El golpe en las intendencias del conurbano sur

Resistentes y colaboracionistas ante la violencia castrense

 

El 23 de marzo de 1976, ante sus concejales en Lomas de Zamora, el intendente Eduardo Duhalde advirtió:

—Los van a buscar; tengan cuidado.

Desde la vecina ciudad de Quilmes, el edil vandorista Angel Abasto partió a esconderse junto a media docena de dirigentes en una casa de la Capital. Para entonces sus pares de las 62 Organizaciones sindicales peronistas habían enviado a los diarios la solicitada a publicar horas más tarde:

“Hemos sentido como propias las heridas que la guerrilla asesina infligiera a sus soldados”.

Bajo una oscura quietud, después de cenar en Solano, Roberto Roby Fernández oyó sobre la lejana Avenida Calchaquí las orugas de los tanques que llegaban desde La Tablada a cargo del teniente coronel Federico Minicucci. Después, la radio. Todos, en la vigilia, se resignaron a esa música marcial y al comunicado Nº 1.

Durante ese Golpe que prescindió de disparos, el primer muerto fue un militar, el ex delegado de Juan Perón, mayor Bernardo Alberte, arrojado desde un balcón, horas después de haberle escrito a Jorge Videla, jefe de su Ejército:

“El 20 de marzo un grupo intentó secuestrarme; se trataba de efectivos de seguridad. El día anterior, en un operativo vinculado fue secuestrado el joven peronista Máximo Augusto Altieri. La búsqueda fue facilitada por compañeros de la Municipalidad de Avellaneda y por la Comisaría 1ª, lo que permitió hallarlo acribillado en la morgue, sin identificar, con las vísceras al aire”.

A las 2, Julio Busteros los padeció en su casa de Almirante Brown, donde le notificaron del Golpe y lo secuestraron en un móvil militar. Su delito había sido reemplazar por fallecimiento a Roque Felipe Stefanelli en la Intendencia. A las 5 sería trasladado a un centro de detención en Esteban Echeverría.

En esa larga madrugada, José Rivela oyó un vehículo celular frente a su casa en el que venían a informarle:

—¡Sigue como intendente!

El peronista ortodoxo ordenó al chofer ser llevado al centro de la rebelión, el Taller Regional de la Fuerza Aérea:

–Vamos al IMPA— así llamaban a la base en la ribera quilmeña.

–¿A qué hora vienen a hacerse cargo de la Municipalidad?

–No tienen apuro.

–Es que justo hoy tenía un asado a las dos de la tarde.

–Van antes.

Ya de día, en Berazategui, armados, Nicolás Milazzo y su hijo Abel como secretario, pudieron entrar a la Municipalidad sólo con el ex comisario Pascual, jefe de Inspecciones. Fueron saludados por un mayor del Regimiento 7, Heriberto Román, que señaló los cuadros de Evita y Perón:

–Ese fue un gran general, lástima que el entorno lo traicionó.

Aunque enviaron al intendente a la casa, retuvieron a los secretarios de Hacienda, Pedro Laureano Cárcamo; de Bienestar Social, Juan Carlos Pinelli, y de Gobierno, Arturo Ramón.

En Varela, el conservador Juan Carlos Fonrouge presentó un escrito:

“Ante el pronunciamiento castrense en la noche de la fecha, ajeno mi gobierno comunal a los motivos que lo fundan y con el fin de facilitar su gestión, pongo a disposición del señor Comisionado Militar mi renuncia al cargo de Intendente Municipal Constitucional para el que fuera elegido por la voluntad auténtica de un sector de la ciudadanía libre. Que Dios Nuestro Señor y los Manes de la República iluminen al señor Comisionado Militar y a las Fuerzas Armadas en esta terrible y penosa encrucijada a que fuera arrastrada nuestra querida Patria”.

Plegó el papel el teniente coronel Raúl Muñoz, del 7º de Infantería de La Plata –quien reprimiera a tres combatientes del ERP que resistieron toda la noche a un centenar de policías, tres meses antes de fusilar a alguien en Viejobueno–. Y, al igual que en otras comunas, ordenó que los colaboradores del intendente permanecieran hasta que fuera designado un jefe comunal definitivo, “en unos días”. Tres meses se quedó Muñoz.

Pasado el mediodía, en el edificio comunal, un grupo uniformado le leyó a Rivela la Circular Nº 1 que mandaba presentar su renuncia “a consideración”. Seis soldados lacraron la Caja y, en un trámite desganado, cual negocio sin habilitación, la Municipalidad quedó con una faja en su puerta.

–Lleve usted las llaves, Rivela. Van a llamarlo– le advirtió un teniente antes de que unos y otros se retiraran.

Así, mientras el conurbano oeste era tomado por la Fuerza Aérea, el sur –como el norte– fueron repartidos entre la Armada y el Ejército. Por caso, los marinos desplazaron a Milazzo y Fonrouge, en Berazategui y Varela. El Ejército, a Rivela y Herminio Iglesias en Quilmes y Avellaneda. Comandantes de Gendarmería se quedarían con Brown.

Allí, en lugar de Busteros, por un breve tiempo nombraron como interventor municipal al arquitecto Adolfo Estrada (secretario de Obras Públicas) y ascendieron en la Secretaría de Gobierno al hasta entonces subsecretario Jorge Villaverde. Más digna fue la actitud de Carlos Olivera (secretario de Bienestar Social) quien presentó su renuncia ante el intendente depuesto.

Busteros había sido blanco de atentados de la Triple A como varios de sus compañeros del peronismo del centro a la izquierda.

Distinto era el caso del centro a la derecha que, como Herminio o Rivela, gozaban de mucho espacio en la revista El Caudillo, simpática a la AAA.

Por fin, en Quilmes, desde las 8, el personal municipal en la calle esperaba las llaves para entrar a trabajar.

A las 9:30, se acercó el comisario:

–Quieren hablar con usted, de la Junta de Operaciones.

Rivela fue hasta la Comisaría en la esquina de la Municipalidad y escuchó al interventor de la Gobernación:

–Está confirmado como intendente.

Tras la notificación de Adolfo Sigwald, desandó la media cuadra:

–A ver, llamame al ordenanza más gorila que tengamos.

Cuando vino el empleado, ordenó:

–Abrí.

–No puedo, está la faja.

–Rompela.

El hombre dudó, hasta que un policía le confirmó:

–Rivela sigue siendo intendente.

Busteros, en cambio, tendría doce días para repasar las causas de su prisión: “La puesta en vigencia del Estatuto del Personal Municipal; el aumento de salarios por encima de la pauta nacional; el Presupuesto participativo; la elección directa del delegado de Solano; la instalación del Departamento Ejecutivo en las localidades y el trabajo mancomunado con el Deliberante y las organizaciones libres del pueblo”.

En Berazategui, la municipal más antigua, Noemí Giménez quedó como secretaria privada. Desde ese sitial privilegiado pudo ver los informes de Inteligencia Naval al interventor, que investigaba a cada trabajador y despedía a quien tuviera algún antecedente policial. Por perseguidos como Ester Vicenti, de Privada; o el segundo, Domingo Patanella, se lamentaba y –cuenta–, por esa situación debió soportar los gritos del prefecto Jorge Santillán:

–¿Los conoce? ¿Sabe con quiénes se reunían? Entonces, no llore más.

Algo análogo ocurrió en Lomas, donde lograron quemar algunos legajos para proteger compañeros, pero Noemí Di Gianni, secretaria de Prensa de los municipales, fue apresada (sin legalizar hasta abril de 1977).

 

La retirada

Recién el 14 de junio, con la llegada del prefecto Hamilton, F. Varela cambió su gabinete cuando determinó cesantías y prescindibilidades y aceptó renuncias. En Quilmes, Rivela ya tenía en cajas unas pocas cosas cuando oyó a su secretario de Bienestar Social, Angel Menna:

–Te esperan el sábado en La Plata.

Rivela se encontró en la Gobernación ante el general Sigwald, su asistente y, a un costado, unos caballetes con carpetas.

–¿Se puede saber porqué nos envía la renuncia todos los días?

–¿Podemos hablar clarito?

–Sí, Rivela, cómo no.

–Siempre estuve contra los golpes. Asumí un circunstancial cargo porque el pueblo decidió que el peronismo gobernara; acepté mi responsabilidad, pero no tengo más qué hacer.

–Sabemos quién es usted. ¿Ve esas carpetas? Cada uno de ustedes tiene una. Son los informes de Inteligencia que hicimos desde un año antes del golpe. Su informe es bastante bueno, nunca tuvo nada que ver con los zurdos. ¿Quiere ver alguna? Diga un nombre.

–Hmm… Lacané.

El usurpador de la Gobernación ordenó a su asistente:

–Pásele la carpeta.

Rivela la hojeó y pidió otra:

–Romero.

El militar movió un dedo y la escena se repitió.

–¿Y? ¿Qué va a hacer, Rivela?

–Regresar a mi viejo empleo.

–¿Se puede saber por qué?

–Porque soy peronista; y al peronismo le usurparon el poder.

A los dos días, su renuncia fue aceptada y acercado el decreto.

–Pero acá falta la firma del escribano.

El sellado tardó. Cinco jornadas después, estuvieron los pagos. Entonces, habló con los suyos:

–El lunes me reincorporo a SEGBA y ahí me jubilo.

–José, si con la estructura que armamos en la tercera sección con Herminio y los otros...

–Sí, ya sé. Si no fuera por los milicos, en pocos años hubiéramos llegado al gobierno provincial.

Rivela se refería a su rosca interna con Herminio y el intendente de Echeverría, Oscar Blanco,quien –a las órdenes del coronel Jorge Osinde– en 1973 había llevado como concejal a Rubén Dominico, del Comando de Organización, procesado por robo, juego ilegal y corrupción, antes de ocupar el Hogar Escuela previo a la emboscada de Ezeiza y acribillado a manos de FAR-Montoneros, acusado por el secuestro, violación y muerte de Liliana Ivanoff, de 20 años.

Tras las deferencias de los militares, Herminio habrá de decir:

–Fui felicitado porque dejé superávit en Avellaneda.

Lo mismo, en Berazategui:

–Nos premiaron por lo bien administrada que está la comuna –afirmó Ramón, antes de agregar–. El golpe cayó justo cuando íbamos a sumariar a Jorge Deferrari; el muy Socialista Democrático era abogado de Pobres y Ausentes acá, pero cuando veía que podía hacer un negocio, los enviaba a su estudio. El y su esposa, María del Carmen Falbo, siempre fueron antiperonistas.

En tanto Abasto, ex titular del bloque de concejales que respondía a Rivela, y líder del gremio textil en Quilmes, había sido incluido en las Actas de Responsabilidad Institucional, lo que se traducía en prisiones preventivas, pero habrá de saber que la persecución en su contra duraría poco:

–Angel, tu reemplazante, un coronel Montes, quiere verte. Le planteamos, como tus amigos, el temor de que te detuvieran, pero él te da su garantía. Dice que sólo quiere la Bernalesa en orden –le confió uno de los suyos.

Abasto miró a Raúl Cacho Reali, ex secretario de Gobierno municipal, y al doctor Narvaja. Se pensó sin opción y fueron a la Contaduría General del Ejército.

Después de esa cordial conversación, quedaría como administrador de la enorme fábrica textil La Bernalesa.

“Debo reconocer que tuve muy buen trato. Incluso a la salida el coronel me hizo acompañar por un vehículo militar, unas cuadras, hasta que le pedimos que regresara. Después me fui a Paraguay, medio año. Me quitaron de las listas, como a tantos que no teníamos nada que ver con la violencia”, contará un cuarto de siglo después, en su despacho de diputado desde el que presidía la poderosa Comisión de Energía.

Como mano derecha de Duhalde desde que el lomense fuera vicepresidente, llevó de la mano a Carmen Falbo en su carrera política en el PJ como convencional, diputada y hasta procuradora de la provincia.

También llegaron a diputados Ramón, Villaverde y Roby Fernández, artífice de la Mesa Menem 1995, por la reelección presidencial.

La mayoría de los intendentes de aquel 24 de marzo han fallecido: Herminio, Fonrouge, Rivela y Nicolás Milazzo, cuyos descendientes siguieron en política y algunos negocios, como los que llevan a su nieto homónimo a tener una cuenta en una guarida fiscal en Andorra.

Sólo sobreviven Duhalde y Busteros, cuya disparidad de conocimiento en la sociedad es una medida de la diferencia de proyectos que cada uno encarnó desde entonces.

 

VIDEO, Busteros habla del Golpe https://www.youtube.com/watch?v=XbHXcW-t5so

Fuentes:

Esta nota se hizo en base a entrevistas propias que en los tres últimos lustros realicé con Herminio (la última, que publiqué a su muerte, hacia 2007, en la  revista Veintitrés); los quilmeños Rivela, Abasto, Menna y Roby Fernández; los ex funcionarios varelenses Neme,Roselli y Siniscalchi; más los berazateguenses Ramón, Pinelli, Noemí Giménez, Abel y Nicolás Milazzo (hijo y nieto).

Escultura de Juan Carlos Distéfano

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