Esa corona inglesa

Morir en Escocia, el último mensaje político de la reina

 

La reina Elizabeth II dio en sus últimos días y también con su muerte un último mensaje político de gran peso. Fue premeditadamente a Escocia, a su querido castillo de Balmoral, a pasar sus días finales en este mundo injusto. Los afanes independentistas de Escocia, que conocieron este año un reverdecer, tuvieron que soportar que un Primer Ministro, Boris Johnson, tuviera que ir hasta allí a presentarle su renuncia, y que su sucesora, Liz Truss, lo sucediera en el viaje hasta esas tierras, de bandera cuestionada por sus nativos. Y finalmente, la muerte en su casa escocesa de la reina que cuestionaban, algo que la historia consignará de modo inamovible.

Esto fue reafirmado por el protocolo largamente preestablecido –y largamente trascendido– ante su muerte. Si moría en Inglaterra, el mensaje clave debía ser “London Bridge has fallen” (el puente de Londres ha caído), y si lo hacía en el extranjero, debía ser “unicorn”, cuya imagen corona el escudo británico junto al león. Pues fue “unicorn”: Escocia es el extranjero, aunque británico.

En esos términos, el problema del poder pasó a su sucesor, el hasta ese momento príncipe Carlos de Gales. La elección del nombre con el que empezó ya a reinar fue motivo de meditación, pues reinar en Gran Bretaña con ese nombre evoca sin dilación a Carlos I, ejecutado en 1649 por Oliver Cromwell en las guerras civiles inglesas. Este nuevo rey podría haber optado por alguno de sus otros tres nombres de pila: Philip, Arthur y George. Rey Arturo hubiese evocado sin remedio al celta británico que combatió a los sajones que invadieron las islas en el año 700, lo cual no hubiese sido conveniente, por la mera disparidad de carácter entre aquel –el que le atribuye la leyenda– y este. Lo cierto es que es conocido por Carlos, y eso al menos no es conflictivo en un príncipe y rey desde el jueves, de quien se sabe por ejemplo que colecciona pelelas; deben ser de porcelana, cabe precisar. Cuestión de piel.

Carlos espera la corona de su madre (nacida en 1926) desde 1952, y la suya ha sido la espera más larga: los 70 años que tiene. Le saca así el cetro a George V, tercero en la línea de sucesión, que estaba en el yate real Britannia cuando vio que un marinero ponía la bandera a media asta: era el 22 de enero de 1901 y había muerto la reina Victoria tras 63 años en el trono. “No”, le gritó al marinero. “Izarla al tope y que flamee”, añadió el hombre, finalmente encaminado hacia la corona. Lo cuenta André Maurois en una biografía que, creo recordar, es Historia de Inglaterra.

La esposa de Carlos, Camila, será “reina consorte” y no reina, y dependerá del carácter de Carlos modificar el real decreto de su madre que estableció el título, que Carlos tanto agradeció. Dice la petit histoire que Camila tuvo a su cargo el inicio de la vida sexual de Carlos, y que fue ella quien tuvo la iniciativa de la relación. Esa propensión es atribuida a un acto de represalia por la relación de amantes que tenía su marido Andrew Parker Bowles con la hermana de Carlos, Ana.

En todo caso, los dados están echados, y en la línea sucesoria espera el hijo de Carlos y Diana, el príncipe Guillermo, de 40 años, y cuya postulación a la corona se manejó seriamente hasta que Elizabeth dijo su palabra definitiva. Tras Guillermo está su hijo George, de nueve años, hoy seguramente interesado en otros asuntos.

 

 

 

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