LA CULPA LA TIENE NIXON

¿Qué relaciones guarda la política con la moral, la ética y el derecho?

 

“¿Qué es un gobierno?”, se preguntaba el líder sindical Hugo Yasky en televisión, perplejo ante las políticas del gobierno actual que no encuentra límites en la democracia para poder llevar a millones de personas al abismo de la pobreza y la indigencia.

“Fue una decisión del Poder Ejecutivo, que viene manipulando la Justicia”, afirmó el ex juez federal Carlos Rozanski en relación a las operaciones del ministro de Justicia Germán Garavano para que el arrepentido Leonardo Fariña incriminara, a cambio de libertad, a la ex presidenta Cristina Kirchner. Garavano “no trabajó solo”, dijo el ex juez, “es un hombre muy perverso pero es un ministro del Presidente de la Nación”, “fue una operación que se hizo en conjunto”, como parte de “una mecánica autoritaria, brutal, fascista”.

Esos pronunciamientos tan graves ilustran la percepción socialmente extendida de estar viviendo en la Argentina algo mucho más serio aún que la crisis económica, política y social actual, y esto es la corrupción de las instituciones del sistema democrático. El paradigma de ese derrumbe ha pasado a ser la causa de espionaje y extorsión que involucra en red a agentes de inteligencia, periodistas, y funcionarios de los tres poderes del Estado, en vinculación con organismos  y agentes extranjeros. Es una fractura en los valores y las normas del orden democrático que no sólo afecta al vivir presente, sino que disuelve el sentido de la construcción comunitaria de un pasado propio y de generaciones previas, y las bases para fundar el bienestar futuro.

 

Contrarrevolución judicial

La corrupción de la democracia liberal es un proceso cuyos fenómenos se vienen manifestando desde hace varios años. Digo corrupción en el sentido –aristotélico— de “dejar de ser” lo que había llegado a ser. Y como la democracia liberal “llegó a ser” lo que es, en gran medida por la forma de gobierno constituida  por Estados Unidos, que nuestro país adoptó para sí, es razonable atender al curso de aquella para observar si hay fenómenos que se repiten en una y otra.

En 1968 muchos esperaban los resultados de las elecciones presidenciales de Estados Unidos para saber qué pasaría con la Corte Suprema, ya que Earl Warren, su presidente (1953-1969), había anunciado su retiro, y Lyndon Johnson no había logrado instalar a Abe Fortas en el puesto. El Presidente electo podría entonces elegir candidato y además varios cortesanos tenían edad de próximo retiro. El triunfo de Nixon, que había hecho campaña con “ley y orden”, anunció una “contrarrevolución” que dejaría atrás la jurisprudencia liberal de la Corte de Warren.

 

 

 

Nixon cubrió las cuatro vacantes que quedaron con hombres de una filosofía judicial conservadora, y designó como presidente a Warren Earl Burger (1969-1986). A Warren le seguirían en la presidencia William Hubbs Rehnquist (1986-2005), nombrado por Reagan, y John Glover Roberts Jr. (2005-al presente), nombrado por George W. Bush. Así, a partir de 1969 los presidentes de la Corte Suprema de Estados Unidos fueron nombrados por Presidentes republicanos.

Ese sesgo culminó en diciembre de 2000, en el caso “Bush v. Gore”, cuando la mayoría republicana de sus miembros logró no hacer lugar a un recuento de votos de la elección presidencial en Florida, consagrando de hecho a George W. Bush como Presidente. La credibilidad en la imparcialidad e independencia de la Corte quedó seriamente dañada a partir de entonces.

 

Inteligencia, espionaje y mentiras presidenciales

En mayo de 1972, James McCord, ex agente de la CIA y por entonces coordinador de seguridad del Comité para la Reelección del Presidente (CRP), asignó al ex agente del FBI  Alfred C. Waldwin III, para que realizara el espionaje telefónico de la sede del Comité Nacional Demócrata en el edificio Watergate en Washington. El 28 de mayo, Gordon G. Liddy, que había diseñado el plan de inteligencia, encabezó el primer allanamiento ilegal a la sede demócrata. El 17 de junio, un guarda de seguridad del complejo Watergate, descubrió operando en un segundo allanamiento a McCord y otros cuatro agentes, y llevó a la detención de los cinco.

En la cuenta bancaria de uno de ellos se descubrió un cheque de 25.000 dólares para la reelección de Nixon. A partir de allí se pudo descubrir la ruta del dinero que había financiado al grupo de espionaje y probar que el mismo procedía de donaciones para la reelección del Presidente. Pero pese al espionaje político, Nixon fue reelegido.

Los medios de comunicación, y en especial el Washington Post, hicieron una profunda cobertura del caso. Por la filtración de un subdirector del FBI pudo descubrirse la asociación para la conspiración entre la CIA, el FBI, el Departamento de Justicia y la Casa Blanca. Nixon, que ya había espiado a varios periodistas, desató entonces una campaña feroz contra los medios opositores y logró que buena parte de la opinión pública se volcara contra ellos.

En 1973, Nixon planificó y puso en marcha una estrategia para encubrir todo lo actuado. En el caso “Estados Unidos v. Nixon”, sin embargo, la Corte Suprema le ordenó entregar todas las grabaciones y otros materiales. El juez Burger, aunque inicialmente había opinado en su favor, se vio forzado a acompañar a los demás miembros. El 9 de agosto de 1974, Nixon renunció. Pero la fractura y desafío del Ejecutivo con los medios críticos independientes ya había sido declarada: subordinación o represalias.

 

 

Nixon había ordenado el espionaje político y había mentido gravemente. Dos décadas después, el escándalo Lewinsky puso a un Presidente demócrata al borde de la renuncia por un episodio cuyo moralismo hacía sonreír a los franceses. Sin embargo, la mentira de otro Presidente republicano sobre las armas de destrucción masiva de Saddam Hussein, llevó a la guerra de Irak, a la muerte de 654.965 iraquíes entre 2003 y 2006 según la prestigiosa revista médica The Lancet, a la violación de derechos humanos, y a la inseguridad mundial. Pero Bush no tuvo castigo alguno.

 

El dominio ejecutivo de los medios de comunicación

Los republicanos fueron los primeros en terminar con el respeto al llamado por Edmund Burke, en 1787, “cuarto poder”, consolidando la idea de medios que en lugar de expresar las diversas corrientes de la opinión pública, se dirigen a crear su corriente principal (mainstream). Los demócratas se sumaron.

En la tradicional ceremonia de entrega de los premios Oscar del año 2013, competía como candidata a mejor película la titulada La noche más oscura (Zero Dark Thirty), una versión realista del operativo Gerónimo de espionaje de la CIA para atrapar a  Bin Laden.

Obama siguió online, con sus asesores de seguridad, la invasión a Pakistán por dos de sus helicópteros, el ingreso a la residencia del equipo Seal y la ejecución.

 

Obama siguiendo el Operativo Gerónimo.

 

Robert O’Neill, el Seal que lo ejecutó de tres disparos, contradijo a la Casa Blanca afirmando que Bin Laden estaba desarmado, aunque, inexplicablemente para él, en la puerta de su habitación colgaba un fusil AK-47 y una pistola.

La posible premiación globalizada en tiempo real de la película resultaba inaceptable para el gobierno. Entonces, en forma inédita en la historia de la ceremonia,  la primera dama Michelle Obama apareció en las pantallas diciendo “Bienvenidos a la Casa Blanca”, para entregar el premio a la mejor película a Argo, un film crítico con el régimen de los ayatollahs. La politización de los medios pasó a ser un standard único que hoy cultiva el presidente Trump.

 

Michelle Obama anuncia el Oscar.

 

Repliegue imperial, expolio, y corrupción política

Desde las bombas atómicas en Japón, Estados Unidos fue cediendo posiciones de poder militar y económico en el teatro mundial de operaciones. Las guerras de Corea, Vietnam, Afganistán e Irak señalan ese repliegue geopolítico hasta la actual guerra en Siria, en la que los misiles reemplazan al despliegue de efectivos. En este escenario, el fortalecimiento estratégico de la asociación militar y de inteligencia con Israel ha pasado a ser una prioridad para los republicanos.

En enero de 2015, Benjamín Netanyahu, candidato a renovar su cargo de primer ministro de Israel, fue invitado por el presidente republicano de la Cámara de Representantes de Estados Unidos a hablar sobre Irán en el Congreso. Fue una demostración de fuerza ante el Presidente Obama, que se había negado a recibir a Netanyahu para no intervenir en la política israelí, y un golpe demoledor a su acuerdo nuclear con Irán, firmado por Rusia, China, el Reino Unido, Francia, Alemania, y Estados Unidos, pero del que Trump ya anunció su retiro.

Esos movimientos geopolíticos se asocian a fuertes intereses económicos en el marco de una globalización que Mónica Peralta Ramos viene describiendo en El Cohete. Ese “dejar de ser” la potencia dominante que Estados Unidos llegó a ser, va de la mano con la corrupción del dejar de ser la democracia liberal que llegó a ser.

 

El mal transparente

La triangulación de Argentina con Israel y Estados Unidos que se observó a partir de  los atentados a la AMIA y la embajada israelí, y del caso Nisman, y que vuelve a aflorar ahora con el caso D’Alessio y sus implicados, muestra la corrupción institucional de nuestra democracia agravada por el actual gobierno. Por eso cabe preguntarse: ¿qué relaciones guarda la política con la moral, la ética y el derecho? Pero esbozar una respuesta exige otra nota.

Mientras tanto, el gobierno quizá encuentre en la historia que hemos relatado un recurso más para su estereotipo de respuesta a todos los males que ha causado, y afirme entonces: “La culpa la tiene Nixon”.

 

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