Buenos Muchachos *

Manual del Economista Serio, sobre hombres de negocios camuflados que trafican información económica

 

Desde hace años (50 o más) estamos rodeados por unos profesionales que desde el –al parecer– infalible argumento de la seriedad diseccionan la esencial información económica hacia intereses que no son los de todos. Acerca de esa dañina operación intelectual, sintetizada en la frase “No es el modelo que se equivoca, es la realidad que falla”, se explaya el recientemente aparecido Manual del Economista Serio.

Es todo un tratado de actualidad el que escribieron el arquitecto Sebastián Fernández, popular en Twitter y en distintos medios por su alias Rinconet, y el economista, periodista y actual embajador argentino para el MERCOSUR y la ALADI, Mariano Kestelboim. Ellos y su prologuista, el ex ministro de Economía Amado Boudou, escarban en obra y consecuencias de quienes serán históricamente recordados como “los bufones de los dueños del capital”. Desde aquella propuesta letal (“Achicar el Estado es agrandar la Nación”), instalada a sangre y fuego mediático durante la dictadura militar y defendida por secuaces y voceros, hasta los numerosos herederos del establishment económico de hoy se puede advertir un continuo que, a ambos costados, y especialmente a la derecha, acumula demasiados perdedores y algunos avispados ganadores. Aunque en ciertos momentos también puede ocupar un puesto de gestión gubernamental, “el economista serio” no es sino un representante, un conector de ventajas utilitarias.

Con frescura, con indudable conocimiento del paño y con una ironía enorme, los autores avanzan en la descripción de la figura del “economista serio”, con tanta amplitud de detalles que el dibujo que resulta, de frente y de perfil, deviene velozmente en decálogo. Veamos, del 1 al 10. Son formales. No exhiben emociones fuertes. Emplean términos en inglés con naturalidad. Prefieren analizar lo financiero y lo fiscal y evitar la actividad productiva y la distribución de los ingresos. Postulan al mercado como ordenador natural de la economía. Insisten en su discurso hasta convertirlo en invariable. Vulgarizan un estatuto neoliberal acerca de las calamidades del Estado. Descreen de la historia y denigran el pasado. Transforman en opinión verdades absolutas, e ideología en sentido común. Suelen equivocarse notoriamente en sus pronósticos, aunque jamás contrastan anteriores anuncios fallidos. El periodista Alfredo Zaiat, citado en varias ocasiones en el libro, abre otra puerta posible: “Son hombres de negocios que se dedican a comercializar información económica”. Chan.

Desde su detallada investigación, los autores establecen la frontera entre lo serio y la ausencia de seriedad. En ese punto limítrofe dejan claro que las opiniones y consejos de un “economista serio” son capaces de meterse en la vida presente y futura de cualquier ciudadano. Entre la abundante casuística que el Manual dispone, llama la atención la animadversión que todo “economista serio” manifiesta en relación a gobiernos fundamentalmente explicados desde la ampliación de derechos. Frente a esas afirmaciones, Fernández y Kestelboim defienden los trapos en base a evidencias. “De los últimos 70 años (1945-2015) el peronismo dirigió al país menos de la mitad de ese período”, dicen, y agregan: “Todo lo bueno que en términos económicos se consiguió durante los gobiernos kirchneristas fue inevitable. Y todo lo malo, intencional”. Concluyen: “El economista serio es un vendedor de presentes calamitosos, como garantía de futuros venturosos”, y “para agradar a seguidores, que también suelen ser clientes, terminan por decirles lo que ellos quieren escuchar”. El libro tiene mucho que ver con el lenguaje especializado o con esos disfraces verbales que medios de comunicación importantes se calzan para encubrir sus variados negocios. Marcan la importante carrera que hicieron frases como “gobiernos populistas, como los del kirchnerismo, se cierran al mundo. En cambio, gobiernos serios, como el de Cambiemos, nos permiten volver a integrarnos”. Con razonamientos reveladores, el economista y el tuitero demuestran en el capítulo 6 que fue exactamente al revés: “Los gobiernos kirchneristas consiguieron avances incomparables en crecimiento, generación de empleos, poder adquisitivo e inclusión social”. Del principio al fin, los autores juegan de diversas maneras con el término “serio” y esa presunta redundancia deviene, en el lector, en inevitable carencia de seriedad. De paso recuperan algunos términos que decoran el buen decir de todo “economista serio”: menos Estado, déficit cero, pesada herencia, reglas claras, gasto público, esfuerzo individual.

 

Mariano Kestelboim y Sebastián Rinconet Fernández: a cara de serios no les gana nadie.

 

¿Y quiénes son?

En un momento del libro se los identifica como integrantes de un lote que no supera la centena. En la página 95 se menciona a otros y en la página 139 se amplía un poco más la lista con nombres, apellidos y actividades reconocibles. Pueden ser lobbystas, funcionarios de organismos internacionales, empresarios, titulares de consultoras ajenas y propias, nacionales y extranjeras, y ONG’s y fundaciones “de objetivos transparentes y financiamientos opacos”. En un buen aporte, el especialista Claudio Scaletta recomienda poner el ojo en quienes sostienen económicamente a centros de estudios, fundaciones y consultoras. Algunos de los mencionados ocuparon en algunos casos, más de una vez, cargos públicos de fuerte poder de decisión. Sobre ellos también F y K tienen algo para decir: “Aun cuando les tocó trabajar en los equipos de gobiernos serios, hicieron gala de no hacer política…Todo economista serio está alejado de la intencionalidad política, aunque hacen política… Los economistas serios no sólo no quieren saber nada con la política sino, mucho menos, con la historia”.

Y así como, según el dicho popular, detrás de un gran hombre siempre hay una gran mujer, detrás de todo economista serio aparece un nutrido elenco de periodistas que, salvo excepciones, sin título habilitante, reproducen pelos y señales. Ellos son sus fieles escuderos, son los que ponen la cara, arrojan las piedras que a los “serios” les permiten, al menos hasta la lectura de este libro, esconder sus manos. Todavía más: el modo en que la promoción del ideario neoliberal se distribuye en los medios afines ya les permitió a varios –el más reciente, el caso de Martín Tetaz, antes la llegada de Nicolás Dujovne a un ministerio a partir de su trabajo al lado de Carlos Pagni– distanciarse de la vocería y convertirse en candidatos políticos. Otros siguen aguardando la oportunidad, que ya les llegará, siempre y cuando permanezcan en estado de obediencia debida. Un espíritu principal del libro es el humor. Si no fuera por eso, sería otro pasaje hacia el infortunio argentino. Desde los autores no se desprende la intención de linchar a nadie, pero la lectura posibilita a cada lector elegir quién, de todos los economistas serios mencionados, es el más serio y también el serio serial.

Rinconet fue el descubridor de una modalidad mediática y en las redes que alcanzó forma de deporte olímpico. El juego –al que llamó “nado sincronizado independiente”– consiste en que, sospechosamente, en una misma semana, medios influyentes se llenan de diagnósticos y que, repetidos hasta el hartazgo, logran su objetivo de difusión. Ejemplos: “Volver al mundo”, “Enviar buenas señales a los mercados”, “Desregulaciones y reducciones de sueldos y jubilaciones”, “Endeudarse para pagar”, “Ajustar el gasto público”, entre otros. Del mismo modo, bajo el concepto de “error en manada”, el libro repara en que importantes consultoras tuvieron serios errores en el estimado de inflación. Pero como apunta Zaiat, “lo más sorprendente es que no tengan que rendir cuentas por sus equivocaciones, que son muchas”. Antes de desarrollar la tarea política actual, Kestelboim fue en las recientes décadas y, especialmente durante el macrismo, un especialista de permanente presencia en los medios. Tal vez hubiera sido atractivo saber, de su propia boca, el saldo de aquella experiencia.

 

 

Son los economistas serios, nena/e

El libro rezuma una útil actualidad y la prueba es que no elude referirse a los efectos del coronavirus. El capítulo 10, titulado “La pandemia keynesiana”, cuenta con algún secreto regocijo (que se comparte) cómo las novedosas necesidades de este tiempo inédito les taparon la boca a muchos “serios”. Hasta el Financial Times, “referente obligado de nuestros economistas serios”, salió a decir que “los gobiernos… deben ver los servicios públicos como inversiones, no como cargas… políticas consideradas excéntricas hasta ahora, como la renta básica y los impuestos a las rentas más altas, tendrán que formar parte de las propuestas”. En ese capítulo se mencionan más “economistas serios”, que volvieron a meter la pata en sus predicciones sobre cómo la Argentina debía superar la crisis pandémica. El capítulo final se llama “Nuestra posición” y deja en claro que para los dos autores un país interesante es Francia. Antes habían citado al Presidente Macron (me tienta decir que ese apellido me suena como el aumentativo de Macri), aunque el nuestro no se hubiera animado a decir lo que durante la pandemia dijo el francés: “En la pandemia, la salud gratuita, nuestro Estado de Bienestar, no son costosas cargas sino bienes preciosos… que deben quedar fuera de las leyes del mercado”. R y K añaden: “Los economistas serios que admiran el eficaz metro de París, sus maravillosos museos y sus universidades, olvidan analizar cómo se financian”. Este práctico manual tiene un sentido revelador: descubre a un plantel de voces con evidente poder de manipulación y que, a diario, entran a nuestras vidas sin aviso previo. Ojito con ellos.

 

 

 

* Sin permiso de José Natanson, que escribió un libro con ese título, y de Martin Scorsese, una de cuyas películas se llamaba igual.

 

 

 

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