Cuestión de peso

Los cambios en la acumulación mundial consolidan la fractura centro-periferia

 

Flor de ironía la del proceso político argentino. Los conservadores más recalcitrantes, portadores de un peligroso derechismo revanchista, se presentan como epítome del cambio. Claro que a esta forma de expresar que se deja una situación para tomar otra, el sentido común la entiende siempre positivamente. Como ir de algo malo hacia algo bueno o de alguna cosa que promete, hacia alguna cosa que lo cumple. El truco es que el sentido derechista retrógrado lo usa como coartada para ocultar la involución que propone. Toda involución es violenta. Rara vez no es muy violenta. Posiblemente, una parte considerable del espacio político de los amontonados por el retroceso, conseguido a fuerza de vender gato por liebre a sectores de la sociedad que por naturaleza no les son afines, se deba a que las mayorías nacionales, que saben muy bien que cambiar es dejar atrás el horizonte de pobreza, no logran encontrar el camino al ascenso.

Ese camino existe. Por ser históricamente productora autosuficiente de alimentos y a punto de volver a ser autosuficiente en energía y con amplios excedentes reales y potenciales en ambos rubros, la Argentina es unos de los pocos países que pueden —en un mundo signado por el desarrollo desigual— pegar el salto adelante, justamente porque le es perfectamente posible aumentar el poder de compra de sus salarios sin que se lo impida la balanza de pagos.

Esta realidad desmiente a muchos intelectuales orgánicos de los sectores populares que han confluido en negar lisa y llanamente las posibilidades del desarrollo, en lugar de superar sus limitaciones teóricas que son las que los inhibe de concebir el recorrido hacia la tierra prometida. Como si propugnar el desarrollo fuera algo así como un ejercicio de auto engaño, propio de los giles que no se resignan. Eso sí, suelen permanecer silentes acerca de la hipótesis de la imposibilidad del desarrollo para no perder el lugar bajo el sol que han logrado ocupar.

En una economía internacional que física, ecológica y económicamente está imposibilitada de extender a toda la fuerza de trabajo que la compone, el pago de los minoritarios salarios californianos que cobra desde hace más de medio siglo la población empleada del G-7 (en la práctica, eso es el desarrollo, cuyo primer imperativo es que la gente coma), la Argentina es una de las pocas excepciones que puede erogar el promedio de esas remuneraciones a sus trabajadores, justamente por los alimentos y energía en cantidad suficiente y porque 23 ó 24 millones más de esa clase de asalariados es una mancha más para el leopardo. Un cambio de cantidad que no mueve el amperímetro de la calidad.

Y mientras tanto la ciudadanía vuelve a estar sola y esperando. Aguarda esa determinación política que impide el marasmo. Esa decisión no es otra que la de poner en marcha la integración nacional mediante su único expediente posible: el proceso de desarrollo. Máxime cuando los cambios que operan de verdad en la acumulación a escala mundial, lejos de desafiar la fractura de las dos humanidades para llevarla hacia la unidad, la vienen consolidando en su asimetría. El POTUS Joe Biden decretó el miércoles la prohibición efectiva de las inversiones de capital de riesgo y de capital privado de los Estados Unidos en empresas tecnológicas chinas, a través de una orden ejecutiva destinada a reforzar la seguridad nacional. Esto evitaría que las personas e instituciones estadounidenses realicen inversiones de capital en empresas chinas involucradas en el desarrollo o la producción de inteligencia artificial, tecnologías de la información cuántica y semiconductores/microelectrónica. También se bloquearían las fusiones y adquisiciones relacionadas, las transacciones totalmente nuevas y las empresas conjuntas. La de Biden es una apuesta que consolida una tendencia que se viene dando en la inversión externa en China y es una decidida acción a favor de elevar el poder de compra de los salarios norteamericanos y de la masa de salarios que se pagan en ese país. En una economía mundial en la que rige el intercambio desigual, aquellos pocos países que pueden seguir el tren alcista de los salarios (la Argentina entre ellos) si no lo hacen verterán al exterior un excedente no remunerado y ese drenaje de riqueza finalmente se paga con estancamiento y retroceso.

 

 

A estas cuestiones generadas por el intercambio desigual, se le suman, en la fractura que divide a las dos humanidades, los casos de la alimentación con relación al sobrepeso y el hambre. Esta contradicción se exacerba en vez de resolverse por el impacto del cambio climático en los cereales.

 

Obesidad y sobrepeso

Aunque las malas consecuencias para la salud de la gordura y el sobrepeso sean las mismas, sus causas son diferentes si se trata de un ser humano que habita en el centro u otro que mora en la periferia. Dicho muy esquemática y toscamente, en el primer caso incide la mayor cantidad de alimentación que la necesaria, en el segundo, la bastante menor calidad de una ingesta que por esa razón aumenta su cuantía. En la periferia, eso atañe mayormente a la infancia y primera adolescencia, con las peliagudas consecuencias que ello conlleva en la adultez. En el grueso de la población de la periferia, esas primeras etapas de la vida transcurren en la pobreza.

Pero la obesidad y el sobrepeso en los países del centro en estos meses está siendo enfrentada por tres grandes laboratorios cuyos fármacos, originalmente diseñados para la diabetes, según sus impulsores, han resultados muy efectivos para bajar de peso. Sus mentores afirman que la nueva clase de fármaco, además de reducir significativamente el peso, baja el riesgo de ataques cardíacos y ofrece muchos otros beneficios inexplorados, como frenar la adicción.

En lo instrumental, la batalla entre los laboratorios es para que las pastillas reemplacen las inyecciones. El fármaco oral para bajar de peso de uno de esos tres grandes laboratorios permitió a los usuarios no diabéticos perder hasta un 14,7 % de su peso corporal en los estudios de fase dos (un paso por detrás de los ensayos finales). El inyectable de otro de los tres reduce el peso corporal en un 22,5 % en promedio. Otro inyectable —de ese mismo laboratorio—, que está en la etapa de pruebas clínicas, ayudó a los pacientes a perder el 24 % de su peso. Estos tipos de tratamiento cuestan algo más de 1.000 dólares mensuales.

Uno de los laboratorios, el más grande de todos, anunció el lunes que su medicamento atenúa el riesgo de eventos cardiovasculares importantes, como derrames cerebrales y ataques cardíacos, en un 20 %. Los recintos bursátiles que mueven las inversiones en serio aumentaron la capitalización de la empresa ese mismo día en nada menos que 60.000 millones de dólares. Las acciones de corporación farmacéutica más grande del mundo —que es danesa— se dispararon un 15 % a un máximo histórico y luego siguieron subiendo. Tras las novedades, el laboratorio danés alcanzó una capitalización bursátil 15 ó 20 % mayor que el propio PIB de Dinamarca. Huelga tener presente que el estudio más reciente que muestra los beneficios cardiovasculares que hicieron saltar la cotización bursátil no ha sido revisado por pares, pero se trata de una prueba clínica en el que el impacto del medicamento en cuestión fue observado en 17.604 adultos de 45 años o más.

Barron's, el medio especializado en la operativa bursátil de New York que pertenece al conglomerado también propietario del Wall Street Journal, cree que serán los “productos farmacéuticos más vendidos de la historia”. Los especialistas en estos mercados estiman que el volumen de ventas será hacia el 2030 de alrededor de 100.000 millones de dólares (en valores actuales sin indexar), al combinar el mercado de diabetes y obesidad. Para los grandes laboratorios —según las proyecciones que andan circulando— significaría una facturación anual de 10.000 dólares para cada uno.

Los organismos reguladores de la salud pública de los países centrales están tratando de comprender mejor los posibles riesgos para la salud de esta medicación que las estrellas de Hollywood han convertido en un fenómeno cultural y por eso tiene una demanda tan alta que escasea, aun sin haber sido aprobada para otros usos que no sea el de tratar la diabetes. Las hipótesis de que puede haber efectos secundarios graves están sobre el tapete. Los pensamientos suicidas y auto lesivos que reportan los pacientes medicados con estos fármacos, de momento —según los medios especializados—, son el centro de la preocupación de las reguladoras de la salud pública y obligan a considerar con una óptica de mayor prudencia los datos alentadores que alimentan la exageración en torno a los nuevos medicamentos para la obesidad. Efectos adversos sobre el aparato digestivo también se cuentan. Ciertos estudios indican que los adultos mayores que toman estos medicamentos corren el albur de perder demasiada masa muscular. El 26 de julio, uno de estos fármacos originales para la diabetes pidió autorización para ser usado para adelgazar en el Registro de Especialidades Medicinales (REM) de la Administración Nacional de Medicamentos, Alimentos y Tecnología Médica (Anmat).

A decir verdad, los defensores de aprobar esta mediación tienen un punto cuando señalan que casi todos los medicamentos que han sido aprobados y están vigentes traen aparejados riesgos y contraindicaciones. Nadie discute que la obesidad en sí misma claramente presenta riesgos graves para la salud. A este grupo hay que sumarle el de los que sin presentar sobre peso quieren verse más delgados. Para uno y otro el cálculo de riesgo-beneficio es diferente, pero no por eso menos atendible.

 

Hambre y calor

A principios de julio se presentó el informe anual El estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo que hacen en conjunto la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA), el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), el Programa Mundial de Alimentos (PMA) y la Organización Mundial de la Salud (OMS). La edición de 2023 del informe contabiliza que entre 691 y 783 millones de personas padecieron hambre en 2022, por lo que el punto medio del intervalo se sitúa en 735 millones. Esta cifra significa un aumento de 122 millones de personas en comparación con 2019, antes de la pandemia de la enfermedad por coronavirus (COVID-19).

Según los datos del informe en 2022, alrededor del 29,6 % de la población mundial, unas 2.400 millones de personas, no tenía acceso cotidiano a los alimentos, debido a la prevalencia de la inseguridad alimentaria moderada o grave. Entre ellas, unos 900 millones de personas se enfrentaban a una situación de inseguridad alimentaria grave. Entretanto, el acceso a dietas saludables empeoró en todo el planeta: más de 3.100 millones de personas en el mundo, esto es, el 42 % de la población mundial, no podían permitirse una dieta saludable en 2021. Esto representa un incremento global de 134 millones de personas en comparación con 2019.

Christopher B. Barrett, economista especializado en estos temas, escribía en Foreign Affairs (25/07/ 2022) que “hay alimentos más que suficientes en el sistema global para todos. Incluso en medio de la crisis actual, los suministros alimentarios diarios a nivel mundial promedian aproximadamente 3.000 calorías, 85 gramos de proteína y 90 gramos de grasa por persona, superando con creces las necesidades metabólicas humanas para una vida saludable. Los principales impulsores del hambre y la desnutrición son la pobreza y la mala distribución, incluida la pérdida y el desperdicio excesivo de alimentos, no la producción agrícola insuficiente”. Arreglar esta desesperación cuesta no más de 50.000 millones de dólares anuales. Eso es lo que los ahítos del planeta gastaran en volverse flacos. Hoy por hoy, hay disponibles cerca de 16.000 millones de dólares para combatir el hambre, de acuerdo a datos de fuentes oficiales y privadas. Objetivamente, tan poco importa el asunto que, de hecho, se prevé que casi 600 millones de personas seguirán padeciendo hambre en 2030.

Es factible suponer que el cambio climático haga peor las cosas. Julio fue oficialmente el mes más cálido jamás registrado, superando el récord anterior establecido en 2019 por 0,3° C, de acuerdo a la medición según la agencia europea de meteorología. Los técnicos del organismo observaron que la temperatura global promedio en julio fue aproximadamente 1,5° C más cálida que la del período preindustrial de 1850 a 1900, antes de que el cambio climático inducido por el hombre comenzara a tener efecto. El año 2023 hasta ahora ha sido el tercero más cálido de la historia y puede superar a 2016 como el más caluroso registrado, dice el Programa Copernicus de la Unión Europea enfocado en cuestiones de clima. También se espera que el fenómeno meteorológico El Niño en desarrollo, que está asociado con el calentamiento de la superficie del océano Pacífico, haga subir las temperaturas a finales de este año y el próximo.

La ola de calor global, las inundaciones y los incendios forestales en varios continentes, muestran cómo el cambio climático está alterando muchos de los cultivos más consumidos de la Tierra. El maíz, el trigo y el arroz constituyen una gran parte de la dieta humana y representan aproximadamente el 42 % de las calorías alimentarias del mundo.

 

  

Al considerar como botón de muestra de lo que pasa con esos cereales al rendimiento del maíz, se observa que disminuirá en todo el mundo debido al calentamiento global en 2 °C, según un artículo de Scientific Reports de 2022 de Li, K., Pan, J., Xiong, W. et al. Estos autores, aplicando diferentes modelos, analizaron los cambios en el rendimiento por unidad de maíz en el mundo bajo el calentamiento global de 1,5 °C y 2,0 °C y simularon los precios de mercado del maíz a nivel nacional y mundial. Los resultados mostraron que el riesgo de reducción del rendimiento del maíz en el escenario de 2,0 °C era mucho más grave que en el escenario de 1,5 °C y proyectan que “la tendencia a la reducción de la producción total de maíz es evidente en los cinco principales países que lo cultivan (uno de ellos la Argentina) y en las principales regiones productoras del mundo, especialmente en el escenario de 2,0 °C”. En la simulación modélica, la Argentina sale muy favorecida cuando el mundo se desbarranca a 2 °C arriba y pierde feo con 1,5 °C.

Esto implica que el precio de mercado del maíz aumentaría, lo que supone una crisis profundizada debido al aumento de la población en el mundo. Al respecto, vale tener presente que Lord Robert Skidelsky —el eminente biógrafo de John Maynard Keynes— en su nota “El costoso retorno de la geopolítica” (PS, 19/06/2023), advierte que “el aumento de los precios de los alimentos a menudo ha sido el principal catalizador de la inestabilidad política en los países pobres. Se estima que 48 países experimentaron disturbios políticos internos o guerras civiles durante la crisis alimentaria mundial de 2008-2012”. En este horno que no está para bollos, el intercambio desigual cada vez da menos tiempo y las elecciones presidenciales aún deben demostrar que son parte de la solución.

 

 

 

 

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