Teorizar Guernica

Claves sobre el llamado de la Asamblea Feminista en la toma de tierras más grande del país.

 

“El lema Tierra para vivir, feminismos para habitar trasciende la cuestión del productivismo para tener derecho a la tierra. Se piensa como experiencia comunitaria, donde el feminismo es una propuesta radical del feminismo popular. La toma le ha dado visibilidad a la conformación de otras formas de habitar sin depender del hombre haciendo del barrio una familia”, cerró Mara Duer su exposición en el seminario Feminismos latinoamericanos en las relaciones internacionales convocado por los grupos académicos MujeRIs y MulheRIs, de Argentina y Brasil. En Guernica, en una extensión de casi 100 hectáreas de tierras recuperadas, alrededor de 2000 familias y personas solas apostaron carpas, comedores y un sistema de subsistencia para hacerle frente al desalojo.

Mara Duer es doctora en Política y Estudios Internacionales, miembrx del Grupo de estudios Geografías Emergentes del Instituto de Geografía (FILO-UBA) . En su propuesta de análisis, en la disputa por la tierra, las mujeres, lesbianas y trans y colectivas LGBTI+ se corren del discurso criminalizante y toman lugares periféricos para “convertirlos en centros de un proyecto alternativo”. Traen así debates históricos que cruzan feminismos y ambientalismo: para quién la tierra, qué es la soberanía y el ser ciudadanx.

—En tu exposición planteaste que la toma “confronta la base de la conformación de nuestros Estados modernos y la noción de soberanía”. ¿Qué quiere decir?

—La soberanía moderna, en particular en Latinoamérica, parte de la idea de conquistar el territorio en la lógica del derecho positivo que concibe a la tierra en términos de propiedad privada, por lo tanto, se ocupa de protegerla. Al colonialismo imperialista clásico en nuestra región no le interesaba hacer territorio, sino crear un sistema de extracción y retirada de recursos. Con los procesos independentistas que se desarrollan al calor de las revoluciones que se dan en Europa la burguesía local emergente dice: “Yo no quiero tener este lugar subalterno de simplemente trabajar para una corona”, y piensa el territorio como una manera más de articulación y extracción de ganancia. En definitiva, el territorio moderno en el contexto latinoamericano tiene que ver con la acumulación de riqueza más que con el sueño soberano y patriótico que acostumbramos a leer. Si saltamos históricamente mil años, podemos pensar en la toma de Guernica como otra forma de territorialización donde no interesa la lógica soberana del poder. Ahí hay un poder que ejecuta, que es transversal, es el poder de hacer, de disponer y de gestar algo de manera colectiva.

—¿Cuáles son las características de ese poder y qué es territorializar en este caso?

—No es un poder desde arriba, es un poder de red. Es un territorio que se desarrolla en el quehacer comunitario. No es un poder de regular a las poblaciones desde la biopolítica, que busca optimizar en términos capitalistas. Guernica nos muestra que es un territorio que se hace en el habitar y no en la expansión de la propiedad privada sobre el territorio argentino. No se hace patria conquistando la Patagonia y teniendo más propiedad privada y entrelazándonos con el capital global a través de la exportación de recursos naturales. En esta forma de hacer territorio se piensa en la tierra como fuente de subsistencia y como práctica colectiva, eso es la práctica de territorialización.

—Dentro de esa idea de territorialización que trae esta toma, ¿qué expresa la Asamblea Feminista?

—Hay una co-constitución entre la tierra y los sujetos. Es bastante tremendo hablar de tierras marginales y de población marginal, eso es racialización del suelo y está muy arraigado las poblaciones que viven en el conurbano bonaerense. El proyecto soberano territorial del Estado moderno tiene un correlato que lleva a una racialización del espacio y a una espacialización de la raza. Definen quiénes son como personas por el lugar en el que habitan. Lo que hacen estas mujeres y disidencias no es solamente salir de esa categorización sino tomar estos lugares periféricos y convertirlos en centros de un proyecto alternativo a la hora de entender el territorio. Lo que tiene de poderoso es que no sólo logran correrse de un discurso criminalizador, sino que visibilizan el aspecto humano, social, comunitario, amoroso y de supervivencia que hay detrás de este accionar, y lo logran demostrando que son las mujeres las que están generando este entramado territorial. Muestran que el territorio puede ser algo más que lo que propone el Estado. Eso es sumamente poderoso porque ha logrado despertar sensibilidad, alianzas y redes territorio donde el feminismo empieza a querer acompañarlas.

—¿Cómo impacta esto a nivel Estado y en las relaciones que existen a nivel internacional?

—En principio es importante entender que lo de Guernica no es una excepción en la región. La tierra para trabajar no es un slogan que compre el Estado porque la tierra hoy es para extraer. En esta nueva forma de la valorización de la tierra, que está asociada a un mercado especulativo global y que es la demanda que tiene la región para su inserción subalterna en el mercado capitalista, el Estado se encuentra en una contradicción muy terrible, en particular los gobiernos progresistas con los que vivimos hace unos años y por suerte todavía tenemos en la Argentina. Esta tensión lo obliga a defender tierras que a la lectura del mercado global aparecen como marginales y al interior de los Estados demuestran que son fundamentales para la subsistencia de la población. Está en un encono porque esa tierra cotiza en valor dólar y vale más inclusive abandonada y tiene que elegir si se planta como un Estado de seguridad y protege la propiedad privada o trata de tomar políticas públicas donde se hace eco de un abandono político habitacional que data de hace más de 30 o 40 años.

El otro aspecto es que, justamente, esta matriz extractiva tiene sacrificios y, como diría Maristela Svampa, las zonas de sacrificio se multiplican y emergen por todos lados. Nosotros estamos acostumbrados a ver esas zonas de sacrificios en lugares alejados de la ciudad y del conurbano. Son los incendios en otras provincias, los sismos en la Patagonia (N de R: producto del fraking) y las inundaciones en los campos. El conurbano era una zona de fábrica y cuando la fábrica deja de ser central en la economía nacional, el conurbano pierde su razón de ser y queda la única valorización que tiene: la valorización del suelo en clave extractiva, especulativa y de servicios con barrios privados y canchas de golf… El valor del suelo en el conurbano no tiene que ver con la fábrica y con ofrecer vivienda a las clases trabajadoras porque la clase trabajadora empieza a desaparecer como una categoría relevante en la economía nacional y en la regional. La soberanía se empieza a resquebrajar cuando aparecen otras formas de territorio que se multiplican tanto de manera corporativa como de lógicas comunitarias, como el Movimiento Sin Tierra en Brasil o la Unión de Trabajadores de la Tierra (UTT) en Argentina que trata de hacer territorio pidiendo tierra para trabajar. Estas son múltiples territorialidades en disputa que a veces coexisten pacíficamente o no. Decir pacíficamente es romantizarlo porque sigue siendo un proceso sumamente doloroso y traumático, lo que quiero decir es que no hay una violencia explícita a la hora de expulsarlos, como en Guernica.

—Justamente, durante la segunda Asamblea Feminista, desde la UTT, plantearon: “Si el Estado no está, nosotras podemos ser el Estado”. Esta nueva forma de territorialidad para las estructuras institucionales implica ver cómo se responde ante esa situación…

—El modelo extractivo configura al rol del Estado en un Estado parapolicial. Citando a Verónica Gago, no es sólo un modelo económico, sino que es un paradigma o se toma como reordenamiento político. No es casual que no haya una planificación territorial a nivel nacional, creo que no la hubo nunca, y creo que esa ausencia de planificación a nivel urbano, regional y nacional demuestra que hay una práctica ad hoc que tiene que ver con pensar el territorio en términos de necesidades del mercado internacional o de cualquier mercado que cotice a nivel global. Tener un Estado con una lógica ad hoc hace que haya zonas de abandono, zonas de sacrificio y cuando empezas a sacrificar población emergen otras ideas de lo que significa el territorio y empiezan a hacer mella en poblaciones que han sido abandonadas por el Estado. Esto es súper fuerte porque hacer territorio, hacer patria, en el siglo XVIII o XIV era poblar; hoy hacer patria es liberar el campo así se expande el pool de siembra. La lógica de la relación entre el ciudadano y el espacio y la gestión del Estado con relación a ese espacio está pensada en función de liberar la cancha para que haya más inversiones y esto tiene un correlato espacial, porque no es una fábrica, es la tierra… entonces la población se tiene que ir. Hay un proceso de desposesión, desplazamiento y expulsión de la ciudadanía.

—De alguna manera, la discusión sobre el modelo extractivo se vincula con las organizaciones de jóvenes ambientalistas cuyas ideas plantean lo mismo: ¿Para quién es la tierra? Ahora bien, ¿cómo responden estos Estados a demandas que son históricas en nuestra región?

—La tierra tiene múltiples devenires. La tierra es en tanto es una relación con el humano. En esa relación nosotros podemos encontrar la maleabilidad o las diferentes disposiciones que se pueden habilitar. La propiedad privada es un espacio exclusivo y excluyente. El derecho privado se funda en esta idea, con esta noción privada y pública y privada y exclusiva, que es como una mini apreciación de lo que significa el territorio moderno, que es sólo para los ciudadanos.

—¿Y quiénes son esos ciudadanos?

—Claro, ahí empezamos a preguntarnos quién entra. Si miramos en la historia argentina, quien podía tener tierra y propiedad privada tenía que ser blanco, heterosexual, letrado y era quien podía votar. Esta co-constitución entre tierra y ciudadanía es lo que se está poniendo en juego.

—Más allá de las tensiones obvias y visibles, ¿qué oportunidades existen ante esta situación?

—Me cuesta responder qué puede hacer el Estado en términos de esta tensión entre mercado global y necesidad y demandas de la población. Lo que sí puedo pensar es en estos movimientos jóvenes, militantes ambientalistas, que empiezan a encontrar en esta lucha feminista territorializada un aliado. Para mi es más por abajo donde podemos encontrar una clave y crear una apertura de diálogo. Tenemos que atravesar la clase, estos cuerpos marrones y salir de ciertas categorías que separan la toma de tierras del ambientalismo. Están interconectadas y tenemos que hacer esos puentes para demostrar que esta experiencia es valiosa y que no sólo es una población marginal que tiene hambre o necesidades de tierra. Acá hay una experiencia que debe ser teorizada y pensada como algo mucho más potente que simplemente gente pobre buscando tierra. El Estado va a seguir atrapado en una dependencia de mercado global porque fue su fundación en esa clave. Entonces, yo no sé si quiero hablar con ese actor, a mi lo que me interesa es que estos activismos se encuentren.

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