Comida china

La contradicción entre el capital y la naturaleza fue enunciada por Marx, Engels y Benjamin

 

China es el mayor productor/consumidor mundial de carne de cerdo, consumo que no deja de crecer de la mano de su industrialización. Un país de 1.390 millones de habitantes contaba con 700 millones de chanchos (1 cerdo cada 2 personas). El 50% de los animales con origen campesino, de granjas familiares, el resto se genera en macrogranjas de ganadería industrial porcina propiedad de un grupo reducido de empresarios millonarios, la alta burguesía china.

Las macrogranjas son un gran negocio, pero también una incubadora de epidemias. En 2018 China sufrió un fuerte brote de Peste Porcina Africana producido por el virus Influenza G4 EA H1N1 altamente contagioso (y potencial patógeno humano). Para evitar su propagación sacrificaron 200 millones de cerdos y perdieron más de 20 millones de toneladas de producción. Su consumo interno, de 54 millones de toneladas, tendrá déficit de provisión por al menos 8 años. La epidemia porcina se extendió por Asia llegando ya al este de Europa.

La respuesta del gobierno central fue obligar a las grandes empresas porcinas a integrarse con las granjas familiares de las provincias y mantener controlada la población de las macrogranjas para impedir el efecto pandémico reiterado. Pero esta política no garantiza la provisión de la demanda de carne porcina para la población de clase media y alta en este megapaís, así que tendrán que proveerse del exterior por varios años.

En el mercado global el mayor exportador de carne de cerdo es la Unión Europa con ventas por 2,93 millones de toneladas en 2019, seguido por Estados Unidos (2,66 millones), Canadá (1,33 millones), Brasil (730.000 toneladas) y Chile (200.000 toneladas), volúmenes insuficientes para los chinos a los que les faltan 20 millones de toneladas.

 

 

Negocio porcino para la Argentina

La Argentina produce 750.000 toneladas anuales de carne porcina. La piara nacional está conformada por 6 millones de cabezas (1 cerdo por cada 7 personas), con un consumo interno en crecimiento y exportaciones que también  crecieron por la demanda china. El Presidente Macri abrió las exportaciones en abril de año pasado y China habilitó 22 frigoríficos locales para exportar. El volumen total se estima en 40.000 toneladas para este año, insignificantes para las necesidades orientales.

Desde hace meses la prensa hegemónica alude a una ventana de oportunidad para el país: convertir nuestras proteínas vegetales (soja y maíz) en proteínas animales y proveer directamente al mercado chino con problemas (sanitarios). El 3 de junio Clarín mencionaba un acuerdo inminente con China y adelantaba detalles de un memorándum en construcción. El 6 de julio el canciller Felipe Sola reconoce públicamente estas negociaciones y menciona que avanzamos en una asociación estratégica con China en el rubro porcino. Otros medios voceros del agronegocio (Elabcrural.com, Noticias Agropecuarias.com, La Voz.com, etc.) festejan el avance en las negociaciones y repiten las mismas cifras. Pero algunos representantes de la mediana y pequeña producción porcina las ponen en duda. Nadie aclara nada, ni niegan ni confirman, parece que hay una intensa negociación con disputa interna y externa. De todas maneras, los datos que dan los medios del agronegocio son los que debemos considerar si nadie los niega, ellos encarnan esta industria.

El plan chino en la Argentina contempla una “inversión mixta entre empresas chinas y argentinas” haciendo crecer la producción de 6 a 100 millones de cerdos en 8 años como máximo, para “producir 9 millones de toneladas de carne porcina de alta calidad”, lo que “le daría a China absoluta seguridad de abastecimiento durante muchos años”. Llegar a exportar 9 millones de toneladas requiere multiplicar exponencialmente la capacidad de exportación, hoy exportamos 40.000 toneladas al año, 225 veces menos.

Según Clarín el memorándum contempla una primera etapa de 3 años con la generación de 20 macrogranjas de cerdos que implica una inversión de 2.700 millones de dólares para generar exportaciones por U$S 2.000 millones por año.

Una segunda etapa contempla una inversión a ocho años que llegaría a U$S 27.000 millones con 200 macrogranjas tecnificadas y exportaciones hasta por U$S 20.000 millones al año (recordemos que las ventas por oleaginosas y derivados a China actualmente no superan los 10.000 millones por año).

Aquí los chinos no siguen su política interna de abandonar las macrogranjas y fortalecer y multiplicar la producción campesina con menos de 500 faenas al año. Para la Argentina se programa un negocio a gran escala con jugadores poderosos. Se piensa en 200 granjas enormes de cientos de miles de cerdos, ciudades industriales porcinas.

El principal argumento a favor es el trabajo que esto va a generar, pero es claro que hay que mirar que este tipo de negocio fortifica únicamente a los sectores más fuertes del agronegocio que se concentrará cada vez más y afianzara nuestro rol de subordinación colonial a nivel mundial.

 

 

Pandemias con negocios chanchos

Las macrogranjas porcinas son un negocio de imposible sostenibilidad ambiental y sanitaria. En los últimos años España se convirtió en el establo europeo, porque allí migraron las empresas porcinas que no podían seguir produciendo en otros países por las exigencias ambientales y limitaciones en cantidad de cabezas y emisión de efluentes. Hoy en España está desapareciendo la producción familiar y los niveles de contaminación no dejan de crecer, sobretodo en el agua. Y eso que allí solo se duplicó la producción de chanchos, aquí se programa multiplicar por centenares de veces.

En esta época de pandemia es increíble que se considere seriamente abrir nuestro país a este tipo de prácticas productivas, hoy más que nunca conocemos todos que el hacinamiento porcino genera la irrupción de nuevas cepas de virus altamente peligrosos.

Los cerdos son inmunológicamente muy cercanos a los humanos, por décadas hemos utilizado tejidos porcinos en injertos a humanos y la insulina porcina fue nuestra mejor herramienta terapéutica para la diabetes salvando millones de vidas. El confinamiento de cerdos similares hacinados en grandes cantidades genera un ambiente totalmente artificial donde la población porcina va sufriendo enfermedades infecciosas una tras otra, como plagas, que son “controladas” con antibióticos, matanzas o traslados. El Bienestar Animal como las Buenas Prácticas Agrícolas no existe, son eufemismos publicitarios. Millones de cerdos crecen y viven entre mutilaciones, comer sin parar, enfermar y morir. Estas macrogranjas son incubadoras de nuevas enfermedades que saltan a nuestra especie. La pandemia de gripe porcina surgida en México en 2009 es un ejemplo de cómo la industria moderna de cría de cerdos favorece la transmisión y propagación de muchos agentes infecciosos. Existe un gran número de enfermedades del cerdo que pueden ser transmitidas a los humanos por su capacidad de saltar la barrera inter-especie (zoonosis). Entre ellas: la Encefalitis Japonesa, Encefalomiocarditis viral del cerdo, Hepatitis E, Enfermedad de Aujeszk, Influenza porcina, Rotavirus, Norovirus y Sapovirus, además de muchas enfermedades bacterianas y parasitarias. Hace días erupcionó una epidemia de influenza porcina en Brasil generada por una nueva mutación viral que puede enfermar a humanos. Los riesgos son inaceptables hoy más que nunca, por eso los chinos buscan trasladar este tipo de producción a otras regiones.

En el plano ambiental el impacto de las “ciudades porcinas” no es menor al peligro sanitario y lo potencia aún más. Los cerdos producen cuatro veces más desechos que los seres humanos y una macro instalación animal puede fácilmente superar a una ciudad en términos de producción de desechos.

Para la FAO la ganadería industrial es la mayor contaminante del agua para consumo humano, la carga de nitratos y sustancias orgánicas envilece las aguas superficiales produciendo multiplicación de algas cianófilas productoras de cianotoxinas (China tiene el agua más contaminada del mundo y las tasas de cáncer hepático correspondientes a esa contaminación, justamente en las zonas de macrogranjas porcinas). También megachiqueros disparan el consumo de agua en tiempos de calentamiento global y crisis hídrica creciente.

Además los enormes chiqueros generan grave contaminación ambiental y no solo por moscas y olores, sino principalmente por altos niveles de amoniaco y sulfuro de hidrogeno que liberan a la atmósfera entre distintos tóxicos.

Otro grave riesgo que se acrecienta es el desarrollo de mayor resistencia a antibióticos. Muchos criadores los usan como acelerador del crecimiento al reducir la flora intestinal del animal y aumentar la disponibilidad del nutriente para el cerdo, pero aun con un manejo consciente de antibióticos, estos son excesivamente utilizados por la enorme frecuencia de infecciones que se sufre en el interior de los chiqueros. Los antibióticos son los mismos que usamos en humanos y los gérmenes se van convirtiendo en resistentes y generando superbacterias casi imposibles de tratar.

Los gases de efecto invernadero que emiten estos animales se cuentan entre los primeros imputados por el calentamiento global después de los combustibles fósiles. Claramente desde el punto de vista ambiental y sanitario, nos estamos comprando un gran problema.

 

 

Los Socios del Desarrollo

Argentina tiene muchos problemas económicos, una deuda impagable, burguesía parásita y fugadora de divisas, democracia timorata con el poder económico, creciente inequidad social. Hay  trabas al desarrollo de las fuerzas productivas locales y siempre se busca alguna ventana de oportunidad que nos saque hacia adelante, así fue históricamente y explícitamente  en las últimas décadas con las prácticas extractivistas de agricultura toxica, el fracking de Vaca Muerta y la megamineria. La realidad muestra que solo se fortaleció un sistema de injusticia social con desposesión por despojo y se pierde democracia día a día.

Este acuerdo con China nos pone al borde de una gran transformación socio-económica y ambiental. Muchos progresistas del campo nacional y popular se muestran muy entusiasmados porque entraremos, según ellos, en una fase de desarrollo industrial sin precedentes. Un desarrollo que afianza el carácter extractivista y explotador de la naturaleza de nuestro modelo económico, que se cimentará en grandes grupos económicos y acentuará nuestro patrón neocolonial a nivel global.

Hace una semana en este mismo espacio Ricardo Aronskind, en Los socios del desarrollo, se ilusionaba con las inversiones chinas y analizando el creciente choque entre Estados Unidos y China ubicaba a los ecologistas y miembros de asambleas ambientales combativas de este país, como parte de una campaña anti-China y pro Trump. Que se nos acuse de ser funcionales al Departamento de Estado yanqui es seguir desconociendo la contradicción entre el capital y la naturaleza que enunciaron Marx, Engels y Benjamin entre otros.

La crisis que acumulamos del macrismo, más la depresión de la pandemia, generan escenarios desafiantes para nuestra comunidad, necesitamos replantearnos los ejes que la organizan. La economía ya no es la ciencia de la buena administración del hogar de Aristóteles. Por eso hoy,  en los debates públicos se escucha con absoluta naturalidad acrítica la incongruencia de “cuidar la salud” o “atender la economía”. Se ha naturalizado lo económico como modo de producción que atenta contra la vida, el ejemplo más patético es la agricultura argentina agrotoxíco-dependiente a la que se pretende sumar ahora 200 campos de concentración porcina.

Los últimos 500 años de expansión del capitalismo inauguraron una era donde la producción de los medios de vida se transformó en una maquinaria de destrucción de las fuentes de vida y de producción de desigualdades abismales y crecientes. “Producción” pasó a significar “explotación” de los cuerpos y de los territorios. La prioridad de la satisfacción de las necesidades vitales humanas se suplanta por la ganancia como combustible de las subjetividades que dirigen el “aparato productivo”.

Necesitamos proponer un cambio civilizatorio y no como una ingenuidad sino como una necesidad. El capitalismo es el principal virus que ha afectado lo más profundo de los cuerpos, de sus estructuras perceptivas, emocionales, libidinales e intelectuales. Es la verdadera pandemia. Desde esas subjetividades, “es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo”. Pero lo cierto es que nada es más realista hoy, que reconsiderar la envergadura de los cambios que precisamos hacer. Desde ese lugar, en esa encrucijada, podemos buscar un pacto socio-ambiental que nos acerque a otros futuros.

 

 

 

* Red Universitaria de Ambiente y Salud

 

 

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