Carne

Quizás estamos locos. O enfermos de amor. Quizás el amor sea solo un fantasma. Un placebo. Una fábula.

 

Conmoción. La carne abierta. Amarillo al lado. La grasa cuelga. Espuma. La piel ahí mismo.

Una línea afilada, al borde. El corte hasta el hueso y más allá, el interior. Un tobogán violeta, desliza suave hacia adentro. Una línea precisa que luego se gasta y se pierde, en alguna parte. El hueco del cuerpo. O soy yo quien se pierde y tengo que cerrar los ojos por un momento, para poder ver más. Respiro hondo y vuelvo a sumergirme entre hilos azules, rosados y grises que caen enrulados como ramilletes de ofrendas. Contengo la respiración. Ahí está todo. Las costillas. Los órganos vitales apenas muertos. El misterio a la vista. Podría alcanzar a tocarlo. La achura fresca mantiene su color y textura. La pintura ya no huele a pintura. Es otra cosa. Un dolor visceral inunda la sala y se adhiere como mugre a las paredes. Podría cerrar nuevamente los ojos, o intentar salir corriendo pero, es demasiado tarde. Cuando se ha visto, ya no se puede dejar de ver. Estoy metida adentro de todo esto, me encuentro cautiva, al borde de la realidad, como en las mejores pesadillas. Azulejos celeste y blanco patria, manchados para siempre. Mil tonos de rosados indelebles. Claves silenciosas, huellas de la historia. La tarea sucia realizada. Las leyes forzadas de la naturaleza. La gravedad bajo presión. Los cuerpos pendientes en estado de suspenso, invertidos. Todos hablan. Es la voz de los vencidos, un rumiar solitario, impersonal, repetido. Volver sobre lo inevitable. El cuero marcado. Los números: 55, 37, 58. Quizás en ese punto el nombre da igual. Quizás signifique nada. Como los ganchos de acero atravesados sosteniendo el peso. No hay cómo escapar a los mecanismos. Las metodologías de trabajo descriptas. Técnicas de maestría expuestas en cada ejecución. Cada detalle perfecto y el cuadro completo, estremecedor. Nada da igual. Los cuerpos. Lo que no se alcanza a ver y enceguece. El precio de nuestra mercancía de consumo. Productividad organizada en cantidades inmensurables. Balanzas vacías. No hay cómo pesar tanto pesar. Cuánto más puede haber detrás. Es moneda corriente. Emprendimiento, negocio o industria. Eslabones de una misma cadena. Todos tonos grises. Se compra, se vende, se corta, se cobra, se acopia, se muere, se mata. El cuerpo colectivo cercenado. El banquete. Los dueños. Los señores de sombrero. De corbata o de moño. De un blanco liviano, impecable. Blanco genocidio, blanco sucio, blanco impune. Con sus monederos llenos. Contando peso a peso, el peso de la muerte.

Cristales rotos. Estallidos azules. Se aturde de sonidos mi cabeza y la violencia irrumpe. Destroza el límite. Detiene el tiempo. Pedacitos transparentes, sostenidos en pleno vuelo por el aire. Triángulos vítreos que brillan y no terminan nunca de caer. El mal es amarillo sepia, pero en mi memoria será siempre verde. La última bocanada de aire se comprime y permanece adentro del cuerpo. Los ojos abiertos como ventanas en un incendio. Un gesto desesperado que pudiera ser de cualquiera. La mano alzada suplica. La ayuda que no llega. La boca del niño, en un instante de pavura, que ahora dura para siempre. La inocencia perdida. La contracción. El mal perpetrado. El horror perpetuado en ese otro rostro, que sé, está ahí, pero evito mirar. Me quedo con el niño. Para siempre, estado de alerta. Para siempre, estampida. El instinto animal a flor de piel y las piernas que apenas responden. No alcanza con un sólo movimiento para salir del paso de la bestia. Es inminente. Ruge. Ya no hay cuidado posible. No hay adentro ni afuera. No hay límite. No hay hogar. La puerta azul no será igual en la memoria. Parte la infancia en este contexto. El momento suspendido. La dimensión del mal. La desproporción de las figuras. Una fuerza superior, capaz de atravesar el espacio, desencajar la estructura y sacar fuera de quicio aquello que siempre contuvo. Entonces todo cae. La silla que sostuvo. El farol que alumbró. Quizás caiga también el niño, no lo podemos saber, aún está allí. Para siempre niño. Para siempre en medio del camino, hacia donde constantemente avanza un sinsentido concreto de violencia represiva.

Quizás estamos locos. O enfermos de amor. Quizás el amor sea solo un fantasma. Un placebo. Una fábula. Una hipocondría. Un momento. Una flor. Una nostalgia, que de pronto aparece y ahí está: “La memoria del amor, o sus fatuas presunciones”, como decía aquella poesía de mi padre, que como todas, era él mismo, y ahí viene. Ese primer amor inasible. Amor perdido, como una incógnita. Amor que siempre está. El amor que se descubre, como un tesoro. La experiencia del abrazo incontenible. Amor latente. En ejercicio. Amor que adoro. Este amor que practico. Dar lo que no tengo. Dar aunque no vuelva. Darse aunque no vuelva a darse. Ese amor en las pieles. El amor como cura. Amor refugio. Amor que recibo, felicidad, alivio. Amor iluminado. Ilusorio. Amor por venir. Amar como acción. Como escudo. Amor punzante, agudo. Amor que arranco y sacudo. Amor que no sirvió. Amor de descarte. Desesperado deseo de amarte. De acabar con lo que se amó. Demasiado tarde. Amor desposeído. Amor obligado. Amor ideal. Amarrado al tiempo, presente y pasado. Morboso amor. Todo rojo, pezones desnudos, ojos tapados. Amor que arde y puja. Pequeña muerte, pulsión. Amor sin vergüenza. Culo al aire. Amor embarazado. Los cuerpos contraídos, revueltos en la lucha. Amor furioso. Amor errante. Amor encarnado. Amor parido. Delicioso y repulsivo. Amor castigo. Amor odiante. Amor doliente. Amor violento, urgente, salvaje. El tiempo del amor corre, rápido o despacio. Sangre en las venas. Morado. Rojo. Amarillo anaranjado. Explosivos. Una maraña de colores. Marea las penas. Mientras la vida transcurre, pasa de costado. Solamente personal autorizado. Delantales, barbijos. Corredores fríos. Pasos sincronizados. Pies desnudos. Zapatos perdidos y la maquinaria opresiva actuando. Azulejos negros. Zona de aislamiento y exclusión. Peligro. Un lugar poco propicio para el amor. Un último deseo en este sitio inhóspito. Un amor, por el amor de, oh dios, una limosna, por piedad, por favor. Una migaja de amor, un despojo. Un amor a contramano. Objetable. Desubicado. Un amor apasionado. Un amor sin futuro. Inexitoso. Un amor en vano. Un verdadero amor. Un último suspiro. Un temblor compartido. No me deje sola ahí. Manos desconocidas cargan el peso de los cuerpos revolcados y encendidos, que ya son nuestros. Son fantasmas. El traslado ocurre. Adónde. Ni idea. No debiéramos presenciar este tipo de escenas. Ellos también lo saben. Hay disfraces que nada ocultan. Miradas que son verdaderas amenazas. Sobre todo las que no vemos. El gesto escondido detrás de los bigotes, de los anteojos oscuros. La noche recién empieza, o acaso termina. Se extiende en el tiempo. Nunca es horario de visitas. Estamos de más. Estamos de paso. El amor es demente y subversivo. Mantenga distancia, no se acerque demasiado. Cuarentena indefinida. Aislamiento. Quizás ya sea tarde para evitar el contagio.

 

 

 

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