VIVIR EN MADRID DURANTE SIGLOS

Cuentos entretejidos, novela coral, relato palíndromo: Clara Obligado invita a perplejidades literarias

 

No todo es melancolía en el exilio. En algún momento, la cotidianeidad con el lenguaje quiebra el narcisista etnocentrismo idiomático que produce el espejismo de que hay una sola manera de decir las cosas. Cuando se proviene y luego se permanece en países de la generosa lengua castellana, se incorporan no sólo nuevas palabras sino también giros, formas gramaticales, conjugaciones que amplían el universo del lenguaje hacia horizontes hasta ahí imprevisibles. Para quien atine a aprovecharlo, se entiende.

Es el caso de Clara Obligado (Buenos Aires, 1950), quien en 1976 fuera expulsada de la Argentina por la dictadura eclesiástico-cívico-militar para dar con su joven humanidad en una Madrid en pleno cambio tras cuatro décadas de dictadura franquista. Allí aún permanece. Desarrolla una intensa producción literaria —escritura y docencia— en la que a sus propios dones suma la suma del rioplatense y el madrileño parlante. En esa conjunción logra un notable experimento narrativo a través de los dieciocho cuentos cortos que componen La biblioteca de agua.

 

 

La autora, Clara Obligado.

 

 

Entrelazados uno con otro, permiten no sólo una lectura unitaria en orden aleatorio, sino también la posibilidad de una lectura a la manera de un palíndromo. Es decir que se pueda abordar desde el primer capítulo –La Imaginación (agua embotellada)— al último —Génesis (El océano de lava)— o al revés. El orden estrictamente cronológico es este último, mientras el que va del hoy al ayer es el que acompaña la numeración creciente de las ciento setenta y ocho páginas. Una prosa exquisita, de párrafos extensos en la que la descripción y la acción suplen la subjetividad, acompaña tamaño derrotero con sensualidad, humor, tragedia y personajes singulares con voz propia, inconfundible.

Toda la acción se desarrolla a través de los siglos en el madrileño Barrio de las Letras, que oportunamente fuera habitado por Cervantes, Quevedo, Tirso de Molina, Lope de Vega y tantos otros. De allí deviene la profundidad dramática de las historias en sus múltiples dimensiones: a todo lo largo del barrio; a lo ancho de sus calles, de vereda a vereda; a lo alto de sus edificaciones. Obligado pone en movimiento estas tres dimensiones en principio estáticas para engendrar la cuarta, el tiempo. Entonces La biblioteca de agua comienza a operar como un móvil que gira en el aire en movimiento perpetuo desde el comienzo de los días. Lo logra en un medio proclive como el agua, acorde al antiguo lema que engalana el escudo de la ciudad:

Fui sobre agua edificada

Mis muros de fuego son.

Ficción que recorre el relato histórico, la vivencia actual y cotidiana, la circunstancia fantástica, el absurdo, el suspenso, se envuelve en una poética en la que es factible rastrear la amplitud resultante de esa sumatoria lingüística que se disuelve en las aguas, nunca para desaparecer sino para cambiar de consistencia hasta adquirir renovadas formas: “A veces, durante las noches, la criatura se acerca a la boca de un pozo, llora su estupor de no estar viva, o se ríe a carcajadas en una fuente, se atraganta en los borboteos imposibles de los caños, o salpica con la lluvia que permea el subsuelo. Eso es lo que oye a veces, cuando el agua regurgita, cuando la criatura se revuelca, se queja, se atasca antes de despeñarse por las cañerías de la ciudad”.

 

 

 

 

Una pareja que hoy se muda del barrio, la Maja de Goya que se escapa del Museo de Prado para hacer de las suyas, los servicios médicos en la ancianidad, la migración interna, el niño criado por los lobos, los lobos humanos, romanticismo pleno en el siglo XIX, bombardeos en la guerra civil (1936-1939), el tatarabuelo del rinoceronte, un travestismo durante la ocupación mora, un faro en las antípodas; gotas, hielo, riego, mar, pis, río, lágrimas, también fuego, lava. Tales algunos de los peldaños que recorren esta Babel de caracteres humanos.

Entre la multitud de personajes prevalece, en el erótico cuidado de la escritura, un protagonismo explícito, el del lenguaje: “Pensó que no carecía de encanto ocuparse de textos de la época en que se había levantado el barrio, pero también que se le estaba infiltrando, en su castellano laboriosamente apuntalado, una serie de palabras abstrusas. ‘Ebúrneo’, ‘pardiez’, ‘hideputa’, ‘bituminoso’. Y la bendita sor Marcela con sus poemas esdrújulos. Al aire fresco de la mañana volaban las frases sincopadas: rápido, pájaro intrépido. Bálsamo dulcísimo en el escándalo del crepúsculo. Cardúmenes de cúmulos y esdrújulas. Cosas veredes: de Arkansas al Siglo de Oro. Iría a comprar productos dietéticos”.

Cambios de clima, de ánimo, de escenarios de un relato a otro, aún dentro de la misma historia retratan felicidad y desolación en el prodigio de la escritura: “El hombre se acercó al calor de la lumbre y comenzó a remover las brasas con un atizador, aventó la preñez del fuelle, dejó que el calor le pintara las mejillas y, susurrando los versos que había memorizado, comenzó a arrojar los poemas de la monja a las llamas, uno tras otro, mientras se consolaba pensando que, si un libro merecía ser quemado, acaso tampoco merecía la pena que hubiera sido escrito”.

Nada improbable pudo haber sido que La biblioteca de agua fuera a parar a las llamas de la dictadura en tiempos en que la autora emprendió el exilio. Los esbirros del terrorismo de Estado habrían encontrado herejía, subversión, historia falsaria, sexualidad, cualquier bosta que se les fuese ocurriendo, como era usual. Pero también les resultaría intolerable porque la obra de Clara Obligado porta calidad literaria renovadora, algo que nunca jamás llegarían comprender y, menos, aceptar. Para nosotros, una fiesta.

 

 

 

FICHA TÉCNICA

La Biblioteca de Agua

Clara Obligado

 

 

 

 

Buenos Aires, 2019

178 págs.

 

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