LA PANDEMIA DEL BIEN

El Ingreso Básico Universal como paradigma para derrotar la pobreza estructural

 

Hace mucho tiempo que me ocupo de un tema que, en mi opinión, es el nuevo paradigma de la Seguridad Social: el Ingreso Básico Universal. La idea que subyace es la posibilidad de derrotar la pobreza estructural. A partir de la incursión de la enfermedad Covid- 19 y sus efectos sobre la población y la economía, este debate ha ido acelerándose, dominando actualmente la mesa de discusión de la mayoría de los intelectuales progresistas del mundo, los cuales proponen este instrumento tanto para países desarrollados como para aquellos en vías de desarrollo. Incluso, poco a poco este tema se abre camino en los organismos internacionales. Esta semana la CEPAL incorporó la cuestión en su agenda de trabajo.

Para aquellos que desconocen qué es el ingreso básico, les comento que se vincula con la búsqueda de un piso de justicia social debajo del cual nadie debería vivir. Ese piso de justicia se alcanza mediante un ingreso en pesos a cargo del Estado.

Hoy podríamos decir, sin temor a equivocarnos, que lo que viene en el mundo es el Ingreso Básico Universal, y me permito agregar que la salida económica y social de la pandemia será por este camino. Por ello, creo que sólo nos falta saber es si nuestro país será el primero o el último en aplicar esta metodología, pero ocurrirá tarde o temprano. Sin permiso, la coronavirus se metió entre nosotros y representa todo lo malo que nos puede pasar. Ahora está pidiendo permiso el Ingreso Básico Universal que podría representar la pandemia del bien. ¡Abrámosle la puerta!

Gracias a la generosidad del Cohete a la Luna he podido escribir unas cuantas notas sobre este tema, lo que me permitió entablar debates de toda naturaleza con distintas personas; algunos rechazando la idea de plano, otras muchas apoyando y algunos planteando su acuerdo pero con reparos. En esta nota voy a intentar responder a algunos de esos reparos.

 

 

¿Cuánto costaría implementar el Ingreso Básico?

Hoy es posible tener una idea de cuál sería el costo de poner en funcionamiento el Ingreso Básico. Ello es posible gracias al IFE, ya que el total de personas que no tienen ingresos, en este momento, ronda los ocho millones. Supongamos que la renta básica la estableciéramos en el monto de una jubilación mínima, es decir $16.873. Por lo tanto, entregarle una prestación de esas características a los ocho millones de personas suma $135.000 millones mensuales, lo que equivale 1,62 billón anual. Ese monto representa el 4,86% del PBI. Debe considerarse que este número corresponde a un contexto de plena pandemia y con la economía totalmente parada, es factible que cuando esta termine y la economía se reactive el número de necesitados del IFE se reduzca fuertemente. Pero la intención es demostrar que con sólo destinar un 5% de lo que la Argentina produce, podemos hacer un país digno para todos.

Para que tengamos dimensión de que el problema no es una cuestión de recursos, según la Universidad de Avellaneda los vencimientos de la deuda alcanzarían los U$D 200.000 millones entre 2020 y 2023. Ese monto equivale al costo del ingreso básico para algo menos de 8 años. Es decir que el macrismo obligó a nuestro país al pago de ocho ingresos básicos anuales en los próximos cuatro años sin ningún cargo de conciencia, pero hoy se desgañitan diciendo que el gasto social es insustentable.

 

 

La plata no alcanza

Este pareciera ser el caballito de batalla de todo economista liberal que se precie y de todo ciudadano de actitudes conservadoras. “El gasto social atenta contra el crecimiento económico”, repiten a coro. Es más, recurrentemente vemos ante las pantallas de televisión decir que “en ninguna parte del mundo hay tantos planes sociales como en la Argentina”, rematando con otro latiguillo: “En ninguna parte del mundo hay una presión fiscal como aquí”. Valen, entonces, algunas reflexiones aclaratorias.

El gasto social de nuestro país es inferior a lo que gastan 33 de los principales países miembros de la OCDE. Alcanzó en el año 2019 el 12,6% del PIB. El país que más invierte es Francia, con un 31,2% del PBI, luego le siguen todos los países desarrollados de la Tierra y solo quedan por debajo de la Argentina, entre los miembros de la OCDE, Turquía, Chile y México. Lo más curioso es que son los países con mayor PBI del mundo los adheridos a la OCDE, por lo que no solo gastan más en porcentaje del PBI sino de un PBI mucho más alto que el nuestro.

Respecto de la presión fiscal, la misma OCDE destaca que nuestro país ocupa el puesto 38 a nivel mundial con una tasa del 28,8%, mientras Francia encabeza la tabla con una tasa del 46%. En el medio, otra vez, quedan los países más desarrollados de la tierra.

En consecuencia, la mendacidad y el cinismo de los comunicadores del neoliberalismo son ilimitados. Repiten una y otra vez una falacia, aun sabiendo que probar que es mentira es por demás simple. Pero ese repetir no es inocente, es culturizador, con ello nos crean un nuevo sentido común, y esa mentira cala tan hondo que muchas personas con un sentido progresista de la política terminan repitiendo tal falacia sin hacer el menor esfuerzo por analizar su representatividad.

 

 

No se debe repartir plata

Lo que más me preocupa de la sentencia “no se debe repartir plata” es que la plantearon quienes tienen un pensamiento liberal ortodoxo, pero también quienes se identifican con el progresismo. Claro que los argumentos fueron bien distintos: mientras los neoliberales sostienen que repartir dinero genera holgazanería, los progresistas dicen que lo que hay que dar es trabajo, que solo el trabajo dignifica. Y ambos, en forma directa o encubierta, plantean que no hay que ayudar a los pobres a salir de la pobreza sino ayudarlos a que salgan por sí mismos de la pobreza. Pero mejor, vayamos por partes.

El tema de que el pobre es pobre porque es holgazán y vago está tan arraigado culturalmente que se ha transformado en un estigma. Resulta tedioso tener que desmentir tamaña tontería, con un mínimo de sentido común salta a la vista lo absurda y nociva que resulta. Solo pediría a quienes piensan así que reflexionen sobre qué trabajos hacen los pobres y veremos si son vagos o son héroes. A ellos les tocan los trabajos más ingratos, más esforzados y más necesarios para la convivencia humana. Si alguien cree que lo que digo no es cierto, lo invito a reflexionar respecto de quiénes son los que recogen la basura, o arman ladrillos o trabajan como albañiles o hacen zanjas, pozos, canales de riego o miles de trabajos de puro esfuerzo físico, aquellos que permiten que el resto vivamos dignamente mientras ellos se hunden en la discriminación y la pobreza.

Como contrapartida, pensemos qué trabajos hacen los ricos y los sectores medios. Trabajan en oficinas con aire acondicionado, tomando café a media mañana, almuerzan en un restaurant y a la tarde-noche se quitan el stress con una happy hour en el pub. Pero eso no sería nada si todas esas tareas fueran de utilidad pública. Muchas son innecesarias o, mejor dicho, no generan riqueza o valor agregado. El ejemplo más paradigmático son los financistas o brokers, aquellos que no generan dinero sino que solo lo mueven: financistas que defienden el interés de los fondos de inversión que esquilman la economía argentina. Por favor, señor/a lector/a, cierre los ojos e imagínese que desaparecen todas las financieras y bancos: ¿qué pasaría con su vida y con nuestra vida? No mucho, ¿verdad? Ahora imagínese que nadie recoja su basura de la puerta, o ningún plomero le arregle la pérdida de agua en su casa, o desaparezcan los mecánicos de autos, o que nadie levante la cosecha de verduras o atienda a los animales. Después pregúntese quién es el vago o el haragán. ¿Le parece justo que quienes hacen que la vida sea posible tengan que vivir en la pobreza mientras que quienes no hacen nada productivo vivan en la abundancia? No es mi intención impulsar una lucha de clases, más bien todo lo contrario, intento lograr una armonización de clases donde los pobres dejen de ser pobres para devolverles la dignidad.

La segunda cuestión era que solo el trabajo dignifica. Ninguna duda tengo que el trabajo dignifica y que lo lógico, natural y deseable sería que todos tuviéramos un trabajo digno. Pero lamento desilusionar a quien piensa de esta manera, el tiempo del trabajo para todos pasó y no vuelve más, las teorías del pleno empleo murieron hace varios años. La robótica y las nuevas tecnologías expulsan cada día más y más trabajo humano. Es el precio de la vida moderna. Cuando yo era adolescente, una empresa automotriz tenía varios miles de trabajadores y alrededor de esas empresas había infinidad de pequeñas y medianas empresas autopartistas, hoy con menos de la mitad de empleados producen cien veces más que antes y las autopartistas murieron en el camino. Así que lo que viene es menos trabajo y mucho más tecnificado, pero también mucha más producción que requiere colocarse. El camino de resolver esa ecuación es el Ingreso Básico.

 

 

¿Por qué tiene que ser dinero?

Hay una razón incontrastable para crear un ingreso básico: el pobre es pobre porque le falta dinero. Así de sencillo. No necesita que le den comida “equilibrada”, ni que le impidan tomar alcohol, ni que le hagan talleres de capacitación en oficios, ni que le enseñen a administrarse, ni que lo repriman salvajemente porque está sentado en una vereda ni que lo discriminen. Lo que necesita es, simplemente, dinero, el resto de las cuestiones las puede resolver solo, como lo hace el resto. ¿Acaso los hijos de los sectores medios no beben cerveza y hacen la previa? Como decía Atahualpa Yupanqui, el rico chupa en su mesa y el pobre en el mostrador, esa es la única diferencia.

Entre dos jóvenes que han estudiado lo mismo, uno viviendo en la villa y el otro en Palermo, la única diferencia es que uno tiene dinero en el bolsillo y el otro no. Sobre esto, analicemos qué pasa si esos dos chicos buscan trabajo y coinciden en una entrevista, los dos igual de capacitados uno vestido con ropa vieja y gastada, el otro a la moda, uno con corte de pelo casero y el otro de peluquería, cuando les preguntan la dirección uno dice la villa, el otro Palermo. ¿Adivine quién se queda con el trabajo? Ahora analicemos qué pasaría si el chico pobre recibe la renta básica y se da la misma escena, el que era pobre va a la entrevista con ropa a la moda, con el pelo bien arreglado y cuando le preguntan dónde vive responde en un barrio medio de Buenos Aires. A la misma pregunta sobre quién se queda con el trabajo, la respuesta sería el que demuestre más capacidad, y eso es lo justo. Por lo tanto, la diferencia entre los dos chicos sólo se resuelve con dinero.

Cuenta Rutger Bregman en Utopía para realistas que “dinero gratis es una noción que ya propusieron algunos de los pensadores más destacados de la historia. Así, en 1516 Tomás Moro soñó con ello en su libro Utopía. Numerosos economistas y filósofos – entre ellos varios premios Nobel– seguirían sus pasos”

Por último, propongo un desafío: leamos bien el artículo 25 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos y tratemos de identificar de qué otra manera que no sea por medio del ingreso básico puede cumplirse esa maravillosa manda universal.

 

 

 

 

 

 

--------------------------------

Para suscribirte con $ 1000/mes al Cohete hace click aquí

Para suscribirte con $ 2500/mes al Cohete hace click aquí

Para suscribirte con $ 5000/mes al Cohete hace click aquí