Opinión sobre las opiniones

Tiempos ominosos, estos en los cuales el periodismo no informa como corresponde

 

 

Advertencia

Así como el Covid-19, el discurso del odio ha cobrado las calles y es igual de dañino.

Esta nota, escrita el jueves por la mañana, debe leerse elevada a la enésima potencia a partir de las pavorosas agresiones a C5N por la tarde. Quienes al grito de libertad y patria expresaban su descontento alrededor del Obelisco desatendiendo todo tipo de precauciones y cuidados, no vacilaron en cercenar brutalmente la libertad del otro. Su libertad de expresión, nada menos.

 

 

Camino de ida

Mucha agua ha corrido y no sólo bajo los puentes; ha corrido por la memoria de tanta gente, diluyéndola. Por mi parte llevo muchísimos años en este planeta Tierra y buena parte de esos años me gané la vida ejerciendo la entonces noble tarea de periodismo. Por eso hoy me duele profundamente verla bastardeada hasta la náusea. La valiosa lucha por la libertad de prensa va cobrando ribetes que podríamos encasillar en el rubro Teatro del Absurdo, si no contaminara de manera directa la opinión pública.

El Cuarto Poder. Lo anoto con mayúscula porque hay quienes se lo toman en serio y se sienten impunes, se autoasignan fueros y abren fuego contra quienes les incomodan, a sí mismos o sus patrones. La destacada periodista política Stella Calloni los denomina sembradores de odio y canallas seriales, y propone: “Si la red de noticias falsas se interrumpiera, si se impusiera una cuarentena para la circulación de la mentira vendida como información, cuando la esencia de la divulgación informativa es la verdad a la que todos los pueblos del mundo tienen derecho y que es la verdadera ‘libertad de expresión’, el mundo en crisis sería distinto”.

Estoy totalmente de acuerdo.

Las alevosas mentiras que difunden ciertos medios escritos y sobre todo televisivos, que muchos aceptan y reproducen por pereza mental o porque reafirman sus prejuicios, envenenan el aire que respiramos. Y no es metáfora. Mucho se habla del exocerebro propuesto por el antropólogo Roger Bartra, esa cualidad mental del ser humano que capta el “enjambre de conciencias individuales” imprescindible para la formación de la propia conciencia. Por su parte la neurofísica, asociada con la física cuántica, entiende que nuestro cerebro “no es un órgano de procesamiento de información independiente: actúa como una parte central de nuestro sistema nervioso integral con un intercambio recurrente de información con todo organismo viviente y con el cosmos”.

 

 

La busca del tesoro

Nos viene de lejos, de la infancia, la idea del tesoro oculto. Una fascinación antigua como el mundo: del Santo Grial a Eldorado, de Robert Louis Stevenson a Indiana Jones hasta Piratas del Caribe, y tanto más.

Hoy el juego parecería llamarse Oro K. sólo que no es un juego, es una ignominia echada a rodar sin prueba alguna para horadar las mentes incautas tal como se horadó el campo patagónico.

De esto se habló mucho. Pero el tema, junto con otras aberrantes mentiras que van quedando expuestas, alcanzó su punto de ebullición. Al extremo de despertar asociaciones iconoclastas en la zona más patafísica de mis meninges.

El periodismo “in the pendiente”, como tan bien supo calificarlo Mafalda (y en estos casos puntuales también la palabra periodismo debería de ir entrecomillada) se solaza de manera casi erótica en una incitación a la busca del tesoro. Un tesoro nac & pop, como corresponde a la supuesta escondedora. Un tesoro constante y sonante, en lingotes o billetes –da lo mismo— transportado en bolsos misteriosos, enterrado acá y allá, encerrado en cofres y en bóvedas. Pero siempre, siempre dentro del país, no se sabe si por patriotismo, por razones de necesidad y urgencia, o por simple torpeza y falta de savoir faire. Todo tan casero, chabacano, como los bolsos de López y aquella cifra, ínfima si lo pensamos bien. Nada comparable al refinado Oro M, que el tal “periodismo” ignoró olímpicamente, del que casi nadie habla porque total está lejos, y es inconmensurable, y yace en paradisíacas islas caribeñas y también en uno que otro paradisiaco país que ni vale la pena recordar.

El oro K y el oro M. Interesante antinomia, pero más interesantes aún son esas dos iniciales (sin ánimo de faltarles el respeto)  que me llevan como por un tubo a pensar en Freud, para quien el oro y las heces jugaban en un mismo campo. Inspirado, según dicen, en un muy antiguo apotegma oriental: "El oro es el excremento del inframundo".

 

 

Disclaimer

Yo anoto esta conjetura, estas asociaciones quizá ilícitas, porque no pretendo estar dando noticias ni estar compartiendo informaciones irrefutables si bien (pero eso nunca se dice) incomprobables. Es decir que no busco convencer a nadie. Sólo juego con las ideas, que vendría a ser una forma liviana de opinión.

Y digo yo, y me nombro en primera persona porque no hay duda de que todo ha cambiado desde mis juveniles años cuando trabajaba de planta en el Suplemento Gráfico del entonces venerable diario La Nación. Aquellos eran tiempos, los '60, cuando escribir en primera persona del singular resultaba ajeno a la ética periodística. Porque se respetaba una ética, mal que nos pese, y las opiniones estaban reservadas para las columnas ad hoc. Con el resto había que arreglárselas por ejemplo eligiendo bien la noticia y/o titulando con cierta picardía. Colando algún término equívoco que lectores avezades detectarían, entendiendo así que estábamos escribiendo en los márgenes de la línea conservadora del medio. Eso era todo, y era mucho si lográbamos manejarlo con soltura. Ser periodista solía ser cosa seria, responsable. Lo sigue siendo para la mayoría, cierto es, pero en aquella época lo era al punto de que me costaba decir que yo era escritora, aunque llevaba publicados dos libros y cuentos sueltos en revistas literarias. Periodista, contestaba con orgullo cuando me preguntaban por mi profesión, porque me hacía sentir seria y responsable. Pero mis cuentos circulaban, y cierto día mi entonces colega Enriqueta Muñiz me asombró diciendo que a Rodolfo Walsh le habían gustado mucho y quería conocerme. Me sentí a la vez feliz y apabullada, y cuando nos encontramos intenté disculparme diciendo que mis cuentos en realidad no reflejaban mi ideología profunda. El genial Walsh, el inolvidable Rudy, me frenó y me dio una lección que habría de servirme para el resto de mi vida. En suma me aclaró que toda ideología, cuando es profunda y sincera, no necesita ser explícita.

Eso para la ficción. También para el periodismo, aunque corra por otros carriles y debe (o debería!) atenerse a los hechos. Otros eran los tiempos, ya lo dije. En 2007 fue la última vez que me pidieron una colaboración para el New York Times. Menos mal que fue la última, porque me enloquecían con el asedio de los llamados fact checkers, los corroboradores de datos. Era una nota sobre el 25 aniversario de la guerra de las Malvinas, tenía un montón de jugosa información, a cada rato me llamaba alguno de esos personajes para chequear las fuentes… No sé si dichos asediadores, necesarios quizá para sostener la veracidad de las noticias, todavía existen por lejanas latitudes. Lo que es por acá ciertas personalidades de la prensa escrita u oral que se venden como dueños de la verdad, no querrían ni oírlos nombrar.

De todos modos la prensa hegemónica en el mundo no suele ser adalid de la ética. En 2014, cuando logramos despertar de su largo letargo al antiguo y prestigioso Pen Club Argentino y refundamos el nuevo Centro, me eligieron presidenta. Décadas atrás Pen Internacional, con sede en Londres, había madurado de un selecto conclave de escritoras y escritoras del mundo a un real observatorio. De ahí su lema en cada uno de los casi 150 centros: “Por la libertad de la palabra”.

Dadas las locales circunstancias, decidí ampliarlo: “Por la libertad y la responsabilidad de la palabra”.

Responsabilidad era el término clave en esos momentos, y lo es hoy más que nunca. Responsabilidad, sí, cuando ya circulaban en los grandes medios las falsedades que luego conoceríamos como fake news, disfrazadas de verismo. La posverdad, esa “información o afirmación en la que los datos objetivos tienen menos importancia para el público que las opiniones y emociones que suscita”, andaba ya por ese entonces haciendo sus estragos, minando credibilidades. Y más tarde la tristemente célebre “guerra de cuarta generación” que invierte en trolls, bots y falsas noticias lo que ahorra en armamento.

Durante el último cuatrienio, PEN Argentina, en tanto observatorio, tuvo varias ocasiones para afilarse las uñas. Fueron cuatro años negativos, como bien canta el genial dúo RS Positivo. Negativos para la prensa libre, sin ir más lejos, como quedó demostrado con los 4.500 periodistas despedidos en todo el país según relevamiento del Sindicato de Prensa, en una saga de represiones que avanzó del ataque a Mundo Argentino a los despidos de Télam, pasando por otras aberrantes instancias que lectores de este medio –no en vano llamado El Cohete A La Luna— conocerán quizá mejor que yo.

No debemos olvidarlo hoy, cuando ante hechos francamente delictivos se invoca la “libertad de expresión” y se pretende hacer creer que la democracia está amenazada. Amenazada, sí, cuando quienes la amenazan son los exacerbados como los que el jueves atacaron a C5N por el simple hecho de extenderles el micrófono para que despotriquen a gusto. En su comunicado al respecto, Pen Argentina se solidarizó con las víctimas, como corresponde, y reafirmó su convencimiento de que se debe terminar con los discursos de odio que, atendiendo a intereses mezquinos, alimentan y justifican agravios tales como los sufridos por quienes estaban realizando su trabajo informativo.

En medio de una pandemia mundial, de una muy seria crisis económica heredada, nos vemos enfrentados a una pestífera crisis en la cual la verdadera libertad de la palabra, la palabra fehaciente, está en juego. Me pregunto quiénes son estos personajes que, azuzados por cierta oposición, no pueden tolerar las frustraciones o la disidencia y se nutren de falsedades y de agravios. Quiénes, con una falta total de solidaridad y empatía, se hermanan con aquellos que fomentan el odio a fin de sacar un rédito político de uso exclusivo, en absoluto destinado a sus enceguecidos seguidores. Tan inteligentes no parecen, ni los azuzados ni los azuzadores. El precepto bíblico del viento y las tempestades, o el simple efecto boomerang, ni les pasa por la cabeza.

Con tamaña inquietud escribo esta nota que dedico a la memoria de Haroldo Conti y de Rodolfo Walsh, víctimas reales y heroicas de la libertad de expresión. No como esos que se victimizan hoy, creando caos y violencia al invocar una libertad de prensa que nadie les niega, ni siquiera mientras escupen comprobables falsedades nocivas. Y lo hacen con una falta de solidaridad alevosa en tiempos tan ominosos para la humanidad, cuando el periodismo en pleno debe cumplir su misión de informar como corresponde. Concentrándose seriamente en el tema de la responsabilidad.

 

 

 

 

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