Volver a escuchar

El frentismo como oportunidad

 

La construcción, preservación y despliegue de un Frente político es siempre un importante desafío para las fuerzas que lo componen. Si ese Frente es de enraizamiento popular la cuestión resulta aún más importante. Si se vuelve disputa de sectas se descompone, si logra ser canal de expresión de sus vertientes más vivaces y articular las diferencias se potencia. Un Frente por definición es un espacio plural en su diversidad, heterogéneo en sus identidades, hospitalario en sus disidencias. Abierto a la discusión y el debate de ideas. Es una conexión de cuerpos y una composición de esas ideas. De manera fundamental su representación debe ser lo más expresiva de las fuerzas que lo constituyen. Pero un Frente nunca está ahí dado, es un acto de constitución permanente. El Frente de Todos se ha conformado como una alianza electoral pero todavía no ha logrado devenir forma de gobierno. La repartición de poder no sólo no ha sido la más adecuada en relación a las bases que lo sostienen, sino que ello no alcanza para la constitución de un verdadero Frente popular de gobierno.

Hace unos años, el sociólogo Horacio González escribía, en medio del macrismo, las Precondiciones de un frente que hoy deberían ser el puntapié inicial para el relanzamiento del Frente de Todos: “Un Frente, cualquiera sea su nombre –y este tema es muy serio–, debe agitarse de valores nacional popular-democráticos-ciudadanos. Ellos deben ser invocados no a partir de fórmulas ya desnutridas por la vida social, sino a partir de nuevos problemas ideológicos y políticos. Hay fieles a priori. Sea. Pero eso debe dar lugar a una fidelidad reconstituida sobre miras recopilativas de los grandes momentos de la memoria social, las grandes movilizaciones del inmediato pasado, un Octubre revisitado, un tilde de atención hacia programas como los de La Falda y Huerta Grande, y un registro que aún titila de los nombres ofrendados a una militancia, que nunca repite sus motivos, pero nunca debe abandonar sus momentos de redención democrática, de ofrenda y promesa. Esta es la acepción con la cual deben ser recuperados los Moisés Lebenshon, los Palacios, los Lisandro de la Torre, los Scalabrini, los Cooke, los Tosco, los Ortega Peña y su compañero E. L. Duhalde, y en ellos todos los demás, del sector que fueren. Ayer no es hoy pero hoy no sumerge el ayer.”

 

 

Foto: Luis Angeletti

 

 

El frentismo anida en la memoria de las izquierdas y los movimientos populares. Recordamos la experiencia del Frente Popular en la Francia de los años ´30 o la del Frente de Liberación Nacional en la Argelia de los años ´60 como para citar dos casos paradigmáticos, uno en su lucha contra el fascismo, otro contra el colonialismo. El peronismo siempre ha sido de naturaleza frentista, aunque su forma de “amalgamiento interno” por momentos ha diluido sutilmente su heterogeneidad en favor de una identidad más pura aunque parcial. Por eso el frentismo argentino siempre ha tenido algo de utopía en el deseo y la imposibilidad de expresar sin fisuras el caudal de todos sus pliegues internos y sus significados sociales.

Queda en la memoria reciente la fracasada experiencia de la Alianza de la que ya han pasado veinte años. Nestor Kirchner llamó “transversalidad” al intento de construir una alianza con pretensiones frentistas que terminó con el recordado “voto no positivo” de un vicepresidente en un gesto de imprudente traición. Cristina Fernández de Kirchner amplió por momentos su arco de solidaridades políticas que se fue diluyendo hacia el final de su gobierno. ¿Acaso Cambiemos ha sido un frente? No lo creo. No lo fue antes, no lo es hoy. Un Frente surge ante la necesidad de organización política. La derecha no necesita organizarse, más allá de sus distintas máscaras carnavalescas se acomoda siempre detrás del Poder. Puede ir junta o separada pero es función de la composición del capital a escala planetaria. Esto significa que la lógica del capital hoy en su fase neoliberal organiza los movimientos por momentos pendulares de la derecha. En este contexto, surgen las versiones contemporáneas de “autoritarismo neoliberal” o “neoliberalismo autoritario”: los Bolsonaro, los Trump o los Milei. Si el neoliberalismo es la fase superior del capitalismo, el fascismo es su necesario complemento. Larreta es Macri.

Desde la perspectiva del campo popular, la unidad y la organización es fundamental. La organización porque es el poder de los “sin Poder”. La unidad porque como anticipó uno de los dos dirigentes políticos más importantes del último siglo (la otra es Cristina), nuestro destino es estar unidos o dominados. Por eso son importantes los frentes. “Los frentes -dice González-, son el recurso último de alianzas contra los poderes manifiestos de la destrucción de las plataformas mínimas de convivencia colectiva.”

 

 

Foto: Luis Angeletti

 

 

La derrota de las PASO fue importante y hay que saber interpretar porque problemas hay muchos. En términos generales podría decirse que no expresaron otra cosa que la crisis histórica de los cuatro años de destrucción del macrismo, agravado luego por estos dos últimos años de un acontecimiento tan excepcional como la pandemia que venimos atravesando, y cuyos efectos no se pudieron del todo revertir. Pero esta lectura es parcial. Hubo también dificultades y errores de gobierno. La dispersión y fragmentación analítica sobre las razones de la derrota son síntoma de la dispersión y fragmentación política del campo popular. Razones de la derrota sobran en este marco excepcional: desempleo, pobreza, muertes, clases, precios, consumo, seguridad, gestión, etc., etc., etc. Pero acaso el mayor problema sea la construcción y la organización política. También este siempre es el problema político fundamental del que derivan el resto de los problemas. Por eso, en la etapa que se abre de acá a las próximas elecciones (y después) el gobierno deberá convocar a un amplio espacio de discusión y conversación colectiva, donde estén involucrados todos los sectores del campo nacional y popular que forman parte del Frente de Todos: las organizaciones políticas, los movimientos sociales, los feminismos, los sindicatos, las universidades, los ámbitos de la ciencia y la cultura, los medios de comunicación popular y todas y cada una de las militancias. A la racionalidad más burocrática y gubernamental que ha dominado estos dos años el gobierno, es necesario complementarla con otro tipo de racionalidades que vengan de los ámbitos más potentes y vitales de la vida popular.

En efecto, el gobierno necesita revitalizarse, recuperar el espíritu movilizador que resistió al macrismo y llevó a la victoria del campo popular en 2019, y realizar las transformaciones necesarias, no solo para dar vuelta el resultado electoral en el próximo noviembre sino principalmente para gobernar para todas y todos. “Empezar por los últimos para llegar a todos”. Hay una oportunidad de reconocer la crisis y salir fortalecido, expresando de la manera más representativa las fuerzas que componen el Frente que son muchas y muy diversas. Sin dudas se necesitan cambios de funcionarios porque ya hace rato sabemos que “hay funcionarios que no funcionan”. Pero esto debe hacerse con el acompañamiento de un cambio de rumbo y de modelo. No es un problema de formas sino de fondo, aunque las formas importan. Es momento de fortalecer y recrear el proyecto nacional y popular y la unidad del Frente de Todos. Porque no es una cosa o la otra, son las dos juntas.

 

 

Foto: Luis Angeletti

 

 

Se dirá que se escuchó: “escuchamos el mensaje de las urnas”. Desde luego toda práctica de escucha conlleva un acto de interpretación. O a la inversa: todo acto de interpretación conlleva siempre una práctica de escucha. Pero, ¿qué significa escuchar? Escuchar es uno de los gestos políticos por excelencia. Pero escuchar se dice de muchas maneras. Se escucha a las encuestadoras, a las máquinas comunicacionales, a las corporaciones económicas, jurídicas y financieras. Círculo rojo. Es tarea democrática ampliar las zonas de escucha. Extender el radio de influencia, como se dice. Si algo caracterizó al peronismo fue su importantísima capacidad de escucha de las mayorías populares y de los grandes dramas de la Argentina. Otro es el ver. Maquiavelo dice que el político debe ser como un pintor que para pintar la montaña debe mirar desde el llano y viceversa. O que para ser príncipe primero hay que ser pueblo. Otro es el leer. El político tiene que saber leer la historia, las situaciones y las coyunturas como se leen libros. O cartas. Pues entonces ver, oír, leer son prácticas afectivas que hacen al conocimiento más profundo de lo político que ningún ciudadano, militante, funcionario o dirigente debería descuidar. Cortar ese precioso vínculo con “lo real” conduce al solipsismo, al sectarismo y eventualmente a la derrota. “Ayer no es hoy pero hoy no sumerge el ayer”. He aquí una dialéctica de la historia que los grandes hombres y mujeres no han dejado de interpretar. Ofrenda y promesa.

Sin dudas nos encontramos en un momento sumamente vertiginoso de profunda complejidad. En condiciones “normales” se estaría hablando de Juntos, de los falsos libertarios y del corrimiento a la derecha de la sociedad argentina. Esas hubieran sido, aunque equívocas, las coordenadas de ordenamiento del debate político. Pero el tiempo de la política popular no es el de la normalidad. Nuestro concepto de historia es la excepción. El arrojo de Cristina produjo esa situación excepcional que modificó un escenario que venía aletargado y dejó a todos aturdidos. Sin dudas este ha sido no sin riesgo uno de los momentos más altos de nuestra mejor dirigente política. Nos encontramos ante un acontecimiento de enorme magnitud que precisa ahora de una acción política virtuosa: se acaban de crear las condiciones para recuperar la palabra y la iniciativa política. Ahora se puede volver a escuchar. Hay una oportunidad.

 

 

(*) Politólogo, docente e investigador (UNAJ, UNPaz, UBA). Director de la Revista Bordes y editor de la Revista Mestiza. Integrante de Comuna Argentina. Ha compilado recientemente junto a Mauro Benente el libro Democracias Constituyentes. Teorías (y) políticas de lo común.

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