ÚLTIMO BONDI A FINISTERRE

Mercado interno para la solidez de los presupuestos universitarios y de ciencia

 

Orientado por la rosa de los vientos configurada por la deuda externa y el desplume del mercado interno, el gobierno metió al país en el laberinto declinante de la crisis que comienza a atravesar la fase aguda. Para bien o para mal, tras el límite que el gobierno ha tocado, la historia que continúa aguarda ser escrita por otros. Poco importa si los atropellados por las circunstancias desean o no mover la lapicera. Perdurar en este lado del límite para el gobierno implica desafiar la realidad y demandar más deuda externa.

Y para despejar dudas acerca de la firmeza de sus convicciones sobre el largo plazo, el gobierno horada sin pausa las bases estratégicas del crecimiento del mercado interno. Eso se palpa en el empeño oficial de ir contra el presupuesto universitario y los fondos de ciencia y técnica. Es ajuste fiscal por necesidades del sector externo. Pero no sólo por ajuste fiscal. Media una elección ideológica que se perfila al revisar el contexto en el que se afila la guadaña.

Los números de las cuentas externas no dan margen. Los dudosos medios para aquietar las variables financieras relevantes en una jornada, garantizan el sobresalto para la siguiente. La partida del tahúr gatomacrista se juega día a día. El gobierno prosigue con ansia intentando atajar el dólar, malversando el expediente del dólar futuro, estropeando las reservas y pagando una exorbitante tasa de interés en pesos. A propósito, la tasa mayorista no es del 45% anual como se dice normalmente, sino de algo más del 78% anual, de acuerdo a los cálculos del ex Gerente de Investigaciones Económicas del BCRA Jorge Carrera (El Economista, 23/08/2018). Con estas magnitudes la única que puede ser financiada es la desgracia.

El último envite del gobierno se despliega en Wall Street. Entre el 25 de septiembre y el 1 de octubre se llevará a cabo en Nueva York la Asamblea General de la ONU. Según trascendió, el Presidente argentino espera estar entre los más o menos 150 jefes de Estado y de Gobierno que concurran. El año pasado asistió la Vicepresidente. Este año se anticipaba que sería igual. ¿La causa de la repentina permuta? El primer mandatario aprovecharía la excusa de la Asamblea General para encubrir al menos un encuentro con los principales financistas de la Gran Manzana.

¿Por qué el sigilo? Porque de llevarse a cabo, lo cual dista de ser dado por hecho, es una apuesta enorme a todo o nada para conseguir fondos que le son imprescindibles para sus objetivos. El resultado de la misión exploratoria de hace una semana en Wall Street del vicejefe de Gabinete, Mario Quintana, no fue alentador. Eso habría causado que el presidente del Central, Luis Caputo, haya viajado este fin de semana a Jackson Hole, Wyoming, donde se realiza la cumbre anual de banqueros centrales de los países desarrollados. ¿De ahí también la decisión presidencial de viajar?

Todo indica que el gobierno se fabricó una encerrona en su afán por mostrar que tiene freno para el dólar y que el default no es una opción, en un proceso en que el FMI pivotea como alma señera, waiver mediante. Si la base objetiva que llevó a la crisis no cambió, al contrario, se profundizó, hay que estar muy falto de alternativas para suponer que la capacidad del liderazgo presidencial a lucirse en Wall Street pueda revertirla. Business, not personal. Para colmo, el panorama financiero global de los emergentes es complicado.

A todo esto, la disputa sobre los presupuestos de las universidades y del sistema científico tecnológico, importante en sí misma, también lo es en cuanto a las perspectivas del desenlace de la crisis de balanza de pagos y financiera por la que se viene deambulando. Estas crisis siempre son muy costosas en términos de empleo y actividad económica. Pero una cosa es pagar un costo, ya a esta altura inevitable, para enfriar la situación, y otra muy diferente percibir que el muy mal largo rato se va sorteando al ritmo del crecimiento inclusivo. Con relación a esto último, vale la pena, entonces, entrever los nexos que la disputa política tiene con el nivel de los presupuestos universitarios y de ciencia. Particularmente, en el ámbito de la interrelación desarrollo-tecnología, clave para el crecimiento inclusivo.

 

Nivel presupuestario

Durante la campaña presidencial de 2015, el actual gobierno prometió más que duplicar la inversión pública y privada en ciencia, tecnología e innovación. Está yendo en la dirección contraria. A decir verdad, la estancia ordenada en que pretende se convierta el país no necesita ni muchos técnicos ni muchos graduados universitarios. En su forma de ver las cosas, buena razón para ajustar por ahí cuando se hace sentir la presión del FMI.

Enfrentar a esta visión reaccionaria y peligrosa, entre otras cosas porque trae bajo el poncho el estropicio a la vida democrática, ya que crecimiento económico y democracia van de la mano, lleva a dilucidar cómo se establece el nivel del presupuesto de ciencia y técnica. Un primer paso habitual es comparar entre países los gastos en investigación y desarrollo (I+D) como porcentaje del producto bruto y de ahí concluir que más es mejor. Es una forma de evaluar la contribución de la tecnología al crecimiento del producto social (el PIB).

Hay dos variantes a considerar en esta perspectiva. Una toma como punto de partida a las técnicas definidas como combinaciones cuantitativas de capital y trabajo. Las supone constantes y en todas partes idénticas. Sobre esta base, se pueden aislar fácilmente los efectos de la tecnología, atribuyéndoles la diferencia en productividad entre los países, en vista de que las cantidades de factor trabajo y del factor capital son iguales para todas las naciones. Aunque inaceptable por nada realista, este postulado es el único que otorga coherencia interna a esta variante. De otro modo la discusión sobre la contribución de la tecnología a la productividad y, a partir de esto, al crecimiento en términos cuantitativos, no tiene sentido. No se pueden comparar cosas que no son similares.

La otra variante es abrazar la concepción ultra marginalista del proceso económico y enunciar que como la eficiencia es en el margen igual al costo (mínimo costo posible para alcanzar el máximo producto posible), la contribución de la tecnología al crecimiento es igual a la relación, en el país considerado, entre los gastos en (I+D) (mínimo costo posible) y el PIB (máximo producto posible). Esto no funciona así porque en la realidad los factores no son intercambiables sino complementarios, y la eficiencia marginal de uno de ellos no puede aislarse de la de los demás. Son interdependientes. Una evaluación comparativa de las eficiencias marginales del ingeniero y del trabajador es inconducente. Los ingenieros no reemplazan a los trabajadores, sino que los dirigen. La cosechadora no reemplaza a los peones del campo. Estos son reemplazados por la cosechadora más el conductor capacitado para manejarla.

Una de las cualidades cardinales de la tecnología, en tanto factor complementario por antonomasia, es gobernar la proporción en que se combinan los otros factores. Formatea al capital en su hechura como capital productivo. Digamos, para concretar, como máquinas. Verdad, es el excedente de ayer el que mañana va a financiar la fabricación de estas máquinas y aumentar la producción. Pero esto no es suficiente. Alguien tiene que saber cómo fabricarlas. En estas condiciones, es absurdo tratar de comparar las contribuciones hechas por la innovación tecnológica y la intensidad del capital. Las innovaciones deben ser financiadas por el capital y todos los cambios en la intensidad del capital presuponen la existencia de una tecnología al solo efecto.

 

Sustitución de importaciones

El conjunto de elementos reseñados sugieren descartar el frecuentado criterio de comparar entre países los gastos en investigación y desarrollo (I+D) como porcentaje del producto bruto para juzgar el grado de pertinencia de una política de ciencia y tecnología. Pero, ¿descartarlo a favor de qué? El criterio más adecuado para evaluar el grado de aptitud de una política de ciencia y tecnología y la erogación presupuestaria en que se materializa se encuentra en el proceso de sustitución de importaciones.

El costo de producción y la utilidad privada de la tecnología son inferiores, respectivamente, al costo de utilidad social. La primera desigualdad es debida al hecho de que una gran parte del costo es erogado por la sociedad directa o indirectamente. La segunda es debida a las dificultades del patentamiento. Las dos tienden a favorecer la importación y desfavorecer la sustitución de importaciones, es decir la producción local de la tecnología. De ahí también la importancia de la intervención pública para corregir la situación.

Es usual que se hable de autonomía e independencia tecnológica cuando se invoca, más allá de sus altibajos, el saludable proceso que nos condujo a producir expresiones muy altas del saber tecnológico como satélites o reactores nucleares de bajo porte. En realidad, se trata de sustitución de importaciones porque se pagan patentes para producirlos. Se hicieron funcionar las técnicas existentes en los países centrales y a partir de allí se fue capaz de elaborar y colocar en plaza, en algunos campos, técnicas nuevas. De hecho, la verdadera autonomía o independencia la conseguiremos cuando hayamos incorporado la misma tecnología, cuantitativa y cualitativamente que la de los países más desarrollados.

Los presupuestos de las universidades y los de ciencia y técnica que expresen ese potencial, deben tener como música de fondo el aumento de la proporción producto / trabajo que generan las máquinas. De ello resulta la elevación del producto per cápita por trabajador y, por último, por habitante, a causa de la solución aportada por el incremento del consumo sin cambio en la cantidad de trabajo proporcionado. La clase trabajadora con su pelea por el nivel de vida, cuando el Estado propicia y conduce tal proceder, es lo que lo posibilita y de paso salva al sistema capitalista de sí mismo.

Los miembros de la comunidad académica y del sistema científico tecnológico han mostrado buena conciencia de este horizonte. Lo que legitima completamente la defensa del nivel presupuestario que han encarado es que este tiene sentido como vector indispensable para la ampliación del mercado interno. Sin eso, el mayor presupuesto redunda en un medio para financiar la fuga de cerebros. Resta esperar que los trabajadores argentinos se hagan eco de que cuando el gobierno agrede a las universidades y al sistema de ciencia y técnica a raíz de su desaforado librecambismo, también los está agrediendo a ellos y actúen en consecuencia. Para superar la crisis por lo alto, de una u otra manera todos los caminos conducen a la unidad nacional.

 

 

 

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