El entrenador

"Ellos se esconden en las tinieblas, pero son los que realmente gobiernan"

Adolfo Fonsalido trabajó como entrenador físico de los Blaquier pero después de treinta años, tras un problema cardíaco, lo dejaron en la calle. No le pagaron indemnización ni le reconocieron los años en los que dejó el cuerpo entre los muros marmolados de la familia. Hoy desayuna y almuerza en un puesto de Cáritas en San Miguel. Tiene un disco lleno de fotos y filmaciones, que no sólo parece una prueba de la participación en la dimensión doméstica de la Dinastía del Azúcar, sino de su presencia en el mundo de los vivos. Entre las imágenes guarda una de las primeras filmaciones de 1985, una cancha de tenis con el joven Santiago Blaquier y el entonces muy joven Fonsalido, de no más de treinta años, hermoso, canchero, capturado con un pucho en la mano por la cámara que manejaba la novia del ahora vicepresidente de Ledesma. Miles de años más tarde, intento retratos, teléfono en mano, pero no logro barrerle la oscuridad del cuerpo grueso y caído que se cuela en todos los ensayos. Le muestro las fotos. Adolfo las mira. Y sorprendido por los efectos del emparentamiento, dice: ahora soy como uno de los pobres mendigos del comedor.

Zurdo, aunque menos que su hermana, profesora de letras, no conocía la historia de los Blaquier cuando empezó a entrenarlos. Pero uno de sus méritos para explicar gran parte de la alucinada permanencia entre ellos comenzó el día en el que Carolina Rueda, Ainka, le pidió que entrenara a su hija, entonces de 16 años. Imaginaba a su hija Carolina Eiras como Sabatini en los '80, pero en esquí. Adolfo, que no necesitó pisar una pista para prepararla, estudió los libros que le pasaba Ainka y consiguió que durante los siguientes nueve años Carolina sacase el título de campeona argentina. Lo segundo que explica su permanencia en una casa donde el mundo externo siempre es una amenaza, fue la capacidad de situarse a cierta distancia. Aunque vivió casamientos, almuerzos en familia o paseó entre las excéntricas colecciones de gemelos y relojes de los hijos del Azúcar, nunca se sintió ni príncipe ni millonario. Su historia allí puede leerse en clave de viaje antropológico al otro lado del espejo, parte de un mundo privado trasformado en público porque está atravesado por todas las variables del poder.

"Esto es como en la película El Padrino", dice Adolfo. "Recuerdo una escena en la que Al Pacino habla con el Padrino. El Padrino dice: Mirá, a mi me gustaría que fueras senador o llegaras a ser presidente. Y Al Pacino le contesta: Nosotros somos lo que mandamos a los senadores y a los presidentes.  O sea, ellos son los que se esconden atrás de las tinieblas, pero son los que realmente gobiernan este país. Después están las órdenes del FMI, y todas esas cosas. Pero bueno, todo eso me parece una porquería, y lo que me hicieron a mi, también".

 

 

¿Cómo fue ese primer contacto con Ainka (Carolina Ruedas o Carolina madre)?

Ella buscaba a alguien para entrenar a su hija. Yo entrenaba en San Miguel. Me preguntó si conocía a alguien o me animaba. Me la pintó como una Sabatini. Yo de esquí alpino no sabía absolutamente nada. Y se lo dije. Y le dije: Si querés me formo. Y es lo que hice. Ella me ayudó. Nunca aprendí a esquiar pero conocí toda la preparación física de los esquiadores. Carolina trabajaba conmigo desde que volvía de las temporadas de afuera, de marzo a julio. Ahí se iba a competir al circuito Bariloche, San Martín de los Andes y Chile. Volvía. Trabajaba de agosto a diciembre, o enero. De muy chica no viajaba tan temprano, pero ya competía en Estados Unidos y Europa. Pero, ¡no era Gabriela Sabatini! ¡No tenía nada que ver! Tenía mucho tesón, mucha garra, era muy fuerte, esquiaba bien, pero la genética no le daba. Y para un deporte de alto rendimiento no se puede tener doble escolaridad. Venía del colegio a las cinco, entrenábamos sábado y domingo, a veces con doble turno o triple, pero no alcanzaba. Las chicas europeas, canadienses o de Estados Unidos entrenaban todo el día, se dedicaban exclusivamente. Y las grandes campeonas nacen en la nieve, en las montañas. Y con esta chica no resultó.

Contanos quién sos.

¿Mi nombre y apellido? Mi nombre es Adolfo Fonsalido. Tengo 61 años. Soy de San Miguel de toda la vida. Viví cuatro años en Capital cuando estuve separado. Soy profesor de educación física, soy masajista. Y estoy haciendo un juicio a la familia Blaquier. Trabajé 32 años con Carolina, la esposa de Santiago. (NdR: Santiago Blaquier, uno de los cinco hijos de Carlos Pedro Blaquier, actualmente vicepresidente del directorio de Ledesma.) Y 17 años con Santiago. Trabajé con Ignacio, otro de los hermanos de Santiago. Con toda la familia. Y quiero que eso salga a la luz.

¿Por qué el juicio?

Mientras estuve con ellos, siempre esperé que me pusieran en blanco o como monotributista. Quería hacer facturas o tener un recibo. Pero me lo dilataron. Un día, en febrero del año pasado, tuve un problema cardíaco. Me pasé varios meses con una fibrilación auricular, que es una arritmia importante. Le escribí un mail a Santiago. A los meses me fui quedando sin dinero. Un día me envió un chofer de intermediario, y eso me dio mala espina. Yo estaba acostumbrado a ir a la casa. Después de 17 años, fue como un rechazo. Me mandó 20.000 pesos con el chofer. Tuve un problema de depresión fuerte, un mes y pico en cama. No podía levantarme. Y supe que estaban con otro preparador. Todo el mundo me decía: No puede ser que te hayan dejado en banda. Pero ellos son así: te usan todo lo que te tienen que usar y después te dan una patada. Este año empecé el juicio con mucha culpa, como un estúpido. Creo que debería haberlo hecho antes sabiendo lo que significa Santiago Blaquier: una especie de Macri. O sea, si Blaquier o Macri fueran Presidentes sería exactamente lo mismo.

Y ahí cuenta de El Padrino.

Adolfo Fonsalido. Autorretrato.

 

¿Por qué Carolina quería esquiar?

Por el padre. Jorge Eiras fue campeón de esquí alpino, de esquí acuático, de rugby en el C.U.B.A. Batió récord de salto en garrocha de Juveniles en los años '40 y lo mantuvo hasta hace muy poco, eh. O sea, era muy bueno. Un tipo muy desagradable, pero buen deportista. Saltaba las garrochas de hierro y no le sacaron el récord. Ahora son todas elastizadas pero hacía todos esos metros a puro pulmón, así que en ese sentido el tipo era un crack. Muy mala persona, pero crack. Cuando me contactan yo empiezo a entrenar a Carolina. Y resulta que el primer día de clases me desayuno que también tenía que entrenar al hermano, que se llama Jorge como el padre. Al ratito tengo un primo que vive al lado, se llamaba Juan Caminos. Caminos Rueda, hijo de la hermana de Ainka. Pero acá te hice un croquis para que sepas de quiénes estoy hablando:

 

Parentescos.

 

Carolina tenia 16 años. La entreno hasta el año '92 aproximadamente. El primer año salió campeona de argentina de esquí. Le ganó a una persona bastante grande, de unos 26 o 27 años, del sur, con muchos años de campeona. Carolina tenía dotes para el nivel argentino. Creo que un solo año no ganó por las rodillas lesionadas. Pero ahí dejó.

¿Por qué?

Por imposición del novio, Santiago Blaquier.

¿Cómo se conocieron?

A través de un amigo del C.U.B.A, Benítez Cruz. Ahí se cruzaban todos los jugadores de rugby. Los presentó. Carolina vio la veta. Estaba completamente enamorada de Kim Van Ditmar, un gran esquiador a nivel internacional de Bariloche. Para entonces, yo no sabía ni quién era Blaquier. La verdad, no lo conocía. No conocía ni la papelera, ni el azúcar. Pero se puso de novia. Y cuando iba a verla, Santiago empezaba a estar en los entrenamientos. Tendrían 20 años. La primera vez que lo vi me impresionó. El tipo venía de jugar al polo, y estaba vestido de polo: vestimenta perfecta, camiseta de polo, pantalón de polo, botas de polo. Al tiempo, veo que siempre era así en la familia: cada vez que alguien hacía un deporte, se vestían de ese deporte. Si jugaban al fútbol, usaban botines, camisetas, pantalón. Y si jugaban al tenis, eran más que Vilas. Un día, Nacho, el hijo más chico de Blaquier, me llevó al Club Argentino de Tenis. Quería que su entrenador me explicara unos ejercicios. Pasaron un par de chicos. Yo estaba viendo el entrenamiento. Se ve que lo conocían. Y dijeron: ¡Nacho! ¡Ahí afuera están buscando a uno que haga la propaganda de Ala! A mí me causó muchísima gracia.

¿Y a él?

No, para nada. "Estos son unos envidiosos de mierda", dijo. Pero para los Blaquier, todos son envidiosos. La cosa es que a partir de ahí empecé hacerle masajes a Santiago. La primera vez, me llamó la atención el lugar. Bajamos a un sótano del edificio de Basavilbaso y Arenales, donde viven actualmente. Era un lugar bastante feo, raro, me habían dicho que pertenecían a una familia rica. Y lo segundo que me llamó la atención fue que se desnudó. Yo había hecho masajes en varios gimnasios, y en mi casa, y la gente siempre se quedaba con alguna prenda. Pero no sé si sería la moda, o qué, pero a partir de ahí siempre se desnudaba.

¿Se sentiría un dios sin pudor?

Medio erótico, me pareció. Pero creo que es un hábito. A mi no me gusta hacerle masajes a los hombres, porque siempre tocas algo. La cosa es que no me pareció nada erótico. El punto es que la gran confianza de Carolina me abrió ese círculo. Con ellos eso es así: se sienten seguros cuanto más confianza le tienen a una persona. Desconfían de todo lo de afuera. Tratan mal o te tratan como a un electricista. Santiago y Carolina tienen dos casas. Una en Basavilbaso, con un piso para cada uno de los Blaquier, y una casa quinta en San Isidro. Pasan seis meses y seis meses. Cuando hacían la casa de San Isidro, el trato con los arquitectos era de pares, pero con los empleados era distinto. Una vez estaban terminando la casa. Habían construido una pileta, enorme, de 24 metros de largo por 8 de ancho, te digo. Y se cayó la hija mas chica a la pileta. Era una bebe. No sabía nadar. Jacinta. Y la sacó un obrero. ¡No le dieron ni un centavo! Como si el tipo hubiese tenido la obligación de haberlo hecho. A ellos no se les cae una moneda. Y cuando se les cae, se vuelven locos.

 

Casamiento de Santiago Blaquier y Carolina Eiras Rueda. Adolfo Fonsalido, al lado de Santiago.

 

El acceso a los casamientos o a ese mundo, ¿te permitió sentirte par?

Nunca me sentí par. Creo que haber sido ubicado, me dio más crédito, me gané más confianza. Hubo épocas en las que trabajaba por la mañana con la pareja Santiago y Caro y a la tarde con los hijos, cuando volvían del colegio. No volvía a casa. Cuando estaba Carolina, almorzaba con ella. Santiago siempre estaba trabajando. Y en esa casa yo era la única persona que podía abrir la heladera, además de las chicas del servicio doméstico. Me servía lo que quería. O les pedía una milanesa.

¿Qué hizo Carolina de su vida?

Sólo es ama de casa. No estudió. Hizo algunos trabajos de morondanga, pero también hacía marcos, por ejemplo. Cuadros. Y los cobraba recontracarísimos porque los había hecho ella con Ainka.

¿Tenían otras rutinas?

Las clases casi siempre eran distintas. Una de mis cualidades es que no aburro al alumno. (Se ríe.) Trabajábamos un mismo músculo, sí, pero de diferentes maneras. Había ejercicios obligatorios: cuádriceps o estocadas, me gustan más que las sentadillas. Pero generalmente cambiaba la rutina. Con Santiago, también. En una época estuvo más de un año sin hacer gimnasia conmigo porque yo estaba muy gordo. Llegué a pesar 106 kilos. Ahora estoy en 83, ¡así que imaginate! Un día vino un primo de Carolina. Me dijo que Santiago no tomaba clases porque le daba vergüenza verme así. Me jugó una apuesta. El chico se llama Sebastián Salaber, hijo de la hermana de Carlos Pedro. Un tonto. Me dijo: Te doy 2.500 dólares si tal día de diciembre, pesas lo mismo que antes. Y yo empecé a matarme de hambre, entrenar, correr, pero los músculos pesan. Comía tan poco que me enfermaba. No podía bajar más de los 96 o 94. Hasta que me agarró una gripe que duró un mes y pico. Estuve en cama, mal, y cuando volví a la balanza, pesaba 84. Bajé una barbaridad. El día establecido, voy por apuesta. Así que le gané 2.500 dolares a Salaber, ese sí que era tontito. Me decía: Profe, vos tenés que hacer como yo: no como, cuando tengo mucho hambre, como un poquito. Y la verdad es que realmente era piel y hueso. Completamente anoréxico.

 

El clan Eiras. Arriba: Jorge Eiras (Bloblo) y Carolina Rueda (Ainka). Abajo: Carolina Eiras (remera celeste), Santiago Blaquier (lentes sobre la cabeza) y atrás, Adolfo Fonsalido.

 

¿Primer encuentro con Carlos Pedro?

No tuve mucha relación, pero me saludaba. Lo vi por primera vez en Basavilbaso. El edificio estaba dividido en dos: uno sobre Basavilbaso, con seis pisos. Y otro en Arenales. Así se repartieron los departamentos. Se ve que los hizo Carlos Pedro para los hijos. Viven todos ahí, todo mármol italiano. Todos menos Mimí, la más grande. Ella se casó con un Pereyra Iraola. Tomó un par de clases conmigo pero se aburrió, es muy depresiva. Ni siquiera forma parte del directorio de Ledesma. Yo entrené a su hijo, Juan Pereyra Iraola, que de grande se integró al directorio por parte de la madre, cuando Carlos Pedro dejó de ser presidente. En ese momento eligieron presidente a Carlos Herminio, Charly, el hijo varón mayor y a Santiago de vice. La cosa es que sobre Arenales tenían un gimnasio. Vivían hasta el piso seis. En el séptimo, había una sala de máquinas. Y un cuarto bastante grande donde hicieron un gimnasio. Lo hizo Charly. Ahí entrenaban Santiago y Nacho. Un día voy a subir y me paran los de seguridad. Siempre están en el sótano con treinta televisores y cámaras por todos lados. Ahí hay otro lugar con choferes.

—Voy a subir —les dije.

—¿A dónde vas? ¡Pará! —me dijeron.

—Voy al gimnasio.

—No. Ahora no, que está por subir Carlos Pedro.

—¿Y qué tiene?

—Y... Llega y quiere subir. No espera.

Bueno, dije. Me quedé a un costado. Entró. Me miró de arriba a abajo, o de abajo a arriba. Y dice: ¿Quién es este tipo? Me presenté. Soy fulano de tal. Preparador físico de los chicos. Santiago, Carolina, Nacho y Regina. (Del Carril, primera esposa de Nacho). Ah, me dijo. Muy bien. Habla demasiado suave a mi gusto. Y dijo: Déjeme lindas a las chicas, eh. Fue una de las pocas veces que lo vi. Iba a visitar a los nietos, sí, muy cariñoso y simpático. Ellos tienen un campo cerca de Cañuelas. Se decía que él no comía con los invitados. No digo cena, porque no se podía decir la palabra cena. Para ellos, es desayuno, almuerzo, té y comer. Si decís "merienda", estás escrachado. Si decís "cena", sos el grasa mas grande que hay en la tierra. O "buen provecho", está prohibido. Esos son los idiomas. A la larga aprendí. La cuestión es que en esa casa de Cañuelas fui invitado varias veces. Un día hicimos Los Adolfo Games. Participaron todos mis alumnos. Armé equipos. Era muy divertido, pero la verdad es que me costó muchísimo hacerlo con ellos porque eran muy demandantes y muy competitivos. MUY competitivos. Lo más competitivos que he visto en mi vida, seguramente. Santiago le ganaba a Agustín cuando tenía 10 años. Jugaban un tenis. Y lo rebajaba. ¡Sos un choto!, decía, y cosas así. ¡Cómo no me vas a ganar a mi! ¡Tengo cuarenta y pico! Siempre los denigraba, supuestamente para estimularlos, pero los tiraba abajo. Lo sé porque entrené bastante a Agustín y a Catalina. La única a quien no entrené fue a Jacinta.

 

Gym de Basavilbaso. Máquina de cuádriceps, máquina de isquiotibiales, bicicleta horizontal, remo, juego de mancuernas, cinta, banco múltiple. Disquera. Heladera. Placard con aparato de múltiple grupos musculares. Baño turco. El entrenador grabó las imágenes en un video con fondo de Andrés Calamaro.

 

¿Qué pasó con vos cuando saliste de la casa de mármol?

Ellos eran mi familia. Ainka y Caro. No los Blaquier. Cuando decidí hacerles juicio, tuve un ataque de pánico. Estaba con una amiga. Y de pronto le dije: ¡Llamá a mi hermana porque estoy enloqueciendo! Fui al Hospital de Salud Mental de San Miguel. Me sacaron. Pero después no volví a conseguir trabajo. Estuve sin dinero. No comía. Mi hermana me ayudó lo que pudo. Mis hijos igual, pero uno es actor y otra música. Empecé a ir al hospital, cambiaban de psicólogo y de psiquiatra cada quince días o una vez por mes, pero ahora estoy con uno muy bueno. Me consiguieron medicamentos gratis en la farmacia del Hospital y el jefe de psiquiatría me recomendó un comedor porque estaba muy flaco, muy delgado, muy débil. Y me costaba caminar. Me cortaron el gas en diciembre. Y por hacerle caso a una receta de internet, hice pelota el horno eléctrico. Así que estaba en cero. Ni diez centavos. Me dijo lo de Cáritas. Que atendían en la catedral de San Miguel. Fui. Extrañamente me dijeron: Acá hay un comedor, a tres cuadras, si querés te podemos ayudar, dar desayuno y almuerzo. Dije que así, y se me hacía baba la boca.

¿Cómo es el lugar?

Empecé en febrero. Es toda gente con problemas, creo que más de la mitad tiene problemas de alcohol, algunos con drogas. Más de 50 por ciento está en situación de calle, como se dice. ¿Gente de clase media? Eso se lo escuche decir hace poco a un muchacho que admiro, Juan Grabois. Dijo que ya está llegando gente con traje a los comedores. Y que se dan cuenta enseguida que no son del palo porque sienten mucha vergüenza, no hacen ruido.

¿Y vos cómo te moves?

Yo tengo mi personalidad. Y mi temperamento. Me sé hacer lugar, pero respeto completamente los códigos. Nunca me voy a imponer sobre otro. Porque ahí si querés imponerte, te agarran en la esquina y te matan. Un día vino un chico muy drogado y dado vuelta. Pidió un segundo plato de comida. Hoy no hay segundo plato, le dijeron. Capaz que otro día sí, pero hoy no. Y el pibe puteó. Por qué no se van a la concha de la lora, dijo. Nadie decía nada. Todos calladitos. Y el pibe, meta segundo plato y segundo plato. Al final, se lo trajeron. ¡Ves que había!, puteó. Se lo comió. Después le pusieron los puntos en la esquina.

¿Cómo era la relación de los Blaquier con la política?

Hay cosas que quiero dejar para el libro que quiero escribir. Pero ellos le ponen dinero a todos los partidos por si gana alguno. Creo que no le van a poner un mango a Del Caño, pero a los otros los llenaban de plata por si ganaba alguno. De eso estoy seguro porque me lo dijo Santiago. Cuando ganó Néstor, por ejemplo, decía ahora somos todos peronachos, cuando en realidad son completamente gorilas. Sé que Caro juega al tenis con la esposa de Macri, (Juliana) Awada, en el Argentino, el Argentino de Tenis, un lugar muy exclusivo, que se ve cuando pasas con el tren. Se que esa relación existe, pero Carolina no habla, es prácticamente muda. Muy buena chica, pero muy vacía.

¿Qué decían de Cristina? ¿Salieron con las cacerolas?

Cacerolas, no. O sí, un día una tía de Caro estaba caceroleando, pero le pegó tres o cuatro veces a la cacerola y después se la dio para que siga a la mucama porque se había cansado. Santiago nunca se pronunció ni en contra ni a favor, sí defendía lo liberal, seguro, eso sí porque lo discutimos muchas veces.

¿Dónde? ¿Durante los masajes?

No. En las clases. Los masajes eran con música de fondo, relax. Pero las discusiones fuertes eran en las clases. Ellos sabían que yo nunca fui K, pero soy zurdo. Yo trabajaba con mucha culpa con ellos. Mi hermana es muy zurda, más que yo. Me decía: ¿Cómo podes trabajar con esa gente? Son una mierda. Y yo me daba cuenta, pero les tenía aprecio. A todos, menos a Santiago. Pero con todo a Santiago no lo escuché decir yegua, sí defender el libre comercio y era anti-plan, eso sí.

 

La Rosadita. La casa de Carlos Pedro Blaquier en Libertador General San Martín.

 

¿Qué paso cuando procesaron a Blaquier?

Estaban indignados. Decían que era una injusticia aunque tampoco supe mucho porque me dejaban al margen, estaban seguros de que yo pensaba lo contrario. Santiago estuvo el día que le rompieron todo el auto a Carlos Pedro, cuando fue a declarar. Salieron los de Milagro Sala. No sé si te enteraste. Santiago estaba y casi lo matan. Estaba el Perro Santillán. Pero bueno, al final fue absuelto, así que viva la pepa. Los tipos pueden hacer lo que quieren. No tienen problemas. Nunca van a tener un problema judicial. Nunca vas a ver a un Blaquier preso.

La historia del auto no es así. Milagro no mandó nada. Todo lo contrario. Estaban ahí para garantizar la declaración. Es muy probable que eso haya sido una auto-lesión, por lo menos es la hipótesis que nosotros manejamos. Pero otra cosa: ¿viajaste a Jujuy?

Conocí San Martín, el pueblo donde está Ledesma. En Jujuy, Carlos Pedro tiene aparentemente la mitad de la provincia. La mitad es de él y por supuesto siempre fue el jefe del gobernador. El gobernador secreto. El que tenía el poder. Fui con mi familia a una casa en Calilegua, al lado de San Martín, como una casa quinta. Ellos ahí tienen La Rosadita en el pueblo y la casa quinta en Calilegua. La verdad es que comimos como nunca en nuestras vidas. No podíamos digerir el desayuno que ya nos daban el almuerzo. Y así pasaban al resto de las comidas. Y la primera vez que fui, porque fui dos veces, nos llevaron a visitar todo.

¿Qué era todo?

La fábrica de azúcar, la fábrica de papel, la fábrica de jugos, los campos donde tienen las plantaciones de cítricos. La plantación de caña de azúcar. Ponele cinco visitas. Pero lo que me impresionó fueron los hornos de la fábrica de azúcar. ¡El calor que largaban! Siempre teníamos una persona que nos explicaba. Qué se hacía. O cómo se trabajaba. Venía un ingeniero. Y yo dije: Acá hace mucho calor. ¿Y en verano cómo hacen? Y ellos te dicen, como si fuera lo más normal del mundo: Acá hemos llegado a trabajar con 80 grados. ¡80 grados!, digo yo. ¡Una persona se derrite! ¿Te das cuenta? Pero hay que mirarle la cara a esa gente que trabajaba ahí. Están con una bola de coca grandota en los costados, todo el día chupándola. Y realmente no se explica cómo es posible que se haga ese trabajo, completamente inhumano. Hay montañas de bagazo, que elimina la caña de azúcar. Montañas y montañas por todo el predio de la fábrica. Por eso la gente sufre de bagacitosis que es una enfermedad respiratoria muy grave. Yo no sé cómo pudieron seguir envenenando durante tantos años a la gente de San Martín sin que les pusieran una traba. Sé que hubo unas manifestaciones, pero como Carlos Pedro puede hacer lo que se le cante...

Milagro formó parte de esas manifestaciones. Por eso preguntaba por ella y su nombre al interior de esa familia.

Decían lo que dice todo el mundo. Pero mirá, Santiago tiene dos temas: el fútbol y el sexo. No lo sacas de ahí. Es sumamente superficial. Cuando hace chistes dice alguna pelotudez, y te tenés que reír de prepo porque da lástima. Los chistes son siempre de sexo. Y tiene el fútbol y el deporte en la cabeza. Será, seguro, muy hábil para los negocios. Pero el tipo es muy superficial. Hay una anécdota que pinta a los dos. En el gimnasio, cuando alguno hacía algo mal, yo les preguntaba. ¿Caro, qué te enamoró de éste? Y ella decía, la plata. ¿Y vos Santi, qué le viste a Carolina? Las tetas. Así, lo decían abiertamente. Un sincericidio.

Carlos Pedro Tadeo Blaquier. Foto: La Nación.

¿Quién atiende el comedor de Cáritas?

Creo que cocinan empleados y sirven voluntarios. Pero el servicio es de primera, eh. Los tipos te llevan tu plato, tu vaso, tu cuchara. Llevan los jarros de agua y después vienen los platos con la comida. En general guiso, pero muy rica. Eso quiero destacarlo. A la noche no hay Cáritas. Hay un comedero que queda cerca, pero sólo para los que duermen ahí. Toman gente con problemas de adicciones.

¿Se te ocurrió entrenar a otros?

No volvería a trabajar nunca como entrenador. No quiero. Me cansé de ver a la gente haciendo gimnasia. Estoy harto. No quiero ver gente sana nunca más en mi vida. No me interesa. Pero es lo único que sé hacer. Esa es la macana.

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