D’Alessio super show

Causa Traficante. Episodio 6

 

Corre el mes de abril. La última semana. En la sala virtual es muy fácil discernir quién es abogado de acuerdo a su aspecto formal: traje, corbata, anteojos, barbas cuidadas. Si no fuera porque está en un penal, Marcelo D’Alessio estaría vestido como ellos; sería uno de ellos. Hoy es el día de su declaración. El hombre que ha participado de paneles televisivos como abogado y experto en narcotráfico, el que ha sabido engañar a políticos, periodistas y fiscales (en teoría, tres de los oficios más acostumbrados a lidiar con impostores), hoy se encuentra en el mismo cuarto vacío de las últimas sesiones. Detrás suyo, la misma pared descascarada, comida desde los cimientos por la humedad. Del rostro silencioso se recortan sus orejas salientes y alertas, como radares. Mientras aguarda su momento (que seguramente ha ensayado con gran esmero), escucha el testimonio de Julieta Ciarmiello, su ex secretaria.

Julieta comienza a dar testimonio. Después de pasar meses y meses abriendo y cerrando las puertas de una oficina vacía, y de hacer los trámites de su jefe, el abogado respetado por su entorno, Julieta se encuentra en un juzgado real dando testimonio de su experiencia. Conoció a D’Alessio mientras trabajaba como camarera en un restaurante de Plaza Canning, donde su futuro jefe era cliente habitual. Un día, él le dijo que dejaba su oficina en Puerto Madero para mudarse a una oficina en el primer piso del edificio del restaurante. Como la veía ahí todo el tiempo, muy responsable, le ofreció trabajo como secretaria. Esto fue en 2014. “(Yo) tenía 18 años. La encargada del restaurante me dijo que me quede tranquila, porque Marcelo era una persona muy conocida en Canning, no iba a tener problemas. Se presentó como abogado. Incluso cuando atendía el restaurante, todos los clientes —que eran muy fijos— me decían: ‘te va a ir muy bien, es una persona muy prestigiosa.’ No me quedó duda de nada, en cuanto a cómo se presentó conmigo.”

(A esta altura del juicio, después de escuchar varios testimonios, la localidad de Canning parece ser una mezcla entre Springfield de los Simpsons, el Poisonville de Hammett, con un toque de la siniestra placidez de los barrios de las películas de David Lynch. En Canning todos se conocen; en Canning, todos ocultan algo; en Canning hay negocios turbios y personas respetables, a veces en casas linderas, a veces en la misma propiedad y en la misma persona. Es posible que en Canning vivan vecinos como los de cualquier otro barrio, seguramente en las afueras de los barrios privados y de los countrys).

El trabajo de Julieta en la oficina de D’Alessio no era para nada agitado. “A veces venía, a veces no... por seis meses. No se hacía nada. Yo quedaba hasta las 6 PM, se hacía muy extenso”. Con el paso de los días, la fabulosa ubicuidad de D’Alessio comenzó a desplegarse ante sus ojos (o mejor dicho, ante sus oídos): en sus testimonio, Julieta refirió que D’Alessio era socio en un criadero de truchas con Mallo; que corría carreras TC; que parecía estar siempre ocupado con cosas importantes. “Por ahí me mandaba un mensaje y me decía: ‘estoy en un allanamiento’. Yo lo tomaba como normal. El último año me remarcaba que trabajaba para la DEA.”

La omnipresencia de D’Alessio parece haber hecho mella en Julieta. El mecanismo con el que se vinculaba en el mundo de los negocios tenía un doble juego, tramposo pero efectivo: si algo ocurre es porque yo lo hice; si algo no ocurre es porque yo lo evité. Ese mismo mecanismo parece haber hecho un surco en todos aquellos que se cruzaron por su vida. Julieta se apura en aclarar: “Si hubiese considerado que yo podría haber estado en riesgo, en mi situación personal, no hubiese trabajado (con él). Pero la verdad nunca vi nada raro, ni ninguna situación extraña. Por eso me llamó la atención.”

Sin embargo, unos minutos después, la ex secretaria hace una suerte de conexión entre un robo sufrido durante los días del allanamiento en casa de D’Alessio y la detención de su esposo por un hecho confuso. La mención provoca un silencio entre los asistentes al juicio. ¿Hay alguna relación entre todos esos hechos?, le preguntan. Julieta responde que no, pero que en su momento creyó que sí.

Todo parece estar conectado, con fibras invisibles que parten de D’Alessio o que llegan a él. Si algo ocurre es porque yo lo hice; si algo no ocurre es porque yo lo evité.

Finalmente, llega el momento tan ansiado por Marcelo D’Alessio. Antes de comenzar prueban el micrófono. D’Alessio se siente forzado a hablar muy pegado al aparato para ser escuchado. Dice que no es lo ideal, pero que si tiene que ser así, será así. El secretario pide que todos suban el volumen de sus computadoras, así pueden escuchar a D’Alessio sin que se esfuerce. Lo logran.

En su ampliación declaratoria desde el penal de Ezeiza, hace un minucioso, prolijo y ordenado análisis de las pruebas remitidas por Traficante, Garcés y Di Pierro. Su voz es pausada, intenta no mostrar nerviosismo ni enojo. El audio funciona bien, la cámara funciona bien.

“Vamos a ordenarlo de forma cronológica, de manera metodológica. En primer lugar yo no contacté al señor Traficante. Yo no conocía a Traficante ni lo contacté. Sí conozco, y le sigo teniendo un gran afecto, al Dr. Alejandro Morilla”. Así comienza D’Alessio: desmintiendo los testimonios de Traficante y también los de Morilla. Por eso —se desprende—, la aclaración sobre el médico que cuidó a su suegra en su geriátrico: “le sigo teniendo un gran afecto”. Después de dejarlo en claro, retoma: “Fue Morilla quien me dijo que un amigo de él estaba con un problema, y me dijo si me podía venir a ver. No es habitual que yo invite a alguien en la hora de la cena. Mi mujer es alemana. En casa se come a las 20 horas. Seremos a la antigua: los chicos con las manos limpias a la mesa, no se usan celulares… Es por eso y por el afecto que le tengo a Alejandro que le dije ‘mirá, venite ahora’.”

“Y a la hora y media llegó Alejandro con su camioneta, que la conoce todo Canning, con esta persona que inicialmente no la conocí. Por la forma de la entrada, veo que baja primero esta persona y me acuerdo que me dijo así: ‘¿qué haces cabeza?’ o cabezón… me pareció muy poco respetuoso. Y ahí Morilla cuando ve que no sabía el nombre me dice: ‘te presento a Gabriel Traficante’. Alejandro empieza a decir elípticamente que necesitaba un asesoramiento integral”. Luego de quedar a solas con Traficante, D’Alessio narra que nunca hablaron de dinero, y que él acostumbra a enviar sus presupuestos por impreso, como prueba de que jamás podría haberle “tirado” una cifra sobre la mesa.

Mientras lleva adelante su testimonio en el cuarto derruido del penal de Ezeiza, D’Alessio pone especial cuidado en la elección de las palabras, en la mesura de su hablar y en la adjetivación. Llega a decir que no adjetivará el accionar de Traficante porque su abogado se lo pidió, y él respeta mucho su palabra. Pero donde mayor énfasis pone D’Alessio es en la pronunciación de los términos en inglés: pen drive, internet, whatsapp se convierten, hasta el final de la declaración, en momentos exquisitos de su relato.

“Me gustaría pasar a la prueba: lo único que sé hacer bien, como dijo el Dr. Bidone, es analizar”. En los días previos a esta octava jornada de audiencias, Marcelo D’Alessio debe haber ensayado varias veces en su cabeza, esta presentación de sí mismo y de su don: el poder del análisis. Como un Petrocelli luchando por su libertad, D’Alessio expone. Como un mago, solicita a la audiencia olvidar por un instante otras cuestiones (¿el testimonio de Morilla?) para prestar atención a las capturas de WhatsApp que, entre otras pruebas, lo incriminan.

“En 2019 no pude realizar la prueba porque fui encerrado en un régimen de tortura (…). Hoy sí tengo estabilidad, y he recuperado la estabilidad emocional después de un año de estar en esta circunstancia inaudita desde el advenimiento de la democracia. Con capacidad de analizar la prueba”.

D’Alessio pide que pongan en pantalla completa un mensaje de WhatsApp y, con criterio, analiza cada una de las imágenes, de las menciones, de los errores en la foto. Expone.

“Esto no necesita un peritaje. Hasta un adolescente se da cuenta que esto es una composición. Primero, la foto de perfil es redonda. No cuadrada. Fijensé que está rotada hacia la derecha, cuadrada. A la derecha debería aparecer: una filmadora, un ícono de un teléfono y 3 puntos verticales. Después aparece un fondo verde flúo. Se equivocaron. No pueden convivir los dos fondos de pantalla. Otro error que van a ver son estos puntos que se ven sobre la izquierda. No existe en la aplicación WhatsApp este tipo de puntuación. Otro error grave es que tiene la fecha. Yo entiendo que querían guionar la fecha y todo, pero los WhatsApp no tienen la fecha, sino que tienen la hora”.

El análisis es vertiginoso y profundo. Muestra luego una comparación con un WhatsApp fake armado por él. “Hay decenas de programas que usan adolescentes para simular que hablan con artistas, reggaetoneros… está el fake chat maker, el fake chat conversation”, dice, con su ostentoso acento inglés.

“Respecto de los audios, si bien me llama la atención que hayan peritado un audio contra un programa de TV estando yo vivo, pero no importa… están editados. No merecen siquiera un peritaje. Es un insulto a vuestra inteligencia. En el audio opus 5, en el segundo 4 hay un copy paste, hay un silencio, hay un corte, está pegado y continúa 9 segundos con otro audio de fondo, con otra tonalidad. En el mismo audio de 14 segundos, señor Presidente”.

Durante la hora que dura su exposición, las acusaciones de asociación ilícita por extorsión, su vinculación con los servicios de inteligencia quedan flotando en el aire, en suspensión. O escondidas bajo la manga, mientras una captura de WhatsApp acapara la atención. El falso abogado habla y se mueve como un abogado real. No necesita ni el traje ni la corbata para simular que es uno de ellos. Por una hora, es un abogado más en la sala virtual.

Su exposición es efectiva, y abre la puerta a lo que será la estrategia de D’Alessio: tratar de demostrar que las capturas de pantalla son defectuosas, que tal vez la voz peritada no es la suya, que es posible que hayan adulterado las pericias de audio.

“Aquí termina mi declaración, gracias a todos por vuestra atención”, cierra, con la elegancia de un maestro de ceremonias, Marcelo D’Alessio.

La presentación es pirotécnica y efectista, y deja clara la intención de la defensa de D’Alessio: desestimar cada captura de pantalla, cada mensaje de audio, cada elemento incriminatorio. La defensa de Bidone se suma al pedido y cuestiona la legitimidad de las capturas de pantalla.

Una semana después, en la audiencia del 3 de mayo de 2021 (luego de una larga serie de testimonios de peritos informáticos, reparadores de PC y personal de inteligencia en la que se intenta corroborar en qué medida los cinco imputados se comunicaban entre sí), el fiscal Luciani toma la palabra para referirse a las capturas de pantalla que D’Alessio ha intentado refutar días atrás: “Lo que hace el señor D’Alessio es un análisis tendencioso. (…) El señor D’Alessio, en su análisis, estableció notables diferencias que no conocemos con el teléfono de Garcés: fondo de pantalla, foto de perfil, mal encuadrada, color verde, fecha y hora, formato de chat. Esto lo llevaba a pensar que estos chats eran falsos. (…) Las imágenes aportadas por Garcés no son capturas de pantalla sino fotografías de un teléfono. Garces estaba utilizando un teléfono Blackberry. ¿Qué tiene que ver esto? Dos sistemas operativos diferentes. (…) No se puede comparar dos sistemas diferentes”.

Sobre el final de esa misma audiencia, el fiscal Luciani cuenta algo que no tiene ningún tipo de relevancia en el juicio y, sin embargo, para este cronista, se convierte en una deliciosa nota de color: el número telefónico desde el que D’Alessio se comunicaba con el mundo (y desde el que tejía sus redes de contactos con los servicios de inteligencia, periodistas, ministros y abogados) le pertenece, desde hace pocos meses, a un inocente niñito.

Anteriores:
D´Alessio descascarado. Causa Traficante. Episodio 1
D´Alessio: esperando conexión. Causa Traficante. Episodio 2.
D´Alessio, el cazador. Causa Traficante. Episodio 3.
D´Alessio de ronda. Causa Traficante. Episodio 4.
Perdigonada al aire. Causa Traficante. Episodio 5.

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