Confiar o confiar

Crónica de la vuelta a clases presenciales en CABA

 

“¡Feliz vuelta a clases!”, dicen los carteles luminosos que pueden verse por calles y avenidas, en las bocas de subtes, desde autopistas como la 25 de Mayo y en distintos puntos de la Ciudad de Buenos Aires. A las 8:30, mientras se realiza la habitual conferencia de prensa del gobierno porteño sobre la situación epidemiológica encabezada por el ministro de Salud, Fernán Quiros, una decena de alumnos forman fila con sus familiares en la puerta del Jardín de Infantes Integral 08 (D.E. 06) “María Ángela Schiavoni de López”, ubicado en Boedo 650, para el inicio del ciclo lectivo.

Lucía usa un barbijo de la sirenita y juega con el celular de su madre mientras esperan. Lucas corre con su tapabocas del hombre araña y se esconde atrás de su papá, abocado a completar el papel en el que declara bajo juramento que “ni el estudiante ni ningún integrante de su grupo familiar conviviente ha manifestado síntomas compatibles con COVID-19”. Santiago llora con la cara descubierta, no quiere entrar al edificio cuyo único espacio al aire libre es la terraza.

A las 8:38 se abre la puerta y empieza el ingreso de a poco, por salas. A cada alumno le toman la temperatura y le dan alcohol en gel. Se cierra la puerta y los familiares quedan afuera.

“Entró pancho así nomás y ni se dio vuelta para saludarme”, presume la mamá de Nicolás. Para ella “el regreso fue medio de imprevisto”. “No teníamos seguridad de si se volvía o no. Confío en las docentes más que nada, no tanto en el sistema educativo de la ciudad”, dice.

De pronto se abre la puerta. “¿Alguien más de la sala amarilla?”, pregunta una de las docentes. De esa sala queda Santiago pero no quiere entrar. Sigue colgado de su papá, que intenta convencerlo.

Ricardo, el papá de Antonela, opina que “se podría haber esperado un poco más para volver”. “Aguantamos diez u once meses, podemos aguantar un poco más. Pero si no la traigo se queda sin vacante, con lo difícil que es conseguir”, agrega. Las clases son obligatorias y, según dispuso la Dirección de Nivel Inicial, el miedo al contagio no es un justificativo para faltar, de modo que si un alumno se ausenta por tres días y no tiene comorbilidades o convive con pacientes de riesgo –motivos de excepción– debe llevar un certificado médico. La Supervisión del Distrito Escolar 6 mira desde arriba, en el segundo piso del mismo edificio.

Los familiares llegan a ver a los alumnos en el hall por la ventana, les sacan fotos y los despiden hasta que son llamados desde el pasillo para ir a las salas. Una vez que Ezequiel recibe la señal de una de las maestras se va para adentro. Gustavo, su papá, lo pierde de vista y dice: “Esto es como dejar tu mochila en el guardarropas de un recital: no sabés cómo va a estar ni qué va a pasar, no te queda otra que confiar. Lo mismo, pero con tu hijo”.

Mientras tanto, en el Instituto Bernasconi de Parque Patricios se genera una aglomeración en el ingreso, que sólo en teoría es escalonado por turnos y con distancia. Jimena Hermoso, maestra celadora del jardín, explicará una hora más tarde: “Se juntó jornada completa con jornada simple, muchas familias en la puerta con muchos chicos, no había distanciamiento e ingresaba un grupo por la izquierda y el otro por la derecha con las distintas conducciones. Una conducción tenía termómetro y la otra no, se había descalibrado, así que se generó un embudo y tuvieron que pasar directamente sin que les tomaran temperatura”.

 

Instituto Bernasconi, en Parque Patricios. Foto UTE-Ctera.

 

Algo parecido pasa en el ingreso del Colegio Nacional 3 “Mariano Moreno”: una multitud de adultos amontonados en la puerta de avenida Rivadavia. Una de las razones es que tanto a esa como en otras instituciones el Gobierno de la Ciudad no les garantizó la cartelería y la señalética que había comprometido, según denuncian los gremios. Por otro lado, un docente de la institución opina: “El familiar de primer grado es tan o más ansioso que el chico y esa era una imagen muy posible. Las familias no se quieren perder la foto, presentarse con el docente, les gana la ansiedad aunque estemos en pandemia. Hay que educar a los pibes pero también a los padres”.

Horas más tarde, a las 11.50, hace su egreso el grupo de primer grado del Escuela Normal Superior en Lenguas Vivas 2 “Mariano Acosta” por la calle Urquiza. Uno de los chicos, Matías, que tiene su alcohol en gel de uso personal en el bolsillo del guardapolvo –específicamente pedido por la escuela– y tapabocas de superhéroes, ve a su mamá desde la puerta del edificio y se acerca con su maestra hacia las rejas.

–Chau, Mati, ¿hasta el…? –afirma y pregunta al mismo tiempo la docente.

–¿Lunes? –pregunta la mamá–. Matías quisiera volver mañana a aprender matemática como hoy.

–Sí, esta semana vienen una vez nomás.

Del miércoles al viernes asisten los chicos de jardín y el primer ciclo de primaria, un grado por día, y primer año de la secundaria. La semana que viene se suman los de cuarto a séptimo grado, y segundo año. Posiblemente roten la presencialidad, por más que Horacio Rodríguez Larreta y la ministra Soledad Acuña repitan que asistirán “todos los chicos, todos los días, una jornada simple” hasta transformar esa frase en un mantra. Todavía no están los detalles de cómo sería y dependerá del protocolo que presente la escuela pero, al igual que en otros establecimientos, no están dadas las condiciones de infraestructura para cumplir con esa consigna. El Gobierno porteño no publicó ninguna estadística sobre en cuántas escuelas eso fue posible.

No hay manera de que los más de 2.000 alumnos del Mariano Acosta asistan una jornada simple con el metro y medio de distanciamiento social que exige el protocolo porteño. Existen aulas que, aunque estén bien ventiladas, por sus dimensiones no permiten armar burbujas de más de diez chicos. Además la cantidad de inodoros y lavabos por alumno es insuficiente. De manera similar a la mayoría de los normales, se estima que los alumnos alternarán la presencialidad por semanas.

Muchas escuelas de jornada completa dividirán a los grupos en dos para que asistan un turno cada uno en el mejor de los casos. En las de media jornada, eso es directamente impracticable.

Según la Unión de Trabajadores de la Educación, diez escuelas no abrieron en el primer día de clases –aunque estén libres las aulas de los grupos que regresan a partir de la semana que viene– por falta de insumos, ventilación, obras, agua, termómetros, elementos de higiene y protección. También hubo otras que cerraron por casos de Covid-19 positivo en docentes, como el JII 2 (DE 5) o la primaria 8 (DE 14). A esto se suma la información que se desprende de la Verificación Técnica Escolar previa al inicio lectivo: dos tercios de las aulas en la Ciudad no cuentan con la ventilación adecuada, dos de cada tres escuelas no tienen instalaciones sanitarias suficientes y sólo un 30% cuenta con el distanciamiento reglamentario entre los escritorios.

 

 

Por otro lado, en el bloque del Frente de Todos en la Legislatura Porteña venían alertando los problemas de la “presencialidad descuidada”. Ahora que se cristalizó el inicio de las clases se tomarán unos días para recorrer la diversidad de escuelas en la Ciudad y hablar con los distintos sectores de la comunidad educativa para tener información de primera mano sobre una situación que se sabe heterogénea.

Sin embargo, una de las legisladoras del espacio anticipa que “los protocolos que cada director y directora fueron enviando terminan promediando medidas mucho más restrictivas, por suerte, que las que había anunciado Soledad Acuña, que eran disparatadas”.

 

* * *

 

Ya terminó la jornada en la Escuela 9 (DE 2) “Berón de Astrada” del barrio de Palermo y se escucha el reggaetón de una clase de zumba en la plaza donde está el edificio, mientras los adultos esperan a sus hijos. Vienen saliendo por turnos.

“Había que volver, tienen que volver ya. Yo soy enfermera, trabajé el año pasado y no me contagie”, dice la madre de Micaela, de primer grado, y agrega: “Lavado de manos, alcohol en gel y que vuelvan”. En cambio para Vanesa, mamá de Francis y Jano, el inicio fue “bastante apresurado”. “Se podría haber esperado para vacunar a los maestros y que esté todo un poco más organizado. Me parece pésimo que sea obligatoria la asistencia, no deberían correr las faltas, no deberían sacar las vacantes, debería estar todo preparado para que sigan las clases virtuales, estamos en pandemia”, dice.

Su testimonio va en línea con una encuesta publicada la semana pasada por el equipo SocPol de la Universidad Nacional de Quilmes, según la cual un 77% de las madres y padres de estudiantes piensan que “habría que esperar que todos los docentes estén vacunados para comenzar las clases presenciales (o, al menos, la mayoría de ellos)” y un 74% que “cada familia debería poder decidir si envía a sus hijos ya al colegio o continúa sólo con clases virtuales”. “No entiendo el apuro. La semana pasada faltaban insumos, alcohol, mascarillas, no estaban los materiales para arrancar. Sé que llegaron esta semana pero fue todo sobre la hora. Por ahora confío y por eso los traigo, pero cuando vea que hay problemas dejarán de venir”, concluye Vanesa.

Después de empezar primer grado, Francis se reencuentra con su mamá en la puerta del colegio. Con su tapabocas de los Minions en la pera, dice que el regreso estuvo genial y que extrañaba a los amigos. Entre las actividades del día, hizo “un cartel sobre protocolos de cuarentena”. Los ítems que recuerda haber incluido son “toser con el codo, no juntarse, distanciarse y usar barbijo”. También bailó y dibujó a su escuela. Le gustaría hacer una excursión mañana al Museo de Ciencias Naturales.

Al final de la jornada, Valeria, docente de una de una sala de cuatro años, despide a su grupo en la puerta. El protocolo específico para nivel inicial desarrollado por la directora del área, María Susana Basualdo, se titula también “Todos los niños, todos los días, jornada simple”. Establece como premisa que “para seguridad del alumnado y trabajadores/as se requiere distanciamiento social” y dispone el “uso de tapabocas y máscaras obligatorio para adultos y sugerido para los chicos con autonomía”. También especifica que “los docentes no son parte de la burbuja y que pueden compartir grupo en diferentes burbujas”.

En ese contexto, la supervisión dispuso que tenían que asistir diariamente los 30 chicos de la sala pero los familiares rechazaron la propuesta por insegura. Entonces, la conducción accedió a subdividirlos en grupos de 15. Sin embargo, las familias decidieron organizar sus propias rotaciones para que asista la mitad de los chicos en cada turno, es decir que quedan grupos de siete chicos. “Así y todo, es muy difícil cumplir con el protocolo”, explica Valeria y cuenta que estuvo a menos de un metro y medio de sus alumnos en muchas oportunidades. “Me acerqué a uno porque lloraba, le tuve que sacar los mocos y consolarlo, también a otros que se sacaron el barbijo y decían que estaban cansados. No da la sensación de que se hayan sentado a pensarlo ni un minuto y si lo hicieron no conocen la realidad de los jardines”, opina.

Esa flexibilidad no se da en todos los distritos. Por ejemplo, el mensaje que baja la Supervisión del Distrito Escolar 21 en el sur de la Ciudad es taxativo: “los chicos que no van al jardín, tienen ausente”. La directora de uno de los jardines de Lugano cuenta: “En esos casos depende de mi buena voluntad, de empezar a dibujar las asistencias. Hablo con las familias y si me dicen que tienen miedo por el coronavirus les pongo dos ausentes y un presente. Si un alumno de nivel inicial llega a 20 días de inasistencias injustificadas se le da de baja la vacante. Y no podemos demorarnos con las listas porque hay mucha presión de los padres que están en la lista de espera”.

El Jefe de Gobierno, Horacio Rodríguez Larreta anunciará a la tarde que “abrieron el 100% de las escuelas y el presentismo de estudiantes fue del 88%”. Para los gremios docentes eso es falso y, según sus relevamientos, deslizan una asistencia de “entre el 50% y 60% que va en aumento desde el norte hacia el sur de la Ciudad”.

Ya sin alumnos, en la puerta de la Escuela “Berón de Astrada” se escucha el fútbol y las rondas de la plaza. Su directora, Daniela Queirolo, quien estuvo a cargo de la organización desde los primeros días de febrero para lograr la aplicación del protocolo porteño, analiza: “Podría haber sido un poco después para estar mejor posicionados hoy ante todo este inicio tan extraño y diferente. Tuvimos que correr contrarreloj para que las cosas sucedieran. Dentro de esa realidad, en esta escuela sucedieron bastante bien”. En este establecimiento, generoso en espacios amplios, patios y ventilación, sí asisten todos los chicos diariamente. “Acá se puede, comparado con otras instituciones estamos en ventaja. Pero esto es todo nuevo y estamos probando. Hoy funcionó y todavía faltan sumarse la mitad de los chicos de primaria”, dice la directora del jardín de Palermo y concluye: “Esto es día a día”.

 

 

 

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