Pancho Villa como economista

Hace un siglo el líder de la revolución mexicana puso en práctica lo que hoy se llama Teoría Monetaria Moderna

 

Afortunadamente —para él y para sus conciudadanos del Estado de Chihuahua— Pancho Villa no había estudiado Ciencias Económicas. Ello le supuso que, si bien carecía de formación académica a la hora de enfrentarse a los problemas económicos, no estaba por otro lado malformado por ellas como con total seguridad lo habría estado si las hubiese estudiado bajo la batuta de algún profesor de las escuelas neoclásica o austríaca, o sea, de esas que Marx habría considerado con certeza “economía vulgar”. Y fue por ello, es decir, gracias a su nula formación en Economía —así como a su inteligencia natural, obviamente– por lo que Pancho Villa pudo responder a los gravísimos problemas financieros que tuvo que afrontar cuando en 1913, durante la revolución contra el gobierno de Huertas, se proclamó gobernador militar del Estado de Chihuahua, haciéndolo por cierto de una forma tan eficiente que hoy –creo– recibiría el aplauso de los teóricos de la Teoría Monetaria Moderna.

Uno de los más grandes problemas de una revolución, no sólo de la mexicana, sino de cualquier revolución, es el de cómo financiarla, o sea, cómo financiar tanto las pagas a los miembros del ejército rebelde como la compra de provisiones y suministros de material militar. A este problema, los economistas vulgares sólo tienen una respuesta. Y es que, si una revolución no cuenta con auxilio o apoyo externo, y no cuenta con materias primas u otros bienes comerciables para exportar y así hacerse con divisas, entonces se enfrenta a un problema financiero para el que sólo habría una salida: y es la de endeudarse. Si un líder revolucionario no tiene acceso a oro u otros metales preciosos o a divisas, sólo endeudándose puede conseguir la financiación que necesita. Cierto, habría —sí– otra “aparente” salida: la expropiación del dinero que tuviesen sus enemigos conforme fuese conquistando territorio, pero tal “salida” al problema financiero de una revolución es difícil de instrumentar en la práctica pues ese dinero se puede esconder o trasladar a lugares seguros.

Es por esto que los consejeros de Pancho Villa, sin duda vulgares economistas, una vez que tomó el poder en Chihuahua le recomendaron que emitiese deuda para financiarse, es decir que pidiese créditos. Ahora bien, dada la incertidumbre respecto a su futuro que acompaña a todo proceso revolucionario, los consejeros le hicieron ver a Villa que los bonos para financiar la revolución deberían rendir entre el 30 y el 40% de interés. Estoy totalmente seguro de que esa opinión hubiese sido unánimemente respaldada por todos los economistas “académicos” de su tiempo… y también del nuestro, pues la vulgaridad campa a sus anchas por los campus académicos hoy incluso más que antes.

Y sin embargo, a ese consejo Villa respondió:

“Entiendo que el Estado deba pagar algo al pueblo por el empleo de su dinero, pero ¿cómo puede ser justo que le sea devuelto este triplicado o cuadruplicado?”

Pero no sólo la financiación de la revolución era un problema sino también la financiación de la actividad económica en general, pues sucedía que el temor a la expropiación se había traducido en el atesoramiento, es decir, la desaparición del dinero de la circulación. Así sucedía que “los agricultores y ganaderos que producían las carnes y vegetales ya no querían venir a los mercados ciudadanos porque nadie tenía dinero para hacer sus compras. La verdad era que aquellos que poseían plata o billetes de banco mexicanos los tenían enterrados”, por lo que la economía de Chihuahua parecía abocada a recurrir a esa forma ineficiente y degenerada del intercambio que es el trueque [1]. Ahora bien, ocurría que ni siquiera esto era muy factible, pues “Chihuahua no era un centro industrial, las pocas fábricas que tenía estaban cerradas, no había nada que pudiera cambiarse por alimentos. De suerte que comenzó en seguida una paralización comercial, y el hambre amenazaba a los habitantes de las ciudades”.

Por ninguna parte se veía el surgimiento de esos procesos de auto-organización, ese orden espontáneo del que tanto les gusta poetizar más que razonar a los economistas austríacos. Unos “procesos” que hiciesen surgir de la nada, ex nihilo, mágicamente, gracias de nuevo a la vieja mano invisible, un nuevo dinero que resolviese de una tacada los enormes problemas de ineficiencia que tiene una economía basada en el trueque, como todo estudiante de Economía aprende nada más entrar en una Facultad [2]. La gente de Chihuahua, descoordinadamente, por sí sola, era incapaz de crear o generar un dinero que permitiese hacer funcionar los mercados. Y es que nunca algo inexistente como lo eran los inexistentes mercados de Chihuahua, puede, como es lógico, generar algo, el dinero necesario para sus inexistentes transacciones (excepto para los creyentes en dioses que crean a partir de la nada).

La incultura de Pancho Villa le habría impedido entender tan poéticos y teológicos argumentos económicos que afirman que el dinero surge de la nada, por una suerte de convención compartida que surge del contacto telepático entre los cerebros de los agentes económicos. Así que, dejando de lado los “grandiosos planes” que le presentaban sus cultivados consejeros, sencillamente dijo:

“Bueno, si todo lo que se necesita es dinero, emitámoslo”

Así de simple. Así de inconcebible para cualquier economista vulgar, dado que Villa no disponía de reservas de oro o de plata, ni tenía a su alcance préstamos de bancos del exterior, ni apoyo político externo alguno. Y tampoco, por supuesto, tenía Villa la confianza de los habitantes del Estado de Chihuahua que por de nuevo también por mágico consenso implícito o explícito en la conveniencia de tener una moneda hubiesen manifestado su disposición a aceptar su moneda, la moneda emitida por Pancho Villa, como medio de pago con poder de liberación de deudas, unidad de cuenta y, menos aún, depósito de valor. O sea que la moneda de Villa sólo tenía la garantía de su nombre, por lo que ningún economista vulgar hubiera dado nada por ella.

Y sin embargo, la moneda de Villa funcionó. Y es que Villa, sin ser un economista, lo hizo muy bien.

En primer lugar, en lugar de esperar pasivamente a que los particulares decidiesen usar en sus relaciones económicas de la moneda que había creado, la introdujo en el sistema de la manera recomendada por la Teoría Monetaria Moderna, para la que la política monetaria es parte de la política fiscal. Es decir, que la forma de hacer una política monetaria expansiva —lo que se requería en Chihuahua, dada la penuria de circulante que padecía— pasaba por generar déficit público mediante el gasto público y las transferencias:

“La primera emisión de moneda… fue lanzada principalmente para reanimar el pequeño comercio interior del Estado, a fin de que la gente pobre pudiera adquirir víveres. Empezó a pagar al Ejército con ella. El día de Navidad convocó a los habitantes pobres de Chihuahua y les dió 15 pesos a cada uno inmediatamente”.

La moneda de Villa, para serlo de modo efectivo, tenía por otro lado que tener un tipo de cambio con otras monedas, así que Villa, tomando como referencia la moneda del Estado mejicano contra el que se estaba rebelando, “enseguida lanzó un pequeño decreto ordenando la aceptación a la par de su moneda en todo el Estado”. El éxito de sus medidas fue inmediato y “el sábado siguiente afluían a todos los mercados de Chihuahua y otras ciudades agricultores y compradores”. El riesgo que corría entonces era que su moneda no superase los niveles mínimos de confianza, de modo que la desconfianza hacia su futuro como dinero se tradujese en su desvalorización. Así que, para sostener su cotización a la par con el peso del estado mexicano, Villa recurrió al control de los precios de algunos bienes básicos. Para ello “lanzó otra proclama fijando el precio de la carne de res a siete centavos la libra, la leche a cinco centavos el litro y el pan a cuatro centavos el grande”.

Pero defender su moneda de la desvalorización requirió de una “política” un poquito más dura, ya que “los grandes comerciantes, que habían abierto tímidamente sus tiendas por primera vez desde la entrada de Villa en Chihuahua, marcaron sus artículos con dos listas de precios: una para la moneda de plata y billetes de banco mexicanos y la otra para 'la moneda de Villa'. Este paró en seco la maniobra con otro decreto ordenando una pena de sesenta días de cárcel para cualquiera que rechazara su moneda”.

Y la cosa funcionó: “No hubo hambre en Chihuahua”.

Había dos indicadores claros del éxito de la moneda de Villa. Por un lado, “fue comprada inmediatamente por los bancos de El Paso, porque Villa la garantizaba”. Y en segundo lugar, porque no tardaron nada en aparecer falsificadores de su moneda. “La moneda falsa que inundó después El Paso se distinguía de la legítima en que los nombres de los funcionarios aparecían firmados y no estampados”. El hecho de que la moneda de Villa fuese inmediatamente objeto de los falsificadores es, como enseña la Economía de la Señalización, una prueba evidente de su valor pues sólo un falsificador incurre en los costes de copiar algo si ese algo merece la pena ser copiado, es decir si tiene al menos más valor que los costes de hacer la copia.

El éxito en la reactivación económica de Chihuahua mediante la emisión de su propia moneda le permitió a Villa dedicarse a su otro problema: la financiación de su revolución. Necesitaba también de una moneda “fuerte” que fuese aceptada por los industriales norteamericanos de armamento. O sea, necesitaba dinero admitido en el “extranjero”, que en su caso eran los Estados Unidos. Y es que si bien su moneda permitió reactivar la economía local, no le era útil para comprar los suministros militares que requería fuera del Estado de Chihuahua. Tampoco las compras de la moneda de Villa por parte de los ricos a cambio de la moneda “fuerte” que tenían atesorada, para hacer frente a las transacciones cotidianas que se hacían ya con la moneda de Villa en la escala necesaria:

“Pero ni así salían todavía la plata y el papel moneda de su escondite bajo tierra, y Villa los necesitaba para adquirir armas y efectos para su ejército”.

La respuesta de Villa a este problema fue la propia de un Estado que tiene los dos monopolios fundamentales: el monopolio en la emisión de dinero legal, y el monopolio en el uso legítimo de la violencia:

“De modo que hizo la sencilla declaración pública de que después del 10 de febrero, sería considerada ilegal la circulación de la plata y el papel moneda que se ocultaba, pudiéndose cambiarse antes de esa fecha toda la que se deseara, por su propia moneda, a la par, en la Tesorería del Estado. Pero las grandes sumas en poder de los ricos siguieron ocultas… Héte aquí que el 10 de febrero apareció un decreto, fijado en todas las paredes de la ciudad de Chihuahua, anunciando que a partir de esa fecha toda la plata acuñada y los billetes de banco mexicanos serían moneda falsa y no podrían ser cambiados por la moneda de Villa en la Tesorería. Además, cualquiera que tratara de hacerlo circular, quedaría sujeto a sesenta días de prisión en la penitenciaría”.

 

 

Mano de santo

Ante la amenaza de convertirse en pobres de un día para otro pues su dinero sería moneda falsa, la plata y el dinero de los bancos mexicanos que Villa necesitaba afloraron, salieron de sus escondites donde los ricos lo habían guardado. Y lo hicieron porque, usando del lenguaje de la Teoría de Juegos, la amenaza de Villa era creíble. Y tanto que lo era, pues con Pancho Villa no se hacían bromas. Como ejemplo sirva el siguiente caso que refleja a las claras cómo se las gastaba Villa:

“Villa supo que estaban escondidas en alguna parte de Chihuahua las reservas del Banco Minero, que montaban unos 500.000 pesos en oro. Uno de los directores del banco era don Luis Terrazas, quien, al negarse a revelar el sitio donde se ocultaba el dinero, fue sacado una noche de su casa por Villa y un pelotón de soldados, que lo montaron en una mula y lo condujeron al desierto, colgándolo de un árbol. Lo descolgaron apenas a tiempo de salvarle la vida, y para que guiara a Villa a una antigua fragua en la fundición de los Terrazas, bajo la cual fue descubierta la reserva de oro del Banco Minero. Terrazas volvió a su prisión muy enfermo. Villa envió un aviso a su padre en El Paso, proponiéndole libertar a su hijo a cambio de aceptar como rescate los 500.000 pesos”.

Toda la experiencia de Pancho Villa en la gestión de los problemas financieros del Estado de Chihuahua en 1913-4 nos enseña, una vez más, que los economistas vulgares están equivocados de salida. Que no es el oro, la plata o la magia de las “convenciones” compartidas por los miembros de una sociedad lo que convierte unos papeles coloreados en valioso dinero. La fuerza, la capacidad de ejercer la violencia, el poder coercitivo es tan bueno o más que el oro o la plata (el poder económico) o las convenciones compartidas (fruto del poder persuasivo) para respaldar un dinero de pleno contenido. Un dinero que sea usado como medio de pago, tenga poder de liberación de deudas, sirva como unidad de cuenta y sirva como depósito de valor para guardar con seguridad la riqueza para usarla en el futuro.

 

 

 

Nota: Todos los entrecomillados en cursiva proceden del libro de John Reed, México Insurgente (La revolución de 1910).


[1] Obsérvese que no digo que la economía de Chihuahua estaba abocada a “volver” al trueque, pues sólo unos economistas tan vulgares como los neoclásicos y los autríacos en materia monetaria creen infantilmente en el cuento ése de que en el principio de los tiempos el intercambio se hacía mediante trueques.
[2] La envidia hacia la Ciencia Física por parte de los economistas neoclásicos y austríacos es de sobra conocida. En el caso de los primeros arranca con la obra de Walras y de Edgeworth y es la responsible de la absurda matematización de la Economía Neoclásica pues los economistas neoclásicos pretenden creerse que por el hecho de usar un lenguaje muy matematizado, como hacen los científicos “de verdad” o sea, los físicos, también lo serían ellos. Sí, los neoclásicos son tan infantiles que creen en esa suerte de magia simpática olvidándose de la incontestable realidad que en su caso tiene el conocido refrán de que “aunque la mona se vista de seda, mona se queda”. No, “el hábito no hace al monje”, y el lenguaje matemático no otorga per se cientificidad. El caso de los economistas austríacos es aún más patético si cabe. Despreciados desde siempre por los neoclásicos porque sus construcciones teórico-poéticas no eran modelizables matemáticamente, están en estos tiempos disfrutando infantilmente de que, por fin, la Física de los procesos de autoorganización les permite, por fin, vestirse ellos también de seda matemática. Pero, de nuevo, también en su caso el “rey está desnudo”, pues su uso de los conceptos físicos es un mero adorno.

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