Mendoza y las disidencias

Del D2 de los '70 al Barrio Cano y el feminismo

 

Los días martes 14 y miércoles 15 de agosto presentamos en Mendoza Vida de Perro, junto con otras actividades. La primera fue una visita junto a Horacio Verbitsky al edificio en el que funcionó el Centro Clandestino de Detención y Tortura D2, lugar donde hoy funciona, sin apoyo oficial, el Museo y Espacio para la Memoria. Nos recibieron viejos compañeros que estuvieron allí detenidos. Nos rodeaban imágenes de rostros de muchos otrxs que aún siguen desaparecidxs. Motivados con la presencia de Horacio, surgió una charla larga e intensa sobre el pasado pero también sobre las nuevas formas bajo las cuales operan actualmente las fuerzas represivas del Estado, incluyendo la articulación mafiosa con los sectores más conservadores y reaccionarios de la sociedad. Con el fin de domesticar cuerpos disidentes y apagar todo intento de rebelión y cuestionamiento a este régimen de despojo y muerte, se ha desatado una cruel cacería contra militantes feministas en la ciudad, al punto que transitar solas con el pañuelo verde implica el riesgo de golpizas, escupitajos y agresiones verbales en colectivos y otros espacios públicos.

La presentación de Vida de Perro se realizó por la tarde del 14, en la sala BACT Luis Triviño de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional de Cuyo. El acto comenzó con la toma de la palabra de los sindicatos docentes y no docentes que se encuentran en paro. Esa fue la primera señal de una jornada que iba a testimoniar expresiones de resistencia y ansias de innovación política en un contexto de aceleración de la crisis. La presentación fue coordinada por Mario Vargas, destacado activista del movimiento de la disidencia sexual.

Uno de los ejes de discusión más relevantes fue el de la tensión, distancia o conexión posible entre formas de politización de los años '70, de la época del 2001 y de las actuales. Porque no funciona igual la politización de quienes se formaron en las ideas clásicas de la revolución, la de quienes reinventamos las militancias en una practica de autonomía mientras la idea de revolución se deshacía, y la de quienes crean acciones transformadoras inmersos de lleno en un imaginario de tipo conectivo. El diálogo generacional junto el estado del balance político reflexivo y cuestionador que habilita Vida de Perro interpeló a los asistentes como actores directos de este proceso, aún en medio del desconcierto y hasta de la angustia que por momentos genera el macrismo. El diálogo urgente se dio en todas sus formas y sin pedir permiso: en medio de la presentación, tomó la palabra una joven militante feminista que reconoce entre el público a su acosador y exige, entre gritos y denuncias, que este se retire del lugar puesto que está harta de compartir espacios con personas que disfrutan enviando mensajes hostigadores, morbosos y de explícita connotación sexual a alumnas y compañeras. La tensión entre organizadores y asistentes inundó todo el espacio, pero la manada feminista que surge espontáneamente ante los escraches actuó para fijar posición, rodearon a quien denunciaba, ¡y con ese gesto quedó claro que no se callan más! En ese contexto y fuera de micrófono, Verbitsky pidió que desde la mesa no se interrumpiese la escena. Quería ver “cómo se desarrollaba”. Hasta que un cierto momento –el acusado no se retiraba y las chicas estaban a punto de abandonar la sala– el Perro le pidió al acosador que se retirara: advirtió que ahí, en ese momento, eran ellas o el viejo militante abusador.

Tras los aplausos continuó la actividad y la firma de libros entre gestos de cariño y con la tensión cada vez más acompañada de risas. Luego, a la salida, la charla no podía sino girar en torno a las agresiones sufridas por “les chiques” (para usar el lenguaje que reivindican como inclusivo), a ese cuerpo colectivo y deforme que va por las calles de Mendoza, exhibiendo modos de vida trans y respondiendo al amor pseudoromántico con formas de lo que llaman “poliamor”. Con menos de 25 años, “les chiques” reivindican un vivir en comunidad y sin patrón. De todo esto se conversaba en una nutrida cena en el galpón del exquisito anfitrión Emilio Vera da Souza, a la que cayó, por arte de magia, el querido Diego Valeriano, quien comentaba al oído, mientras las escuchaba hablar: “Nunca la militancia se fusionó a tal punto con la vida cotidiana, eso no llegamos a conocerlo nosotros”.

Por la mañana del 15 fuimos al Barrio Cano, donde funciona una de las más consistentes y creativas articulaciones de organizaciones sociales libertarias y militantes que hayamos conocido, liderada por un grupo de mujeres jóvenes que viven amenazadas por la policía del barrio y en una atmósfera reaccionaria que se alimenta de misoginia, machismo, nacionalismo, xenofobia, clasismo y racismo.

Nos conocimos en noviembre del año pasado, en una charla organizada en la Universidad de Mendoza sobre el pensamiento de León Rozitchner, y fue entonces que salimos a recorrer la impresionante feria de mujeres y disidencias sexuales que todos los sábados por la mañana se desarrolla en la plaza y cuyas vecinas se han constituido como autoridades electas, luego de 20 años de nula participación comunitaria de este barrio tradicional que es, además, patrimonio cultural de Mendoza. Por entonces, luego de aquella visita a la feria, hicimos un encuentro con organizaciones amigas que luchan contra la violencia institucional, un encuentro/conversatorio de lujo que puso palabras de modo colectivo que allí no se rinde nadie y que, a pesar de todo, para adelante solo hay más lucha y organización.

La preocupación por la violencia ejercida por la policía hacia las militantes feministas del Cano y el hostigamiento permanente hacia sus actividades era tal, que hace un par de meses un grupo de chicas y chicos del barrio visitaron una experiencia de Florencio Varela (coordinación hecha por lxs compañerxs del Centro de Participación Popular Monseñor Angelelli) donde, bajo el paraguas del CELS, se ensayan prácticas de defensorías territoriales, una experiencia nueva y muy estimulante para los activistas barriales porque permite articular saberes legales, acompañamiento a las víctimas y articulación con organizaciones sociales en el mismo territorio.

El 29 de junio pasado, Flora, Alicia y Camila sufrieron una golpiza dentro de la comisaría del barrio Cano a manos de vecinas PRO-VIDA. Este hecho no hizo más que corroborar el peligro que ya veían inminente ante la negligencia del Estado, a pesar de las reiteradas denuncias. La violencia e impunidad de los hechos, y la votación en el Senado por la pronta despenalización del aborto que por esos días se estaba discutiendo, hicieron que hasta la vicegobernadora visitara a Alicia en su casa y escuchara durante horas los relatos del actuar policial y los ataques callejeros a quienes usan el pañuelo verde.

En este contexto, la visita del presidente del CELS al barrio, el pasado miércoles 15 de agosto, tenía un sentido especial. El encuentro fue muy emotivo. Había unas dos decenas de organizaciones sociales/políticas de derechos humanos y barriales, desde los experimentados abogados del Centro Xumek hasta un grupo de activistas que anunciaron el lanzamiento de la Correpi en Mendoza. La complejidad del diagnóstico sobre la violencia en los barrios, junto a la sofisticación creciente de la capacidad de articulación y elaboración de estrategias, dejó en los presentes la sensación de que no se trata solo de una etapa de resistencia, ni de esperar que la rosca política resuelva por sí sola los destinos políticos del país. Más bien es cierto lo contrario. Una rebeldía cada vez más popular, más insumisa y sobre todo más inteligente y más sensible comienza a colocar sus premisas, el tejido de lo que Raquel Gutiérrez Aguilar llama “el sentido común de la disidencia”.

 

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