Uno más uno, humanidad

Roberto Santoro o la reivindicación de lo popular y la reinvención vital, creativa, reflexiva y con humor

 

Marcel Schwob buscó durante años la posición “ideal” para leer un libro: “Si uno se sienta a la mesa –decía– no se siente en ‘comunión’ con el libro; si uno se acerca, la cabeza entre las manos, siente que se ahoga en una suerte de aflujo sanguíneo. En un sillón el libro pesa rápidamente. En la cama, de espaldas, se toma frío en los brazos, resulta molesto pasar las páginas y, de costado, la mitad del libro se escapa”.

En tren de seguirle la corriente a Schwob, digo que hay libros (autorxs) que resplandecen aún más si al momento de leerlos unx se encuentra en el “sitio ideal”. No me preguntes por qué pero sospecho que al Quijote se lo lee bien en un establo (si el aire huele a porqueriza, mucho mejor); a Kafka, en un sótano (la puerta sellada para aspirar la asfixia de cada palabra); a Olga Orozco la prefiero en todos los sitios, pero hermoso sería leerla a la sombra de uno de los árboles que pintó El Bosco en El jardín de las delicias; en las siestas del río Gualeguay a Juan L. Ortiz; y al que ahora te quiero nombrar, en la calle. ¡Siempre en la calle!

 

 

La memoria, donde se la toca, duele

El que te quiero nombrar se llama para siempre Roberto Santoro. Hoy martes 1° de junio (día que inicio el silabeo de esta nota) busco hacer memoria para que nunca más un 1° junio como aquel de 1977 cuando tres hombres –uno de ellos simulando ser hermano de un alumno– tocaron el timbre de la Escuela Técnica N° 25 del barrio de Once preguntando por el preceptor Roberto Santoro. Él se presentó, los desconocidos (tres perfectos milicos de civil) a punta de pistola lo redujeron a la fuerza y se lo llevaron. Santoro, el preceptor-poeta, el de uno más uno humanidad, el que abrazaba la Vida, es unx de lxs 30.000 detenidxs-desaparecidxs de la última dictadura cívico militar argentina.

 

poesía

algo muy duro tengo que decirte

sufre de reuma tu seno derecho

y yo a pie con mi patria dando tumbos

 

el puño

el ojo adentro de la vida

yo tengo un problema que tratar conmigo

una pelea a mano limpia

resolverme una tarde con los otros

echarme a manos llenas sobre el piso

estar con el aire en las veredas

aquí no hay vuelta de hoja

 

pero de pronto con pirueta enamorada

una pollera le juega un guiño al sexo hambriento buenos aires

 

vamos

desnúdate conmigo

me duelen los hombros de llevarte a cuestas

no puedo soportar más tiempo solo

 

Por cosas como estás te decía que a Santoro se lo lee mejor en la calle, en los bondis destartalados, en el bullicio de las ferias con sus pirámides de frutas y verduras, en las plazas donde de igual manera se juega, se sueña, se besa y se lucha. Pero a Santoro no solo se lo lee, también se lo presiente en el abrazo largo de un amigx, en el gorrioncito que ensaya su primer vuelo entre el cablerío de la ciudad, en un contrabando de poemas en el patio de una escuela, en las viejas panaderías de barrio (si es que alguna todavía queda), en los tangos con fritura de vinilo, en la toma de una fábrica, en un gol de media cancha, en la esperanza del albañil que reza para que de una vez por todas llegue el día en que sus manos levanten las paredes de su propia casa.

 

El artista plástico Pedro Gaeta junto a los poetas Luis Luchi y Roberto Santoro.

 

 

 

Con el oído y los pies en la gente

Roberto Santoro perteneció a la generación de escritores que asomaron años más, años menos, a partir de 1955, acentuando los cimientos de su obra en las décadas del ’60 y ‘70. Varios han sido parte del grupo literario El Pan Duro, cito algunos nombres: Gelman, Ditaranto, Castelpoggi, y mis queridos Héctor Negro y Roberto Díaz. Otros, como el caso de Santoro, Vásquez, Patiño, fueron parte del Grupo Barrilete. Ambos grupos, podría decirse, tocados por esa luminaria llamada Raúl González Tuñón, que es decir toda una literatura con peso y vuelo poético, pero con el oído y los pies en la gente.

 

El N° 6 de la Revista Barrilete (Fuente Ahira, Archivo Histórico de Revistas Argentina).

 

La propuesta de estos poetas, en especial la de Roberto Santoro, tiene que ver, por un lado, con la reivindicación de lo popular: esto es, una valoración sin condescendencias ni lugares comunes de la literatura y el imaginario del tango, pero dialogando de igual a igual con otras manifestaciones artísticas. Por otro lado, esta relación con lo popular está marcada por su reinvención vital, creativa, reflexiva y llena de humor. En sus poemas pueden convivir guiños de la poesía clásica, una revuelta juvenil, una Buenos Aires sucia de milicos, y en medio de todo eso, la imagen de un viejo tanguero gastándose la vida en un billar. No por casualidad uno de los libros de Santoro se tituló De tango y lo demás. No por casualidad el segundo de Gelman se llamó Gotán. Toda una toma de posición que no solo es poética sino también política.

En torno al tango, estos poetas se le animaron a la letra de canción, intentando –sin perder la esencia– transgredir las estructuras canónicas, generando –por ensayar una hipótesis veloz– “poemas de libros para ser cantados”.

En entrevista para El Cohete el músico Jorge Cutello cuenta su experiencia junto al poeta: “Éramos muy amigos, nos encontrábamos seguido en el sindicato de músicos donde Roberto oficiaba como inspector de grabaciones. Nos juntábamos a crear en la pizzería El Cuartito, él traía los poemas y yo los iba musicalizando. La producción es de 1973-1974, digamos que son tangos, o ‘contratangos’ como decía Roberto. La particularidad de estas piezas es que prácticamente nacen y mueren con el poema. Se podría decir que fuimos una generación que andaba en la búsqueda de un nuevo tango, lo mío era ofrecer desde el punto de vista armónico algunas coloraturas provenientes del jazz, Roberto aportaba desde sus letras-poemas juegos onomatopéyicos. El material no salió a la luz pero sé que entre los cassettes que hay en casa andan las grabaciones caseras. Lamentablemente –como tantos– me tuve que ir del país, fue una época muy dura, uno sentía que en cualquier momento llegaba el balazo. Recibir la noticia de la detención y desaparición de Roberto fue un golpe brutal para mí”.

 

El tango se queda N° 3. Archivo personal de Jorge Cutello.

 

 

 

Un regalo entrañable

Antes te nombré a Héctor Negro y Roberto Díaz, ellos fueron amigos de Santoro. Sabiendo de mi amor por el poeta, cierta noche Roberto Díaz –quien ya me había contado cosas hermosas del vate– me dijo: “Mati, hablé con Rafael Vásquez. Te tiene preparada una sorpresa”. Días después me encontré con Rafael, de su bolso sacó un CD grabado: “Acá tenés la voz de Santoro, disfrutala”.

Como un pasamanos que sigue viajando, ahora te llega a vos y a toda la tripulación del Cohete. Me animé a desgrabar lo que al parecer sería un borrador, apuntes de una posible charla-conferencia de Santoro en torno a la dicotomía interminable entre poesía culta y poesía popular (en este caso la del tango); pero también subí el audio a YouTube para que sientas la voz del poeta.

 

“Hoy resulta que es lo mismo

ser derecho que traidor,

ignorante, sabio, chorro,

generoso, estafador.

Todo es igual... Nada es mejor...

lo mismo un burro

que un gran profesor”

 

Casi nada. Un solo tango de Enrique Santos Discépolo hace temblar la obra poética de Leopoldo Lugones.

 

“Las ruedas embarradas del último organito

vendrán desde la tarde buscando el arrabal,

con un caballo flaco y un rengo y un monito

y un coro de muchachas vestidas de percal”

 

Casi nada. Un solo tango de Homero Manzi le quita la respiración a la obra poética de Arturo Marasso.

 

“Muchachos que triste que está Buenos Aires,

que solas sus calles, que nuera su sol.

Cabrera y callada sin grupo parece

que perdió el encanto de su buen humor.

Los reclames ponen guiños luminosos,

gruñe un comerciante en cada portal,

mientras caravanas de seres rotosos

maldicen la gloria de su diagonal”

 

Casi nada. Un simple verso de Celedonio Esteban Flores siembra el desconcierto en la obra poética de Don Arturo Capdevila.

 

“A esta piba de barrio que no pude hacer mía,

que lució su pureza igual que un camafeo,

Como un taxi nuevito hoy la vi que venía,

hoy la vi que yiraba como una alhaja

que agarró por Corrientes con bandera en flameo

y volvió por Lavalle con la bandera baja”

 

Casi nada. Un verso atorrante de Enrique Cadícamo trastorna la obra poética de Fermín Estrella Gutiérrez.

 

“Tu forma de partir nos dio la sensación

de un arco de violín clavado en un gorrión”

 

Casi nada. Un solo tango de Homero Expósito agujerea la obra poética de Pedro Miguel Obligado.

 

¿Y porque nombramos a Lugones, a Marasso, a Capdevila, a Estrella Gutiérrez, a Obligado?

¿Y porque nombramos a Discépolo, a Manzi, a Flores, a Cadícamo, a Expósito?

 

Casi todo. Casi nada.

Queremos decir sin pretender demasiado, que no hay poetas y letristas de tango. Queremos decir que solamente hay poetas. Queremos decir también que los siempre olvidados en las antologías, pero los siempre cantados y nombrados y llorados por los cualquiera, por los que hacen de la calle una sala ruidosa de concierto, le dan la única permanencia, la verdadera altura a las cosas que no se olvidan, que no se pueden olvidar porque fueron dichas con amor, con rabia. Porque fueron nombradas en el justo equilibrio de la verdad y la belleza.

Casi nada. Buenos Aires tiene sus poetas, ¿cómo no? Los tiene fuera de las antologías, los tiene acuchillados contra el rincón, los tiene en penitencia. Pero que se sepa que a los poetas habrá que darles el lugar que le corresponde.

 

“Vieja pared del arrabal

tu sombra fue mi compañera”

 

¿No es maravilloso que un hombre le cante a una pared?

Buenos Aires no es una ciudad, Buenos Aires es un sentimiento.

Así y aquí seguirán los poetas, seguirán de cuerpo, dejarán el alma y la ciudad quedará en pie en letras que la nombren. Porque a Buenos Aires siempre se vuelve ocupando el lugar que le corresponde.

 

A Buenos Aires siempre se vuelve; aunque sea muerto.

 

 

 

 

Santoro y lo demás

Si bien, a decir de Yorgos Seferis, “la memoria, donde se la toca, duele”, quienes recuerdan a Santoro subrayan que siempre se pensaba colectivamente, en un otrx y con lxs otrxs, subrayan su histrionismo, su humor que, aún en medio del dolor sabía arrancarte una sonrisa. Mirá como presentaba al poeta Luis Luchi… Ah, pero antes de escaparme, dejame decirte que si querés zambullirte en la obra de Santoro vayas a su Literatura de la pelota, donde recopila los cantos del tablón y las impresiones de otros escritores entorno al fóbal, pero pará que hay más: el gran trabajo de Rosana López Rodríguez, quien prólogo y ordenó Roberto Santoro: Obra poética 1959-1977, editado en 2008 por Razón y Revolución. Como te venía diciendo, así lo presentaba a Luchi:

 

Señoras, Señores, respetable público, tengan ustedes muuuyyy buenas noches. La empresa “Palabralandia S.A.” tiene el agrado de ofrecerle por mi intermedio, esta hilarante como atrevida presentación de uno de los personajes más caracterizados de la competitiva ciudad de Buenos Aires. Como primicia exclusiva diremos que se lo reconoce entre sus pares como “El guapo de Parque Chas”, y que su terrible figura suele destacarse ora entre ginebras, ora al sacarle la lengua al vigilante de la esquina (…)

 

 

 

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