La misa interrumpida

Aporte del CONICET y la UNICEN a la Justicia por un cura secuestrado en plena misa en 1975

 

Durante casi una hora y media, el doctor Lucas Bilbao relató en detalle los delitos de lesa humanidad que entre 1975 y su exilio padeció el sacerdote tercermundista Omar Dinelli. Ocurrió en la audiencia que el viernes 8 llevó a cabo el Tribunal Federal 1 de Mar del Plata, en el juicio por los hechos ocurridos durante el terrorismo de Estado en el centro de la provincia de Buenos Aires.

Ofrecido como prueba por la fiscalía, el testimonio del académico fue escuchado por los jueces a cargo de un debate oral con 26 imputados y más de un centenar de víctimas. Posgraduado en Historia, Bilbao reconstruyó el caso a partir de testimonios y documentos que obtuvo y analizó como docente e investigador de la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional del Centro (UNICEN) y el CONICET, parte del sistema público de ciencia. De ese modo, agregó una prueba extrajudicial pero necesaria en los tiempos que corren: el aporte imprescindible de las ciencias sociales a la comunidad y sus instituciones. En 2021, la UNICEN y el CONICET habían nutrido ya la causa judicial con un informe que Bilbao amplió en su testimonio, con los datos recogidos desde entonces.

Que el hecho por el que se lo convocó a prestar declaración haya tenido como víctima a un integrante del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo (MSTM) responde a que el académico se ha dedicado a investigar la historia de la Iglesia católica durante el periodo, tanto en la participación de su jerarquía en el plan criminal como en la persecución sobre los sectores pastorales que civiles y militares pretendían erradicar. En coautoría con su colega Ariel Lede, Bilbao publicó en 2016 el libro Profeta del genocidio, sobre los diarios personales del provicario castrense Victorio Bonamín. Su trabajo junto a Florencia Ramón y Luciano di Salvo, por otra parte, permitió –como relató El Cohete– que en 2022 se creara en Tandil el Archivo del MSTM. En mayo se cumplirá medio siglo de la muerte de su principal referente, el padre Carlos Mugica, cuyo asesinato fue uno de los hechos inaugurales del terrorismo de Estado.

 

La profanación de las botas

Para 1975, ya había ocurrido que militares en actividad interrumpieran homilías en plena celebración religiosa. La catedral de Bahía Blanca había oído en diciembre de 1972 los gritos del aviador naval Basilio Pertiné, cuñado del futuro presidente Fernando de la Rúa, ante un sermón contestatario. Pertiné obtuvo el apoyo del diario La Nueva Provincia, que acusó al cura Oscar Barreto de “apología del marxismo” y publicó una carta que denunciaba a un “movimiento semi-clandestino” de sacerdotes como el interpelado por el marino. No fue el único hecho. El 11 de mayo de 1974 la autodenominada Alianza Anticomunista Argentina asesinó a Mugica al salir de una parroquia.

 

La Nueva Provincia alertando contra el tercermundismo en 1972.

 

Sin embargo, lo sucedido en noviembre de 1975 en Urdampilleta, un pequeño pueblo del partido de Bolívar, marcó un nuevo peldaño en la represión y constituyó un hecho inédito hasta entonces y que no se repetiría, porque la violencia estatal se tornó clandestina: el secuestro de un cura en medio de la misa que oficiaba en el marco de una fiesta patronal.

La patota del Ejército interrumpió las celebraciones –que incluían la proyección de El Evangelio según San Mateo, de Pier Paolo Pasolini– en dos días consecutivos, sábado 22 y domingo 23, para finalmente llevarse al sacerdote.

 

El diario Tribuna, de Olavarría, reprodujo el comunicado de los represores.

 

 

Al mando del teniente coronel Américo Ferrer, imputado por el hecho en el juicio en curso, los militares coparon el pueblo con varios vehículos e inicialmente requisaron la casa parroquial. Secuestraron “propaganda subversiva y literatura marxista”: Conducción política, de Juan Domingo Perón, cuya viuda y compañera de fórmula aún gobernaba el país, y Extensión o comunicación, de Paulo Freire. Se retiraron sin detenidos.

El domingo, cuando llegaba el coro que actuaría esa tarde, Dinelli fue privado de la liberad. La misa interrumpida ya no pudo retomarse, por la conmoción de la feligresía. Un grupo de vecinos pidió explicaciones a los militares, que como de costumbre se escudaron en el cumplimiento de órdenes superiores. No era la primera ocasión en que, ante un atropello, el sacerdote era apoyado por su comunidad: cuando junto a otros 47 religiosos fue detenido en Rosario en 1971, un nutrido grupo de habitantes de Sierra Chica –donde residía entonces– remitió al obispo azuleño Manuel Marengo y a la plana mayor de la dictadura de entonces notas de solidaridad para con él.

 

Los servicios de inteligencia lamentan el respaldo de la comunidad a su pastor.

 

 

(In)fieles de uniforme

En las primeras horas de su cautiverio, recordó Bilbao en la audiencia, se manifestó ya un ensañamiento especial contra Dinelli. El investigador vincula esas prácticas con la intención de apartar a los curas tercermundistas de su condición y reafirmar que no representaban a la ortodoxia que en los confesionarios tranquilizaba las conciencias de los torturadores. El sacerdote secuestrado en Urdampilleta pasó privado de la libertad las dos fechas más importantes del calendario católico: la Navidad de 1975 y la Semana Santa de 1976, y –contra una máxima explícita del cristianismo– durante la mayor parte del tiempo le fueron prohibidas las visitas. Incluso las de su obispo.

Luego de un día encerrado en una celda sin sillas ni colchón, Dinelli fue trasladado a la cárcel de Sierra Chica, donde sufrió el hostigamiento del mismo personal para el que como capellán había oficiado misa hasta pocos meses antes. En las tres semanas que pasó allí debió soportar el confinamiento en celdas de castigo, y una parodia de juicio “al tercermundismo y al marxismo” que anticipó los Consejos de Guerra Especiales que se volverían una práctica habitual a partir del año siguiente.

Recién el 2 de diciembre Dinelli fue puesto a disposición del Poder Ejecutivo Nacional, y a mediados del mismo mes se concretó su traslado al penal de Villa Devoto junto al también sacerdote Elías Musse. El día de Reyes de 1976, Dinelli fue subido a un avión Hércules junto a una veintena de secuestrados, rumbo a la Unidad Penal 7 de Resistencia, Chaco. En vuelo, los cancerberos simularon en varias ocasiones que abrirían las puertas y los arrojarían al río.

Como en el resto de las cárceles, el trato hacia los presos políticos en la penitenciaría chaqueña recrudeció luego del 24 de marzo. Tras un trimestre, y ante la insistencia del obispo Marengo, Dinelli fue liberado, aunque permaneció sometido a un régimen de libertad vigilada. Marengo lo refugió en el Seminario de Azul, lo que no impidió que el Ejército requisara su habitación y le impidiera celebrar misa o visitar familiares.

Tras el asesinato del obispo Enrique Angelelli y un grupo de religiosos en La Rioja, entre julio y agosto de 1976, Dinelli empezó a considerar el exilio. Pieza clave en ello fue el cura francés Santiago Renevot, a quien había logrado ver en la cárcel de Resistencia luego de que los guardias le propinaran una feroz golpiza. El sacerdote argentino se instaló en la localidad de Lherm, cerca de Toulouse. En los casi 40 años que han pasado desde entonces, sólo regresó al país en dos ocasiones.

 

Militancia y sacerdocio

Cuando fue arrancado de la misa que presidía, Omar Dinelli acababa de cumplir una década de ordenado y tenía 33 años, edad significativa para el credo cristiano. Tanto su nacimiento como su ordenación habían ocurrido en Chillar, una pequeña localidad del partido bonaerense de Azul.

Dinelli participó desde los inicios del MSTM, que llegó a reunir a más del 10% del clero argentino. Su primera intervención pública fue en diciembre de 1967 al adherir al Manifiesto de los obispos del Tercer Mundo, que en los meses siguientes dio origen a la organización. Dos años más tarde era coordinador de la regional diocesana del MSTM de Azul y en 1970 amplió su rol a toda la Pampa Húmeda, que incluía además a centros urbanos como Santa Rosa, Mar del Plata o Bahía Blanca. En Roque Pérez, su opción militante lo había llevado a conjugar su prédica pastoral con la inserción en la vida obrera, trabajando como albañil en los barrios pobres.

Casi de inmediato, se convirtió en blanco del espionaje de la inteligencia policial bonaerense, cuyas tareas se intensificaron cuando la Conferencia Episcopal se pronunció contra el MSTM. El Movimiento comenzó a ser estigmatizado también desde un sector de la prensa. Ninguna de esas acciones logró mermar la actividad de la organización ni de Dinelli, que luego del triunfo peronista de 1973 reasumió la capellanía de la cárcel de Sierra Chica, de la que había sido separado sin motivos en 1970. En esa breve primavera política “se observa también un descenso en el hostigamiento por parte de las Fuerzas Armadas y los servicios de inteligencia, aunque esta suerte de tregua se extendió solamente por unos meses”, agrega el informe de UNICEN y el CONICET.

Tras la muerte de Perón, en julio de 1974, se desató una persecución avalada por las normativas de represión a “la actividad terrorista y subversiva”. Ese año, el MSTM realizó el último de sus plenarios nacionales. Sus integrantes ya formaban parte de la “subversión clerical”, concepto que permitía apartarlos de su condición de religiosos. Con los vejámenes que los curas sufrieron en detenciones y traslados, los católicos represores podían satisfacer a la jerarquía y aliviar la incomodidad propia por encontrar pastores que condenaban sus conductas y objetivos. Como Omar Dinelli, secuestrado mientras se disponía a compartir el pan y el vino de la misa interrumpida.

 

 

 

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