Las derechas se cantan a sí mismas

En el Día de la Hispanidad, del imperio a la guerra civil y al españolismo del PP

 

El 12 de octubre refiere a la conquista, al imperialismo de la historia monárquica, primero del reino castellano, después de lo que será el imperio español, acompañado de la cruz católica. España celebra esta fecha, punto de partida del expansionismo occidental sobre el continente americano y la mundialización del planeta a través del expolio colonialista, la muerte masiva –en los primeros 30 años murieron por lo menos 20 millones de personas— y la esclavitud servil, sin menciones oficiales a la mayor masacre demográfica de la historia, con despliegue armamentístico incluido: desfile de las Fuerzas Armadas frente a las autoridades y la corona, en el día de la hispanidad.

A un año de la proclamación suspendida de una república catalana inexistente, desalojado el PP del ejecutivo por el procedimiento parlamentario de mayorías representativas de la moción de censura y con el Mediterráneo como una gran fosa común, las derechas despliegan simbólicamente su estrategia españolista de unidad nacional contra la nueva anti-España que han construido –el populismo izquierdista, los golpistas separatistas y el peligro migratorio.

Este nacionalismo se cimenta sobre una idea de España construida y apropiada a través de la hegemonía dictatorial franquista. Una hegemonía cuyo origen material sobre las relaciones sociales fue la masacre sistematizada –prácticas sociales genocidas, diría Feierstein— durante el avance de las tropas franquistas sublevadas (“el glorioso alzamiento nacional” contra la II República, lo que el régimen llamaba la Cruzada). Una idea sustentada en el ejercicio del poder a través del nacional-catolicismo, y que se travistió, sobreviviendo, resucitando después, mediante una nueva legitimidad, durante el proceso transicional pactado que dio lugar al Estado de las autonomías, en la Constitución de 1978.

Para entender nuestra historia hacia dentro también la violencia imperialista de la guerra de conquista es un factor clave en la retaguardia durante la última guerra civil: la influencia que tuvo en el Ejército golpista del 36 por el peso de las tropas africanistas coloniales, a las que pertenecían los generales golpistas como Franco.

La sombra del franquismo es alargada, una de sus formas más grotescas es su impunidad. Siempre se dijo: Franco murió en la cama y dejó todo atado, y bien atado. El pasado lunes 8 de octubre, un juzgado confirmó por primera vez la práctica del robo de bebés en España con el caso de Inés Madrigal, robada en 1969, y que tomó conciencia de su propia historia a partir de 2010 cuando estos casos, situados cronológicamente en la segunda mitad del siglo, salen a la luz pública. La sentencia, sin embargo, ha absuelto al que declara culpable, el doctor Eduardo Vela, por prescripción del delito.

Al día siguiente, otro juzgado desestimaba la denuncia por torturas contra González Pacheco, alias Billy El Niño, torturador de la policía política, premiado con 5 medallas al mérito policial que le duplican la pensión. Es la undécima denuncia desestimada por tribunales españoles, de las doce individuales que fueron interpuestas contra él a partir del año pasado, después de que la querella argentina no haya conseguido la extradición. El motivo de la desestimación alegado es siempre el mismo: prescripción del delito de torturas por considerar que no son ni se produjeron en un contexto de crímenes de lesa humanidad. Tanto tribunales como fiscalía consideran que no hubo sistematicidad ni persecución contra un parte de la población española. Ante semejante afirmación referida a la represión del tardofranquismo, ni qué decir de los periodos precedentes, el sistema judicial da risa, amarga, y vergüenza, ajena. Cuando la impunidad se entrelaza con la actualidad política española, la sensación de saturación y esperpento adquiere formas con ecos ya nombrados: primero como tragedia, después como farsa.

El presente de este mes de octubre: por un lado, la banalización manipulatoria de la palabra violencia respecto a las movilizaciones en Cataluña, presente desde hace un año y relevante en el proceso judicial penal, pero especialmente cínica para la historia de este país, la que define a la estrategia independentista catalana como golpe de Estado. Las derechas españolistas nombran el conflicto con la dualidad golpistas contra constitucionalistas. Y esto ocurre el mismo año en que ETA se disolvió y en el que el Congreso ha aprobado la exhumación del cuerpo de Franco del mausoleo del Valle de los Caídos, Cuelgamuros, para la mano esclava de los presos que lo construyeron; mientras por el otro lado tiene lugar la banalización idealista que ha hecho desaparecer las relaciones de fuerza del análisis político independentista hasta límites insospechados, así, las luchas por la autodeterminación de los pueblos en la historia de los dos siglos anteriores parecen un chiste macabro desde un presente posmo y naif de globos de colores, en sintonía con la superioridad, ya no cultural de los catalanes europeos versus el arcaísmo autoritario esencial del español —ahí es nada—, sino temporal de una supuesta modernidad civilizatoria pacifista que hace desaparecer el significante del propio antifascismo en guerra contra el nazismo y el fascismo en el 80° aniversario del Pacto de Munich.

Hasta este suceso es usado por el líder del PP, Pablo Casado, en su derechismo electoralista, para que la crisis territorial, en un momento de división del bloque independentista en el gobierno de la Generalitat, derechice el voto de un españolismo que ha resurgido con sus variantes contra el soberanismo catalán: “Se acabó el tiempo de la política de apaciguamiento”. Otro cinismo más para la memoria de todos los republicanos españoles que en sus diversos periódicos, aquel mes de 1938, sabían que aquel pacto, la permisividad de las democracias liberales con el fascismo, los condenaba a resistir y los llevó a la derrota antes del estallido de la Segunda Guerra que sabían tendría lugar sin duda tras esa firma.

Mientras, los aniversarios nos siguen acompañando: el mismo día hacía un año del referéndum ilegalizado y reprimido en Cataluña, 43 del último baño de masas de Franco en la Plaza de Oriente y 87 años de la aprobación del voto femenino en la constitución de 1931 durante la II República. Y a una década de la segunda mayor crisis financiera del sistema, la calle sigue gritando: “Las pensiones no se venden, se defienden”.

 

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