creyó que esa declaración fue parte de la persecución del gobierno kirchnerista, que estaba decidido a condenarlo por su actuación en la dictadura. Esto es imposible porque nunca estuvo imputado. Aparentemente la versión le habría llegado a través de un integrante del TOF-5.

La disputa sobre el acceso a la documentación es una disputa actual. Esto quedó en evidencia con la reciente publicación de La Verdad los hará libres por parte de la CEA. Estas publicaciones –hasta ahora se conocieron dos tomos, falta el tercero– fueron producto de un anuncio que se hizo en 2016, cuando se cumplieron 40 años del golpe genocida y tras reuniones del Papa con referentes de organismos de derechos humanos.

El anuncio implicó que las víctimas o sus familiares pudieran preguntar qué información sobre ellos tenía la Iglesia y, en general, se les contestó con las mismas cartas que habían mandado pidiendo el socorro de las autoridades eclesiásticas. Lo que se conoció en los dos tomos es información seleccionada y tamizada por los teólogos que fueron designados para trabajar en el tema.

La Iglesia hizo un gesto político en la víspera del 24 de marzo último: llevó listados al juez Ariel Lijo a Comodoro Py. Se trató de la presentación de unas listas escuálidas ante el Juzgado Federal 12, que investiga los crímenes cometidos en la ESMA. La hipótesis más instalada es que el Episcopado eligió esa megacausa y no otra –como podría ser la del Primer Cuerpo de Ejército– porque era en ese expediente en el que tenía que discutir su aporte material a la instalación de un centro clandestino de detención en una propiedad que le pertenecía y que fue indispensable para esconder la verdad sobre las personas que estaban desaparecidas.

 

 

 

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