Sueños y realidades

El sueño de la razón neoliberal produce monstruos

 

Toda ética, todo sistema ético, todo intento de diálogo bajo supuestos éticos, obliga a dar cuenta del lugar que ocupan valores, principios y virtudes éticas en nuestra visión. Y es que tanto en el vivir mundano, que se universaliza en la vida política, como en el razonamiento profesional o académico, si queremos que sean éticos, tenemos que tener la sensibilidad necesaria para captar sin mediación alguna valores como la justicia; poner palabras a principios o deberes básicos y universales que enunciamos en normas como el respeto a los otros; y mostrar en la acción el hábito virtuoso de promover esos valores y cumplir con esos principios. Por eso es que sentir necesidad de justicia nos habla de un valor ético, pedir el respeto de derechos nos habla de principios éticos, y tener el hábito de oponernos, protestar y manifestarnos en contra de las injusticias nos habla de virtudes éticas.

La política está llamada a ser, desde sus orígenes, la realidad ética en su máxima expresión. Sin embargo, cualquiera sabe cuánto han cambiado en la historia los modos de hacer política y cuánto se ha alejado la política de la ética con el paso de los siglos. Y cualquiera puede admitir, dejando de lado sus aspiraciones ingenuas, cuánto ha ido creciendo la razón interesada y egoísta del individualismo posesivo en las sociedades modernas. A la vez, cualquiera debiera darse cuenta hoy de que el movimiento más despiadado para disociar en modo absoluto a la política y la ética está representado por el neoliberalismo, o cualquiera otra denominación que quiera darse a la concepción política regresiva en justicia y progresiva en injusticias que la puja de intereses de la globalización económico-social del mundo muestra en modo visible y vivible.

Y en la Argentina de hoy, cualquiera debiera darse cuenta de que la representación última y cabal de ese movimiento está representado por el actual gobierno con su absoluta disociación entre ética y política. Una disociación cuya destrucción y sus resultados son más que visibles y expresan la voluntad de minorías privilegiadas de terminar con la democracia entendida desde la concepción de un Estado de los derechos humanos tal como lo consagrara normativamente la reforma constitucional de 1994. Se quiere dar paso así a una nueva concepción republicana. Y por eso es que frente a tanta ignominia como la que genera el actual gobierno, la respuesta ha de ser la restauración de nuestra democracia en el marco de la letra y el espíritu de nuestra Constitución.

 

El cambio de la República

 

Goya, "Los disparates", 1815-1824.

 

Con ese norte, ¿cómo pensar el año por venir para Argentina en medio de las ruinas institucionales, éticas y sociales que deja la destrucción que ha realizado la coalición gobernante, las que todo indica que realizará en los meses que le quedan de gestión, y las que pueden esperarse si continuara gobernando? En nombre de la República se han perseguido y encarcelado opositores, promoviendo la inseguridad y el miedo en la población para justificar una política amenazante de vigilancia, represión y castigo que ha avasallado las libertades fundamentales. En nombre de la República se han destrozado las políticas públicas como herramientas para promover el bienestar general y la igualdad de derechos y oportunidades para los ciudadanos. Y en nombre de la República se ha desplegado una estrategia electoral fundada en la división de la ciudadanía y la descalificación de los reclamos sociales de las minorías vulneradas, rompiendo todo lazo de solidaridad en el tejido social.

Esa República, reclamada y promovida por la gestión asociada de los integrantes políticos de la coalición Cambiemos, no es la que ordena el espíritu y la letra de nuestra norma fundacional. Esta nueva República, dicha autoritaria, demagógica, totalitaria, fascista, aristocrática, u oligarca, aunque admita otros adjetivos y cada uno de ellos con una pincelada o retazo de color prestado para su traje de arlequín, no es la República de la Constitución Nacional. Se trata, en cambio, del ordenamiento ilegítimo de una legalidad formal que en lo sustantivo se sostiene con la manipulación sectaria de los poderes del Estado a través de un prevaricato que promueve el negacionismo y reemplazo de los valores fundamentales de la democracia. En ese reclamo originado en el reacomodamiento político de los poderes fácticos extranjeros y nacionales, libertad, igualdad y fraternidad han pasado a ser parte de una lengua muerta. Y así en una nueva lengua franca, el Poder Ejecutivo se caracteriza por su simbiosis con las fuerzas de seguridad (Argentina) y/o las fuerzas militares (Brasil); el Poder Legislativo por su simbiosis con los legisladores del dominio corporativo de lo normativo, ejercido a través de funcionarios que convierten el bien común y lo público en intereses financieros y comerciales privados; y el Poder Judicial por su simbiosis con el poder mediático que sube de categoría.

Esta nueva República, que puja por introducir el neoliberalismo globalizado, no pretende sumarse a los movimientos políticos que a lo largo de la historia han tratado de superar dialécticamente la secular tensión entre el amo y el esclavo. Este intento trata, en cambio, de consagrar una realidad cada día más injusta en las desigualdades entre unos pocos ricos y una gran masa creciente de pobres, a través de la construcción onírica de una subjetividad virtual proyectada sobre un futuro de ilusión independiente de los otros. Lo que trata este intento es de dejar cristalizada esa tensión, sabiendo que su hacer para la creación de muchos más pobres que hagan mucho más ricos a unos pocos, es la mejor herramienta disponible por injusta y despiadada que sea. No importa. Pero sabiendo que el aumento de las desigualdades aumenta la pulsión entrópica al equilibrio, y que el sistema social y político en perspectiva física pueda estallar, la nueva República apela al engaño de un mundo de individuos virtuales y a la reserva activa de una guardia pretoriana como respaldo.

 

Los sueños del mago

 

Goya, "El sueño de la razón produce monstruos", 1797.

 

 Este gobierno se caracteriza por la disociación entre lo real y lo virtual. Y lo hace a un punto tal que la pregunta que más intriga a los analistas políticos es cómo se puede sostener políticamente un régimen como el actual a la luz de la inocultable catástrofe económica y social. En nuestras notas cruzamos la visión política con la filosofía, la literatura y cuanto campo de creación y pensamiento resulta de interés para ayudarnos a ampliar nuestra sensibilidad y comprensión amplia de lo vivido. En ese sentido, el resumen de un cuento de Borges titulado Las ruinas circulares quizá pueda auxiliarnos. El idealismo que ilustra es útil para reflexionar sobre la construcción por los medios y las redes sociales de un mundo de individuos virtuales esquizofrenizados de su realidad concreta.

Un forastero llega a un recinto circular que alguna vez tuvo el color del fuego, sabiendo que ese es el lugar que requiere su invencible propósito de soñar un hombre con integridad minuciosa e imponerlo a la realidad. Su única tarea es dormir y su obligación inmediata es soñar. Al principio ese hombre gris sueña que dicta lecciones a nubes de alumnos taciturnos que esperan la aprobación de un examen que les redima de su vana condición de apariencia soñada, para ser interpolados en el mundo real. Sin embargo, después de nueve o diez noches el hombre comprende que nada puede esperar de ese colegio ilusorio ya que sus alumnos jamás llegarán a ser individuos. Decide entonces quedarse con uno solo de ellos, y aunque se maravilla con su progreso al hacer esto, un día deja de soñar y entra en insomnio permanente.

El soñador comprende entonces que el fracaso inicial era inevitable y busca otro método de trabajo. Abandona toda premeditación de soñar, espera que el disco de la luna sea perfecto, se purifica en las aguas del río, pronuncia las sílabas de un nombre poderoso, y duerme. Así, una noche sueña con un corazón que late. Noche tras noche el mago amasa un Adán que sin embargo no logra ponerse en pie. Se arroja entonces a los pies de la efigie del templo e implora su socorro. El dios (Fuego) le concede al soñador animar al fantasma soñado para que todas las criaturas, a excepción de ellos dos, lo piensen como hombre de carne y hueso: “En el sueño del hombre que soñaba, el soñado se despertó”.

Logrado este cambio, durante dos años el soñador acostumbra al soñado a la realidad hasta que un día comprende que su hijo está listo, le infunde el olvido total de sus años de aprendizaje, y lo envía a otro templo. Pasado un tiempo, dos remeros que llegan hasta él le hablan de un hombre mágico en un templo del Norte, que es capaz de atravesar el fuego y no quemarse. Teme entonces que su hijo descubra la humillación incomparable de ser la proyección del sueño de otro hombre pero algunos signos le prometen el fin de esas cavilaciones. El primero es una larga sequía, luego las humaredas y la fuga pánica de las bestias. Cuando el incendio concéntrico lo rodea, el soñador comprende que la muerte viene a absolverlo de sus trabajos. Camina contra el fuego pero éste no lo quema. Se da cuenta entonces que él también es una apariencia, y que hay otro que en otro lugar lo está soñando.

Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.

 

 

La imagen principal es una obra de Salvador Dalí: "El sueño", 1937.

 

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