Zoomafia I: de los monos al gato

Los Monos, D’Alessio y la trama calabresa (Parte I)

 

Este artículo –dividido en tres partes que responden a la tensa andadura folletinesca del suspenso– analiza una mafia global –la calabresa– y sus intereses puestos en el narcotráfico, historiza una estructura narco rosarina –Los Monos–, los vínculos que con ella mantuvo el operador cambiemita Marcelo D’Alessio y reconstruye una gran operación de ingeniería financiera, terminación nerviosa que conecta la Argentina con Calabria.

Mafia: la etimología de la palabra es incierta. Pero Jonatan Viale desde LN+ la vinculó con un acrónimo: “Mazzini; Autoriza; Furti; Incendi; Avelenamenti” (sic). Más allá de los estropicios en contra del italiano, el periodista dijo: “Mazzini era un político que promovía la unidad italiana pero era un poquito mafioso el tipo”. Giuseppe Mazzini fue un militante de la Carbonería (1827-1830). Posteriormente, proyectó la Giovane Italia, sobre la base del principio republicano de la nación unida, integrada por ciudadanxs libres e iguales (Manifesto, 1831). Animado por profundas convicciones republicanas y democráticas, fue uno de las mayores personalidades políticas y culturales del Risorgimento italiano y se distinguió en la lucha por la independencia italiana y por la formación de un Estado con una conciencia unitaria. Contribuyó a la formación de una conciencia civil y política en Italia y muchos de los mayores sujetos políticos que integraron el Risorgimento pasaron el por “mazzinianesimo”. Mazzini, de mafia, nada. No se puede decir lo mismo de otros apellidos con M.

La mafia calabresa –la ‘Ndrangheta– es el cartel que se ocupa del tráfico internacional de droga en Europa. Es una organización cuyos ingresos anuales son de al menos 50.000 millones de euros y uno de los interlocutores más confiables de los narcos latinoamericanos. Importa cocaína a Europa desde Afganistán, Medio Oriente y América Latina, especialmente desde Colombia (país que produce cerca de dos tercios del tráfico total), que llega al viejo continente a través de distintos puertos sudamericanos, los de Brasil y la Argentina, entre otros. Por esto mismo el control legal y público de la mal llamada “hidrovía” (tecnicismo que oculta una vena cultural y soberana de la Argentina) debería ser indeclinable. ¿La Argentina es sólo un lugar de tránsito o alberga también negocios transnacionales enjundiosos y organizaciones sofisticadas?

Alianzas de ultramar

En el ámbito de una investigación del European Investigative Collaborations (Vittorio Malagutti / Francesca Sironi, Italia ed Europa sommerse dalla cocaina. Questa è la vera invasione, altro che migranti, 8/11/2019) se sostiene que el tráfico global de cocaína permite recaudar al menos 300.000 millones de euros por año con una producción total de más o menos 2.000 toneladas: 2 millones de kilos (datos prepandémicos, de noviembre de 2019). Según los cálculos de la Europol (la agencia que coordina las policías de los países de la Unión Europea), en 2018 ingresaron a Europa 700 toneladas de cocaína, la mitad de lo que ingresó en el mismo período a Estados Unidos. Todas las cifras expuestas, es obvio, deben ser tomadas de manera indicativa puesto que no existen estadísticas fehacientes acerca de estos tráficos. Para tener una idea nítida de las recaudaciones vertiginosas implicadas en este negocio valgan algunas operaciones aritméticas: el costo de producción de un kilo de cocaína en algún paraje de América Latina es de 1.000/1.500 euros. Ese mismo kilo, cuando llega a Europa es cortado químicamente y ahí se transforma en 5 kilos gracias al agregado de ciertos precursores químicos, como acetona, ácido sulfúrico, cloruro de metileno, éter etílico, etc. Cada uno de esos kilos en el mercado europeo vale entre 35.000/40.000 euros. Dado que una dosis de un cuarto de gramo puede tener un precio variable de entre 50 y 100 euros, la inversión inicial de 1.000/1.500 euros se transforma en una ganancia que varía entre 200.000 y 400.000 euros por kilo (Nicola Gratteri / Antonio Nicaso, Oro bianco. Milano: Mondadori, 2015).

La ‘Ndrangheta ha establecido alianzas con distintos cárteles latinoamericanos, sobre todo colombianos y mexicanos. Y esa es una de las claves de su ascenso vertiginoso en los entramados mafiosos internacionales. Funciona como cartel de distribución y se ocupa del tráfico de estupefacientes en Europa, haciendo pie en una red portuaria tupida (integrada por los puertos de Anversa, Rotterdam, Livorno, Genova, Algeciras, Valencia, entre otros) que se articula en torno al puerto de Gioia Tauro, el mayor puerto calabrés, construido y controlado en parte por familias ‘ndranghetistas de alcurnia: Mazzaferro, Ursini y Commisso. Este último clan es conocido también como famiglia Macrì (Nicola Gratteri / Antonio Nicaso, Fratelli di sangue. La ‘ndrangheta tra arretratezza e modernità: da mafia-agropastorale a holding del crimine. Cosenza: Pellegrino Editore, 2007). La mafia calabresa descubrió el gran negocio de la cocaína en la década de 1970 y a partir de ahí se organizó en dos cárteles de distribución. El primero responde a Giuseppe Morabito, apodado “Tiradrittu”, respaldado por Antonio Nirta. No nos detendremos en él. El segundo, avalado por Antonio Mammoliti, reúne a las famiglie Piromalli y Mammoliti (de Gioia Tauro), Aquino-Ursini-Macrì (de Gioiosa Ionica), Cordì (de Locri), Imerti-Condello-Serrano-Rosmini-Zito-Buda (de Reggio Calabria), D’Agostino (de Sant’Ilario) y Commisso-Macrì (de Siderno) (Gratteri/Nicaso, 2007).

En el negocio narco –propio de la economía sumergida del capitalismo, cuyas transacciones se hacen en efectivo, y que está directamente relacionada con la esfera financiera y digital del capitalismo– la organización criminal calabresa juega en primera línea, ya que ha ubicado a sus representantes en los lugares de producción de droga a través de alianzas comerciales con organizaciones narcos o matrimonios entre familias. Para no abundar, Salvatore Mancuso Gómez, un colombiano con origen familiar en el sur de Italia por vía paterna, jefe de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), en la última década del siglo XX era uno de los mayores proveedores de droga de la mafia calabresa. Por el lado mexicano, existen vínculos entre la ‘Ndrangheta y el cartel de los Zetas, que históricamente hizo pie en el estado de Tamaulipas. Los Monos rosarinos es una interesantísima estructura narco. Los contactos sostenidos de Marcelo D’Alessio con algunxs de sus integrantes –Lorena Verdún y Monchi Machuca– develan una terminación nerviosa sugestiva: Calabria.

Brevísima historia

Los Monos es una estructura delictiva que se articula alrededor de una familia: lxs Cantero. Los fundadores de este núcleo son Ariel “el Viejo” Cantero y Patricia Celestina Contreras, quienes estuvieron en pareja hasta 2003/2005. Criaron ocho hijxs. Los más emblemáticos son

  • Claudio apodado “Pájaro” —el más famoso y carismático, que durante un tiempo asumió la conducción de Los Monos—;
  • Ariel Máximo, apodado “Guille”, sindicado actualmente como jefe de la organización;
  • Ramón, apodado “Monchi” o “el Mabu” (el más buscado),
  • Machuca, hijo adoptivo y sindicado como administrador de los negocios de Los Monos.

Tradicionalmente, la estructura de las mafias se articula alrededor de la familia natural de un jefe. Su apellido sirve para nombrar al clan, que se constituye en centro nuclear del poder mafioso. El clan es la organización criminal primordial que reúne sobre todo a los componentes masculinos (y en otra medida a los femeninos). Otro elemento significante que se adosa a la estructura familiar es el lugar geográfico de pertenencia (el territorio), sobre el cual la familia ejerce su poder. En el caso de Los Monos es Rosario, específicamente algunos barrios periféricos del sur: Las Flores, La Granada y 17 de Agosto. A través de la violencia y el asesinato de los adversarios —y también de sus socios—, Los Monos se consolidaron en un territorio específico y de ahí se proyectaron en el negocio del narcotráfico y en el de los servicios de la violencia. El foco de irradiación de esta estructura familiar es esa ciudad, conocida históricamente como la Chicago argentina porque durante la “década infame” se desplegó ahí una organización mafiosa tradicional comandada por Juan Galiffi y Francisco Morrone, apodados Chicho Grande y Chicho Chico. La ficcionalización de esa organización puede apreciarse en una película de Leopoldo Torre Nilsson, La Maffia (1972) y en Historias de la mafia en la Argentina de Osvaldo Aguirre (Buenos Aires: Norma, 2010).

Los Monos entraron en el negocio del narcotráfico a fines de la década de 1990. Eliminaron a sus competidores con una guerra a muerte: los Garompa (familia Rivero) y los Colorados (familia Arriola). Esa contienda, que llegó a los medios de comunicación, acuñó una imagen peculiar de lxs Cantero como criminales marginales brutales. De otro modo: una banda sin sofisticación y cuya imagen el Pájaro –el jefe más emblemático de la estructura– trató de reconfigurar posteriormente y con éxito. Ariel “el Viejo” Cantero empezó a desplegar su dominio hacia 1995 en el borde sudeste de Rosario, corazón tradicional del proletariado industrial de la ciudad, pero asumió la conducción de la banda en abril de 2003 luego de la desaparición física de Juan Carlos Fernández, el “Mono Grande”. Nunca se descubrió si esa desaparición se debió al Viejo Cantero. Fernández desapareció pescando en las aguas del Paraná. De esa suerte de mito acuático emerge la banda Cantero, que desde ese momento empezó a disputar el territorio. Para controlar el territorio, el Viejo Cantero compró el silencio (la sordera y la ceguera: conocida como “ley de omertà”) de los policías de la subcomisaria 19ª y paralelamente desató una extensa cadena de homicidios. El pacto con la policía soldará con el paso de los años una asociación histórica entre esta organización delictiva y una parte del Estado; vínculo que por cierto va más allá de Los Monos y que, si de algo habla, es de intereses y negocios mutuos. En cuando a los homicidios, uno emblemático fue el de Fernando “Gordo Pel” Corso, integrante de los Garompa. Los Monos lo torturaron, enterraron el cuerpo y dejaron a la vista su cabeza en el barrio Las Flores a manera de amenaza ejemplificadora para quienes quisiesen disputar su dominio incipiente en la configuración de un territorio. En este sentido, no se trató sólo de matar sino –además– de dejar un mensaje. Son los códigos tradicionales de las mafias en lo que atañe a dar la muerte.

Los Monos se ocupan del negocio del narcotráfico en Rosario desde la década de 1990 y a lo largo de los años se fueron definiendo como un grupo criminal dominante en ese sector ilegal, que administran a partir de la práctica de la violencia. Casi un cuarto de siglo después de haber empezado la actividad narco, el Tribunal Oral Federal 3 de Rosario, en una sentencia de 2018, llegó a la conclusión de que la organización no se ocupa de narcomenudeo sino de una actividad de producción y venta sistemática: “La comercialización de sustancias estupefacientes organizada no sólo comprendía la venta al menudeo desde distintos puestos [...], sino que movía importantes cantidades de droga” (Tribunal Oral Federal 3 de Rosario. Sentencia por tráfico de estupefacientes y otros delitos contra Ariel Máximo Cantero, Jorge Emanuel Chamorro y otros. Rosario, 13 de diciembre de 2018, páginas 336-337). [Continuará con la estructura de Los Monos.]

 

 

 

 

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