Adónde iremos a parar

Desglobalización, policrisis y guerras

 

La globalización fue básicamente –pero no exclusivamente- un desenvolvimiento de la economía internacional encabezado por Estados Unidos, basado en políticas neoliberales y en el fundamentalismo de mercado, a raíz del cual se abrieron ampliamente las barreras comerciales entre los países y se desarrollaron considerablemente las actividades financieras. Hubo, también, un desplazamiento de las inversiones industriales, que se dirigieron hacia diversos países en busca de mercados de trabajo con mano de obra barata.

Todo ese desarrollo comenzó entre 1975 y 1980, y se expandió por el mundo a tal punto que hasta Rusia y China se incorporaron a esta apertura. Rusia llegó incluso a formar parte del selecto Grupo de los 7 integrado por Estados Unidos, Alemania, Canadá, Italia, Japón, Francia y Reino Unido –que se convirtió así en Grupo de los 8– entre 1998 y 2014, año en el que Moscú quedó desligado de aquél debido a un fuerte encontronazo bélico con Ucrania. Pocos años después, Moscú y Kiev irían a la guerra en curso.

China, por su parte, se incorporó con prudencia y llevó a cabo su propio desarrollo a escala internacional. En 2013 pegó un salto muy importante: puso en marcha la Iniciativa de la Franja y de la Ruta (IFR), denominación que deriva de una antiquísima y legendaria ruta comercial que fue transitada desde China hacia Europa, a través de Asia Central, entre los años 206 a.C. y 220 d.C. y, más tarde, entre 618 d.C. y 907 d.C. A la actual IFR han adherido ya 140 países –¡nada menos!–, de los cuales 19 pertenecen a América Latina y el Caribe (la Argentina es uno de ellos). Este fenomenal desarrollo mercantil ha colocado a Pekín en un plano comercial de primer orden. Pero también ha crecido en los terrenos industrial y financiero.

Hacia el final de su mandato, Barak Osama, Presidente de los Estados Unidos por dos períodos, creó dos organismos internacionales: el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TTP, su acrónimo en inglés), encabezado por la gran potencia del norte y acompañado por 11 países, y el Acuerdo Transatlántico para el Comercio y la Inversión (TAP, ídem en inglés), que no llegó a ponerse en práctica.

Hasta aquí llegó el interés de Obama por mantener en pie a la globalización, no obstante las advertencias que habían llegado con la crisis económica estadounidense de 2008 y la europea de 2011. Con el arribo de su sucesor, Donald Trump (Presidente entre 2017 y 2021) comenzó el fin de aquélla.

 

La mutación inicial y el empuje de Biden

Trump instaló la premisa “America First” e inició una política restrictiva en lo comercial con China. En tándem con esto decidió la salida de Estados Unidos del Transpacific Partnership. Lo suyo fue tomar distancia de la globalización e imponer restricciones mercantiles a Pekín. Pero se mantuvo al margen de operar contra Rusia.

Su sucesor Joseph Biden, en cambio, profundizó el desentendimiento mercantil con China y muy tempranamente puso en marcha una política hostil contra Rusia. En febrero de 2001 mandó unidades navales al Mar Negro; en junio desarrolló ahí las maniobras aeronavales denominadas “Sea Breeze”, que contaron con más de 30 naves de guerra de ataque y/ abastecimiento mayoritariamente de la OTAN pero también de terceros países, entre estos Ucrania; y en septiembre navegó el antedicho mar la nave insignia de la 7ª Flota norteamericana, acompañada por un crucero poseedor de armamento nuclear y un buque de abastecimiento. Todo esto fue una intromisión y un desplante contra Rusia, que antes que nada propuso abrir conversaciones con Estados Unidos. Estas se realizaron en 2022 pero, como era de esperar, no hubo ningún acuerdo entre ambas partes.

Así las cosas, Moscú decidió ir a la guerra contra Ucrania para poner un límite al avance militar que le había impuesto Washington el año anterior. Quedó considerada como país agresor pues fue la iniciadora de la guerra. Pero ¿era efectivamente la causante? A juicio de quien escribe, no. El Mar Negro es relativamente pequeño y solo hay seis países en las costas que lo contienen. Cabe preguntarse ¿qué hacían ahí Estados Unidos y los otros países de la Organización del Atlántico Norte (OTAN), tan lejos del área geográfica que menta su nombre? Se trató, más bien, de una provocación que buscaba desencadenar el conflicto bélico que finalmente ocurrió y se halla en curso.

 

Con novedad en el frente

Así como la globalización se fue desestructurando, la seguridad internacional fue perdiendo consistencia. Lo desplegado más arriba lo corrobora suficientemente. Pero además ha surgido inesperadamente un nuevo frente bélico: la pavorosa guerra librada entre Hamás y el Estado de Israel, que no respeta prácticamente ninguna de las leyes que procuran encuadrar a los conflictos bélicos. En el corto tiempo que lleva esta contienda –menos de un mes– se recortan tres momentos:

  1. El primer –y sorprendente– ataque que inició la guerra provino de las fuerzas de Hamás, que se movilizaron hacia territorio israelí sin que el gobierno hebreo estuviera mínimamente al tanto de lo que iba a acontecer. La sorpresa fue mayúscula tanto como el avance de los miembros de aquella, que causaron estragos –algunos incalificables– sobre la población hebrea, que se estimó en 1.400 muertos/as. También se llevaron secuestradas a 240 personas;
  2. Luego de estos desmanes y digerida la sorpresa, Israel contestó con un contraataque básicamente aéreo, que destruyó casas, escuelas y hospitales. Sobre esta cuestión, la periodista Hiba Yazbek, corresponsal del New York Times, informó el 31 de octubre que 57 centros de salud habían sido objeto de ataques aéreos; y que 15 hospitales y 32 centros de atención primaria estaban fuera de servicio debido a los bombardeos y a la falta de combustibles. Asimismo, la ciudad de Gaza padeció andanadas masivas de bombas cuyo propósito era dañar a los efectivos de Hamás, a sus dirigentes y comandantes, a sus recursos logísticos y a sus emplazamientos: los ya famosos túneles, entre otros;
  3. Finalmente, se puso en marcha el contraataque terrestre israelí basado en infantería, tanques y otros vehículos de rueda, con un fuerte acompañamiento de la fuerza aérea, que no ha escatimado el bombardeo. El avance de las tropas de tierra al parecer está siendo llevado con precaución y gradualidad. Algunos efectivos israelíes habrían entrado ya al barrio de Karama, en la Ciudad de Gaza, pero no hay mucha más información al respecto al cierre de esta nota. En cualquier caso, se espera una dura resistencia de Hamas.

La CNN, en escueta comunicación del pasado 2 de noviembre, informa que desde el comienzo de la contienda han muerto 8.700 palestinos y otros 22.000 han sido heridos.

 

Final

Los últimos dos años han traído al mundo algunas novedades: la desglobalización; también la policrisis que acumula la crisis económica que ronda sin desencadenarse del todo, el fuerte deterioro de la seguridad internacional y el incremento de los problemas ambientales, entre otras cuestiones. Para colmo de males, han aparecido las dos guerras en curso. No es fácil imaginar adónde iremos a parar. En esas dos guerras participan:

  1. Rusia contra Ucrania, que es apoyada por Estados Unidos, el Reino Unido, la Unión Europea y la OTAN: suman más de 50 países; Moscú es respaldada por los países del Tratado de Seguridad Colectiva, que integran Armenia, Bielorrusia, Kasajistán, Kirguistán y Tayikistan. Este conflicto alcanza la condición de guerra convencional.
  2. Hamás contra Israel. Esta contienda no ha tenido ni tiene el menor respeto por las poblaciones civiles. Hamás atacó brutalmente primero pero en menor cantidad de lo que vendría luego desde Israel. La respuesta israelí, operada básicamente –hasta ahora– por su fuerza aérea contra la Franja de Gaza –un escueto un territorio de 365 km2, con una población de 2.300.000 de abigarrados habitantes– fue y sigue siendo terrible, con enormes pérdidas de personas y edilicias.

En fin, en muy pocos años el mundo viró y nos ha dejado poco menos que a la intemperie, bajo la batuta de un Marte desorbitado y cruel.

 

 

 

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