Sopa de letreros

En tiempos de incertidumbre, las fuerzas políticas se disputan el concepto de “orden”

 

El orden y el cambio son dos metáforas contrapuestas para pensar la política. En la primera, vinculada a la administración de la cosa pública, la centralidad la tienen las instituciones del Estado, que ejercen su autoridad para regular los asuntos comunes. La segunda, por el contrario, involucra protagónicamente la acción rupturista de los sujetos, es decir requiere de actos de impugnación de las estructuras sociales existentes. No es casual entonces que las propuestas de “orden” sean bien recibidas por los adeptos de mantener el statu quo y las de “cambio” por quienes luchan por transformarlo.

Si la única equivalencia para el “orden” fuesen las botas y, para el “cambio” social, el comunismo, sería sencillo graficar la política argentina y ubicar cada ficha en el tablero. Aunque arrastren las huellas de sus significaciones históricas, palabras como estas son fundamentalmente ambiguas y pueden abrazar tanto tendencias reaccionarias como movimientos revolucionarios (y todo lo que hay en el medio). Pero, además, son significantes que conmueven, que interpelan voluntades, por lo que ningún candidato está dispuesto a regalar el cartel. Que una fuerza conservadora haya ocupado el nombre del cambio sólo revuelve esta sopa de letreros.

 

El orden cambiante

En tiempos de inestabilidad, no resulta irrisorio que la ciudadanía le demande a la política barajar y dar de nuevo. Proponer algo distinto y, a la vez, dar certezas. Sin lugar a duda, el equipo de comunicación de Patricia Bullrich fue el que mejor sintetizó una respuesta: “La Fuerza del Cambio que va a ordenar el país”. Su primer spot de campaña se viralizó en YouTube. A un mes de su lanzamiento, reúne casi 13 millones de visualizaciones, 14 veces más que las de su rival en la interna, Horacio Rodríguez Larreta. Allí queda clara la orientación regresiva de la proclama de la precandidata de Juntos por el Cambio: “Acá nada es como debería ser y va a hacer falta mucha fuerza para recuperar el orden que perdimos”. ¿A qué orden hace referencia? ¿Cuánto hay que retroceder para encontrarlo? ¿Cuatro, 40 ó 70 años?

La publicidad no limita las interpretaciones y, de ese modo, logra la adhesión de múltiples imaginarios nostálgicos. Pero su mayor virtud es la variedad de equivalencias que construye para lo que define como un “país normal”: sin protesta social, sin paros, sin piquetes, sin narcos, sin corruptos, sin mafias (que vincula a los sindicatos), sin cajas y privilegios de la política. Esta narrativa tiene, al menos, dos efectos: por un lado, sitúa como polo negativo a la política en sus diversas manifestaciones, ya que apunta tanto a la clase política como a las movilizaciones sociales. Por otro, establece una analogía entre el crimen organizado y la conflictividad social: los equipara como diversas manifestaciones del desorden que se postula para combatir.

 

Los patitos en fila.

 

Gabriel Kessler es doctor en Sociología, se ha especializado en el estudio de las violencias y la desigualdad y ha publicado varios libros sobre las percepciones en torno al delito y la inseguridad. Desde su perspectiva, en los últimos 30 años nuestro país se caracterizó por tener “una democracia en las urnas y una democracia en las calles” y, en la actualidad, no estamos en “un momento de gran conflictividad social”. El investigador destacó que la campaña de Bullrich retoma relatos clásicos de la derecha, como “la idea de que la corrupción es la causa de todos los males, que demasiada regulación del Estado es la causa de la decadencia”. Pero hay algo nuevo: “El discurso pro-mercado clásico no es necesariamente del orden estatal. Acá hay un discurso más autoritario”.

De esto no se deduce, de manera directa, que entre los posibles votantes de Bullrich el autoritarismo de Estado tenga una mayor pregnancia. El equipo de trabajo de Kessler realizó una indagación sobre la polarización en Brasil y divisó que varios seguidores de Bolsonaro manifestaban votar por él “para defender la democracia contra Lula y el comunismo”. Estos entrevistados no estaban “en contra de la democracia, sino que le dan otro contenido a la democracia”. La paradoja es que es posible disputar la definición de la democracia, e incluso limitarla, sin salirse del orden democrático. El debate en torno a la reforma constitucional en Jujuy es un claro ejemplo de esto.

“La democracia es el menos malo de los sistemas políticos”, reza un sintagma que se le atribuye a Winston Churchill. Desde el hito Bolsonaro, las encuestas en América Latina están relevando que ha crecido el clivaje churchilliano en las representaciones de la población: hay un aumento del descontento con el funcionamiento de la democracia, sin que eso derive en posicionamientos autoritarios. Para Kessler hay otro indicador muy significativo de la caída de la confianza en la democracia: la volatilidad electoral. “La gente cambia de una elección a otra a quien vota. Nunca está contento con quien votó”, resumió el sociólogo, y agregó que ha crecido el “voto anti" , esto es, en contra de los candidatos en funciones que aspiran a la reelección.

 

El cambio ordenador

En el segundo spot que publicó la precandidata de Juntos por el Cambio (con 4,7 millones de vistas en YouTube) enumera un conjunto de malestares sociales (pobreza, inflación, cortes de calle, paros, familias en situación de calle) y los agrupa como hechos de violencia. No descuida el eslabón “anti” de la cadena: violencia “es que te mientan en la cara una y otra vez” dice Bullrich en off mientras se retrata a la dirigencia de Unión por la Patria. “Violencia hay cuando no hay orden”, abrevia. El bloque final es propositivo, ya que exhibe una secuencia de imágenes de gente trabajando que es acompañada por la afirmación: “Cuando hay orden, tu esfuerzo vale”, “cuando hay orden, podemos soñar, imaginar, proyectar”.

En una última publicidad, Bullrich invoca de manera más directa a la emoción: “¿Quién no tiene miedo en esta Argentina? Miedo a que nos roben. Miedo a no tener trabajo. Miedo a que nuestros hijos no tengan futuro”. Luego, pide que el temor no lleve a la parálisis y arenga a “tener el coraje para cambiar de verdad”. La apelación a las percepciones sobre las violencias y los miedos amplía las consonancias del orden: es paz, seguridad, certidumbre, previsibilidad. En paralelo, desplaza el sentido del orden desde la organización política a la vida cotidiana y a la subjetividad. Cuando algo externo nos afecta, genera afectos: impulsa el deseo y la acción.

 

La otra fuerza del cambio: del foquismo a la mano dura.

 

 

Para Kessler, hay ultraderechas que están resultando atractivas en el mundo porque promueven la idea de “orden nuevo”. Pero, ¿es posible que las izquierdas o los progresismos se embanderen en un proyecto de orden? A entender del sociólogo, sería contraproducente disputarle el uso de la palabra “orden” a Bullrich: “Trataría de imponer otros significantes, porque cuando uno compra el significante de otro, está en desventaja”. Si se tratase de un tópico, como puede ser la inflación o la inseguridad, los especialistas en comunicación electoral recomiendan no escapar de él, “aunque sea poco acorde con tu campaña”. Pero el orden no es un tópico, es un concepto.

El investigador sumó otro argumento: “La verdad es que la cuestión central es la economía, no es el orden”.

 

Al agua Pato

Cuando habla de economía, Pato Bullrich hace agua. Su propuesta de reminiscencias delarruistas de solucionar el cepo cambiario con “un blindaje de dólares aportados por el FMI” dio cuenta de ello. Su equipo conoce esta debilidad y, por eso, su publicidad electoral enfatiza en que para este país no alcanza con “un buen administrador o un teórico de la economía”. Su contrincante, el economista Horacio Rodríguez Larreta, en un acto que compartió con Facundo Manes en Tandil, aprovechó para retrucar: “Vivir mejor no es sólo orden, eso suena bien pero no alcanza. Quiero desarrollo, seguridad, trabajo, educación, libertad”.

El tópico “estabilidad económica” es un asunto incómodo pero difícil de esquivar para el bi-modal precandidato-ministro de Economía. El camino elegido por Sergio Massa es explicar las causas: “Un ancla de 45.000 millones de dólares que se tiene que estar renegociando cada tres meses”, un problema que la Argentina “heredó del gobierno de (Mauricio) Macri”, resumió este martes en Mendoza.

En diálogo con El Cohete, la precandidata a senadora nacional por Unión por la Patria Juliana Di Tullio rememoró que en 2015 las cuentas estaban ordenadas tanto en el Estado como en las familias: “En el macrismo esas familias se endeudaron por la subida descomunal de servicios, centralmente de agua, luz, gas, transporte” y, además, por “la pérdida de trabajo formal, porque el cierre de 25.000 pymes hizo que llegáramos a tener otra vez dos dígitos de desocupación”.

En su alocución en territorio cuyano, Massa fortificó la frontera entre los dos modelos de país en juego: “Ellos plantean volver al FMI, yo planteo que la Argentina tiene que pagarle al Fondo, salir del Fondo y ser un país libre”. En la misma línea se expresó Di Tullio: “Cuando te desendeudás en términos absolutos con acreedores externos, también tenés independencia económica y soberanía política para tomar decisiones que tengan que ver con sectores que la están pasando muy mal”. En suma, decirle “chau” al FMI es la clave para ordenarle la vida a los argentinos. La cuestión es cómo.

 

En busca de un nuevo organizador social

“El orden es un concepto que está muy enraizado en la liturgia peronista. El trabajo siempre fue un gran organizador social para (Juan Domingo) Perón”, evaluó Di Tullio. La estabilidad laboral y del poder adquisitivo del salario reclaman ser pensados desde una perspectiva de género: “También el orden y la seguridad tienen que ver con la integridad física de las mujeres, son centrales para mantenernos con vida”, añadió la senadora, y completó: “Sin trabajo remunerado y formal, las mujeres no van a obtener liberación”.

La crisis socio-ambiental demanda una nueva organización productiva y territorial. El cambio tecnológico desafía a la humanidad a reorganizar su experiencia del entorno. La lista de las transformaciones es larga e insta a construir respuestas creativas. Abrumados ante un futuro aún nebuloso, algunos tienden a olvidar que existe un modelo nacional y popular, que se aplicó en dos oportunidades en el último centenio y que fue exitoso en reducir la desigualdad. Agregar valor a las materias primas genera empleo, no se trata de un “mito industrialista del peronismo”. En la Argentina, las universidades públicas son el motor de la movilidad ascendente de los sectores populares: esto tampoco es mitología.

Ante derechas que movilizan las pasiones tristes, conviene traer al presente la proposición de Baruch Spinoza: “Es evidente que ningún afecto puede ser reprimido a no ser por un afecto más fuerte que el que se desea reprimir”.

 

 

 

 

 

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